Mario Ghibellini

La cosa es clara. El orden legal vigente exige que, para ser consideradas como aceptadas o rehusadas, las cuestiones de confianza sean votadas por el pleno, y eso no ha sucedido. La Mesa Directiva del Congreso ha dicho que la pretensión con la que el ahora expresidente del Consejo de Ministros, Aníbal Torres, quiso poner a la representación nacional contra las cuerdas por no estar encuadrada dentro del marco que la ley señala para ese tipo de iniciativas –esto es, que estén directamente relacionadas con las políticas de gobierno del Ejecutivo, y no, como en este caso, con tareas que le competen exclusivamente al Legislativo–; y por eso es evidente que las circunstancias que han empujado al premier a aflojarse el fajín han sido otras.

Como un reto para las generaciones futuras quedará entender por qué la Mesa Directiva tuvo la idea centelleante de incluir la palabra “rechazo” en el documento con el que anunció su decisión, favoreciendo las tergiversaciones en las que el se afana, pero eso solo le añade color a una situación por lo demás zanjada: aquí nadie ha gastado bala de plata alguna y, sin embargo, el hombre lobo yace inerte.


–Full monty–

Como decíamos al principio, las razones del licenciamiento del primer ministro parecen estar asociadas, en realidad, a una cuestión de templanza. O, más bien, a la falta de ella. Si prestamos atención a los comentarios que este viernes le dedicaron a Torres congresistas de bancadas habitualmente afines al Gobierno, como Perú Libre o el Bloque Magisterial, resulta obvio que existía en ellas un hartazgo a propósito de sus arrebatos de luna llena. El parlamentario Américo Gonza, por ejemplo, señaló que, “lejos de poner paños fríos”, el premier había presentado “una cuestión de confianza innecesaria”; y de taquito lo arrochó recordando sus orígenes fujimoristas. El legislador Edgar Tello, por su parte, sentenció que la situación suscitada por la respuesta de la Mesa Directiva tenía que servir para que el presidente convocase “a un nuevo gabinete” que no fuese de “loquitos y termocéfalos”. Como le gustaba decir a don Aníbal, al que le caiga el guante…

El provecto paisano del presidente, sin embargo, deja un vacío importante. No creemos en los rumores que afirman que se le prepara una despedida con un coro de niños de Miraflores y San Isidro, y una misa oficiada por Monseñor Barreto, pero sí en los que sostienen que el jefe del Estado se resistió hasta el final a aceptar la necesidad de cambiarlo. Y por eso la selección de su sucesora merece una reflexión particular.

La competencia por heredar el cargo que él dejó vacante, en efecto, tiene que haber sido ardua. Desde hace tiempo, varios integrantes masculinos del Gabinete que Torres presidía daban la impresión de estar exhibiendo sus presuntos encantos a lo “full monty” con la esperanza de ser los elegidos… Y, no obstante, al final el mandatario se ha decidido por una doña que viene con sus problemas bajo el brazo: ni más ni menos que la hasta ayer titular de Cultura, .

¿Qué puede haber determinado que el profesor Castillo desdeñara las mieles retóricas de Alejandro Salas o las contorsiones jurisperitas de Félix Chero para quedarse con una investigada por la fiscalía por aprovechamiento del cargo y tráfico de influencias? Pues nos tememos que eso mismo. Es decir, el hecho de que tenga cuestionamientos por haber auspiciado la contratación por el Estado de diversos parientes de una persona muy allegada a ella. ¿No es acaso esa una condición indispensable para sumarse a esa especie de ‘dream team’ de la requisitoria que es el alto mando de este gobierno?

Los méritos que acumula Bettsy Chávez para recibir la posta del premierato, sin embargo, no se detienen ahí. Hay que recordar que meses atrás, cuando era responsable de la cartera de Trabajo, el Congreso la censuró por incapaz. Y que lo hizo, además, contando con varios votos de la bancada de Perú Libre, que la tenía en su lista negra por haberse alejado de sus filas alegando que su decisión obedecía “a la manifiesta y constante divergencia sobre la naturaleza democrática de una bancada en la que deberían primar el diálogo y el ánimo de consenso”. En consecuencia, las posibilidades de que ella obtenga el voto de confianza de una mayoría de la representación nacional el día que vaya a presentar las líneas generales de su gestión al Parlamento lucen un tanto remotas. Y, en medio del delirio que hoy padece, aquello puede antojársele al presidente como maná caído del cielo.


–'Contómetro’ en cero–

Si el gobernante efectivamente cree que puede imponerle al país su lectura de la reciente declaración de la Mesa Directiva como el primer “rehusamiento” de una cuestión de confianza, el eventual retaceo del “voto de investidura” a la señora Chávez contaría, en su imaginación, como la segunda, y la disolución del Congreso estaría al alcance de la mano… Pero, claro, eso es solo en su imaginación. En la áspera realidad de este mundo regido por códigos que él finge no entender, ese ‘contómetro’ está en cero y, por lo tanto, la pretendida astucia del cambio que con tanto esmero ha operado en su equipo de ensueño, en ensueño ha de quedarse. Así que no se muevan que esto se pone bueno.

Mario Ghibellini es periodista

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