Qué colección de farsantes. En esta historia de los audios que comprometen a Vizcarra y la posible vacancia presidencial en la que está empeñado un numeroso grupo de congresistas, no se salva nadie. Ni acusados ni acusadores. Todos modulan soflamas patrióticas para tratar de dar sustancia a la posición que han asumido en la reyerta y a todos se les nota a la legua la verdadera agenda canalla: ocultar sus fechorías bajo el manto del poder, arrebatárselo a quien lo ostenta para gozar de sus pompas aunque sea por unos meses, disfrazarse de Catón para disimular lo rufián o conseguir tres segundos de fama disforzándose frente a las cámaras.
PARA SUSCRIPTORES: Las migajas del poder, por Mabel Huertas
Todos quieren pegarla de héroes, pero héroes en esta mala película no hay ni uno. Solo villanos. Y decimos que la película es mala porque en las que vale la pena ver, los villanos son por lo menos simpáticos.
Ya quisiera alguno de los que trabajan –es un decir– en esta deplorable producción tener, por ejemplo, el sentido del humor del Capitán Garfio o el oscuro carisma de Darth Vader. Pero no; aquí lo que prima es la pose y el tinte, la presunción de que los obligados espectadores de esta única pelea de catchascán en la que los payasos realmente quieren matarse somos tan necios como ellos y, en consecuencia, vamos a creernos que lo que quieren es de verdad salvar la democracia y la institucionalidad en nuestro país. Villanos, como decíamos, de mala factura a uno y otro lado.
—Amenaza esdrújula—
En esta esquina, las bancadas que representan los intereses de José Luna o Antauro Humala; y en esta otra, el presidente que acomoda con sus subalternos las versiones que deben dar a la Comisión de Fiscalización sobre las visitas de Richard Swing a Palacio…
De eso estamos hablando; no se deje usted confundir por las voces engoladas y las palabras esdrújulas. Porque unos dirán que llegó el momento de acabar con la histórica corrupción enquistada en el poder desde la Conquista y los otros, que los persiguen por promulgar leyes sobre los genéricos y los octógonos. Pero todo eso es hojarasca: lo que disputan, nos tememos, es solo qué “incapacidad moral permanente” será la que nos gobierne en el futuro inmediato.
Porque, vamos, ya sea que la expresión en cuestión aluda, como sugieren algunos constitucionalistas, a un problema de perturbación del juicio o más bien a una disposición sostenidamente reñida con la ética, los personajes de este penoso drama han demostrado ya hasta la saciedad que podrían regírsela a la seca para definir quién se queda con la presea.
Dicho todo esto, sin embargo, queremos anotar que, de las dos opciones en liza –la que supone que la vacancia presidencial prospere y la que supone que no–, en esta pequeña columna nos inclinamos, levemente y con doloroso sentido de realidad, por la segunda. Más allá de si el mandatario ha acumulado los méritos suficientes para ser constitucionalmente evacuado del cargo o no, creemos que el costo de removerlo y sufrir al actual titular del Congreso, Manuel Merino, como jefe de Estado sería mayor que el de dejar las cosas como están.
Contra lo que afirman algunos de los partidarios de la vacancia, eso no supondría premio alguno para Vizcarra. Primero, porque, gracias a lo que se ha conocido de él en estos días, sus escudos han caído y la gente empezará por fin a verlo como lo que es: el presidente responsable de que nuestras cifras en materia de muertes y caída económica en medio de la pandemia sean las peores en el mundo. Una imagen de la que él ha estado corriéndose como cualquiera de nosotros lo haría de la posibilidad de asistir a un concierto de Swing.
Y segundo, porque, a juzgar por la forma en que cargó contra los congresistas que tendrían que votar la moción de vacancia –acusándolos de promover esta crisis para postergar las elecciones y prolongar su mandato–, parece que lo que él a estas alturas desea es que la aprueben. Si se va rodeado de la aureola de haber sido víctima de una injusticia, después de todo, las manchas negras que hoy están estropeando su estampita de santo quedarían atenuadas.
Permanecer en la presidencia, en cambio, obligaría a Vizcarra a hacerse cargo de las consecuencias de su fatídica gestión y eso, para un adicto a la popularidad, es un castigo. El eventual ajuste de cuentas por el presunto encubrimiento o la obstrucción a la justicia de la que se habla ahora, además, llegaría de cualquier forma. Habría que aguardar, claro, a que terminase su mandato el 28 de julio del próximo año, pero eso constituiría apenas una variante de la conocida tradición escolar que generalmente se expresa con la festiva locución: “te esperamos a la salida”.
—476 DC—
Por otra parte, la idea de que las riendas del país y las llaves del tesoro público caigan en manos de quien ha encabezado el Congreso de los Gremlins y los Godínez hasta ahora es como para pedir la eutanasia. Como los antiguos romanos aprendieron de mala manera hacia el final del siglo V, lo único peor a conservar un emperador venal o fatuo es que los bárbaros se apoderen de la ciudad.