(Foto: El Comercio)
Devociones populares
Luis García Bendezú

Existe el Perú formal; una nación que tiene leyes, instituciones y una religión mayoritaria -la católica- que comprende templos, ritos y una vasta jerarquía eclesiástica. Pero en el corazón de ese Perú formal hay otro país. Uno que no figura en planilla, que sigue sus propios códigos y que también expresa su fe a través de devociones no reconocidas -e incluso reñidas- por la Iglesia Católica. Es el Perú de los “santos” populares.

En nuestro país abundan los personajes místicos y los objetos “milagrosos”. En el distrito pisqueño de Humay -en la región Ica-se venden, por ejemplo, unas ollitas de barro que, según los creyentes, curan las enfermedades y evitan que falte la comida en el hogar. Son réplicas de una olla que habría pertenecido a Luisa de la Torre Rojas, la ‘beatita’ de Humay (1819 - 1869). Aunque su proceso de beatificación está paralizado desde hace años, eso no impide que cientos de fieles peregrinen dos veces al año al pueblo donde nació, vivió y murió Luisa, ubicado a la altura del kilómetro 38 de la carretera Los Libertadores.

Y algo más al sur, en el centro de la ciudad de Ica, Edith Peñavásquez, la madre de José Luis Tipacti, el niño Chicho, conserva unas canicas que también tendrían propiedades extraordinarias. Según contó Edith a El Comercio el año pasado, las canicas de su hijo fallecido ayudan a los comerciantes a vender su mercadería.

El culto al niño Chicho, quien falleció aplastado por una pared en el terremoto del 2007, ha crecido desde la tragedia. Sus fieles han instalado una capilla en el lugar donde murió, a una cuadra del Templo de Luren. El lugar está adornado con cientos de fotografías de personas que han pedido deseos a Chicho o que le agradecen por uno concedido. Edith, la madre, recalca que no es su hijo quien realiza los milagros sino Dios a través de él.

En Ica también se le rinde culto a Melchora Saravia Tasayco, la Melchorita (1897 - 1951) y a Julia Rosa Muñante Milos, Rosita de Pachacútec (1966 - 1974). Asimismo, en Cusco se venera al extraño Niño Compadrito (que tiene la apariencia de un esqueleto) y en Cajamarca se le pide milagros a Udilberto Vásquez Bautista, quien fue fusilado en 1970 tras ser acusado de violar a una niña.

-Fervor de multitudes-
Sin duda la devoción popular más extendida en Perú -hasta el punto de convertirse en un ícono pop- es el de Sara Colonia Zambrano, Sarita (1914 - 1940). Según el documentalista y psicólogo Javier Ponce, el fervor por esta joven huaracina no solo está vigente hoy sino que sigue transformándose. “Hasta los noventa había muchos microbuseros y choferes de camión entre los devotos. Hoy van personas de todo tipo, incluso del extranjero. Eso sí, continúan sus seguidores legendarios: prostitutas, travestis y delincuentes”, dice Ponce quien presentó el documental “Sarita Colonia, la tregua moral” en el 2016.

Aunque solo existe una fotografía en blanco y negro de Sarita Colonia y su biografía varía según cada devoto, su imagen es parte de nuestra cultura popular. El rostro de la ‘santa’, más adulto que en la foto original, ha sido retocado innumerables veces y figura en estampitas, tatuajes, murales y en obras de arte contemporáneo.

Sobre los milagros de Sarita Colonia da fe Mariana Isla, una ama de casa de 77 años que acude una vez a la semana al mausoleo de la joven, en el cementerio Baquíjano, en el Callao. Ella asegura que Sarita curó a su sobrino de una dolorosa enfermedad y por ello le tiene fe desde 1977.

Mariana cree que ya es tiempo de que Sarita reciba un reconocimiento de parte de la Iglesia Católica.“Sería tan bueno que el Papa canonice a Sarita”, anhela esta mujer quien también es devota de Santa Rosa de Lima, del Señor de los Milagros y de la Santísima Cruz de Motupe.

-Estrategias de supervivencia-
Si el Perú tiene dos santos autóctonos -Santa Rosa de Lima y San Martín de Porres-, procesiones y varias imágenes sagradas, ¿por qué hay quienes orientan su fe hacia lo extraoficial? La explicación que plantea el antropólogo Harold Hernández Lefranc -quien ha analizado el tema por décadas- es que los “santos” populares satisfacen las necesidades metafísicas de la población más desfavorecida, la que se siente marginada por la Iglesia.

En vez de ver señales de ignorancia o superstición, Hernández encuentra en las devociones populares “una estrategia moral de supervivencia social, cultural y económica”. “Dicho de una forma sencilla, creo que [esos cultos] hacen que la gente sea menos desdichada, hacen de la vida algo más soportable”, explica.

Por su parte, la teóloga y socióloga Gládiz Huamán,apunta que aunque la Iglesia no proscribe la religiosidad popular sí recomienda que no se trate como santos a personas que no han sido reconocidas. “La devoción por Sarita Colonia no es una idolatría, pero tampoco forma parte de la liturgia. En Roma hay un tribunal que ve las causas de los santos. Los trámites de beatificación y canonización pueden durar años”, dice Huamán.

Y, por último, el padre Ricardo Fernández, director de Estudios Teológicos de la Universidad Católica San José, añade que lo importante para la Iglesia no es el monopolio del fervor sino evitar el culto a la personalidad y la comercialización de la fe. “Los santos declarados no son los únicos santos. De hecho, una madre o una abuela pueden ser grandes santas aunque nunca estén en un altar”.

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