Aymé Karina se esconde detrás de una camioneta. En una mano tiene un puñado de talco; en la otra, su sombrero de flores plásticas y un envase de témpera verde. La quinceañera no aparta la vista de su objetivo: un grupo de jóvenes que, como ella, ha dejado unas horas el trabajo en la casa y el campo para liarse en una batalla, que no deja ni muertos ni heridos. Solo exhaustos y pintarrajeados muchachos que prometen seguir correteándose hasta que termine el carnaval.
Como ocurre en casi todas las comunidades de la sierra, los festejos por carnavales son cosa seria en Uchuraccay. Competencias a caballo, concursos de huainos, cortamontes o yunsas bajo la lluvia y, sobre todo, guerras de talco y pintura son las principales características de la fiesta que cada año acapara la tercera semana de febrero.
Sin embargo, lo que hace especial el festejo en este distrito de la provincia de Huanta (Ayacucho) es el escenario donde se realiza. Laderas y descampados a 4.000 m.s.n.m. que, desde enero de 1983, están asociados a la violencia terrorista y a la masacre de ocho periodistas, a manos de los propios comuneros.
“Somos un pueblo de paz. Ya hemos pagado nuestros errores. Queremos que nuestros hijos rían, que tengan trabajo. Que estén orgullosos de su pueblo”, comenta Emiliano Ramos, alcalde de las más de 100 familias que hoy habitan el pueblo.
una herencia pesada
“Caminando en carnaval / Bailo y te miro, paloma / Mírame / Bailemos los dos en nuestro pueblo” es uno de los estribillos en quechua que los pobladores de Uchuraccay entonan los días de fiesta.
Aunque todos hablan castellano, prefieren dirigirse a los suyos y los visitantes en su lengua materna. “Es más dulce. Decirle paloma a una señorita la hará reír. ¡Y ya no te pinta tanto!”, dice Julio, quien con menos de 25 años es padre de un niño y responsable del bienestar de su esposa, sus padres y sus suegros.
Según el Instituto Nacional de Estadística e Informática (INEI), el 68,3% de los habitantes como Julio, distribuidos en los 36 centros poblados de Huanta, vive en la pobreza. En Uchuraccay, esto se traduce en calles sin afirmar, donde la lluvia forma lodazales helados, pues la temperatura no supera los 12 °C en el día.
Tampoco hay alumbrado público y la única posta atiende emergencias menores. “Si alguien se pone grave, hay que llevarlo a Huanta, a dos horas de camino”, admite Teresa, técnica en enfermería responsable del recinto.
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