Desperté, ayer, con el control remoto en la mano y prendí la tele por acto reflejo. Quería ser arrullado, como todos los domingos, por las voces gangosas de Corazón Serrano.
Pero otro tema se metió en mi cama. Saludé el cambio aunque al poco rato me saturé con sus fricciones. Todos los canales abiertos se cerraron en un mismo tema. Guty Carrera, Melissa Loza y Milett Figueroa salivaban encima mío. Melissa hizo más de una vez su ‘abrazo de la mona’, saltando sobre Guty y prensándolo con sus piernotas de guerrera. Al rato, se sumó Edith Tapia, la mamá de todas las discordias. Ya éramos un quinteto, o en realidad cuarteto, pues el ‘yo televidente’ no contaba para nada.
He ahí el problema del cuento. No piensan en seducir al espectador con un relato modulado y veraz. Son demasiado manipuladores. Por eso no es telenovela de temporada, sino miniserie que no augura muchos capítulos. Bastó un día para confirmar que la reconciliación de Guty y Melissa había sido forzada por la producción de “Esto es guerra”. Milett, toscamente aludida por Guty, replicó en seguida en “Enemigos públicos”, y el cuento de la reconciliación tuvo que convertirse abruptamente en el cuento de la hembra que no perdona al macho mañoso.
Hay dos lecturas opuestas, la feminista (“Melissa, dale su merecido”), la machista (“buiiina, Guty”) y la de centro (“par de manipuladores que le dan de comer a una más manipuladora que ellos”), que es más o menos la mía. Me queda el mal sabor del cuento que, por darle un giro forzado, tuvo que apurar su desenlace. Y queda una figura, Milett, condenada a repetirse hasta el hartazgo.