La historia de quienes se enfrentaron a la primera ola y ahora se alistan para la segunda (Fotos: Essalud - Renzo Salazar/@photo.gec)
La historia de quienes se enfrentaron a la primera ola y ahora se alistan para la segunda (Fotos: Essalud - Renzo Salazar/@photo.gec)
Gladys Pereyra Colchado

El médico Mauricio Alfaro sintió verdadero temor el día que le dijeron que lo iban a entubar. Luego de varias semanas luchando contra el en y , la enfermedad le alcanzó en el mes de junio. Pero si hay algo peor que infectarse en pleno pico de la pandemia es que a esto se sume el dengue para agravar su estado. Mauricio fue uno de los médicos que se sumó a la primera brigada de profesionales de la salud que en mayo viajó a Iquitos para intentar contrarrestar el avance del virus en una de las ciudades más golpeadas del país.

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Ese mes, y el de otros médicos y enfermeras que integraban la primera comitiva de valientes. En los ocho meses que pasaron desde ese informe, sufrieron pérdidas personales, se contagiaron, viajaron a diferentes regiones para atender un virus que se diseminaba con facilidad y, sobre todo, continuaron luchando contra la pandemia. Todos coinciden en que están dispuestos a volver a Iquitos u otra ciudad que necesite refuerzos por aumentos de contagios. Tal como van las últimas semanas, estiman que ese llamado no tardará mucho. Estas son sus historias.

Magaly Campos: “Necesitaba darle la revancha a esa maldita enfermedad”

Enfermera

Rudy Magaly Campos Ponce. (Foto: Essalud)
Rudy Magaly Campos Ponce. (Foto: Essalud)

El 1 de mayo, día que llegó a Iquitos como parte de la primera brigada del hospital blanco de Essalud, tenía una sola idea en la cabeza: ver a su padre internado días antes por COVID-19. Pero no pudo, ese día la recibió una pila de cadáveres en bolsas que no entraban en un mortuorio desbordado y pacientes graves que se desvanecían en el jardín del hospital por falta de oxígeno. “Había tanto trabajo que hacer que solo nos pudimos desocupar a las 11 de la noche, pero todo el tiempo en mi mente estaba mi papá”, recuerda. El tiempo que permaneció como enfermera en el hospital temporal su vida se resumió así: entre la urgencia de ayudar a los pacientes que colmaban el nosocomio y la necesidad de estar cerca de su padre. Desayunaba y comía en el hospital ante la fuerte demanda y, al mismo tiempo, estaba pendiente de él. Uno de los episodios más duros que recuerda fue cuando se malogró el ventilador mecánico que le proveía de la respiración que menguaba por el virus. “Yo misma le tuve que dar oxígeno con la bolsa de reanimación toda la noche”, cuenta.

Pese a los esfuerzos, el 18 de junio, luego de casi dos meses internado, su padre falleció en la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI). “Me dieron descanso por luto unos días, pero no aguanté, tuve que regresar. Necesitaba darle la revancha a esa maldita enfermedad”. Esa venganza la concretó asistiendo a más pacientes contagiados hasta que la pandemia fue cediendo en la ciudad. Cuando el turno en Iquitos se acabó, fue llamada como coordinadora de enfermeras a implementar el hospital temporal en Moquegua y, luego, fue el turno de Ica.

Ahora, ya en Lima, traslada a pacientes en la ambulancia N°14 del Sistema de Transporte Asistido de Emergencia (STAE) de Essalud. Debido a la caída de contagios en noviembre, ya no solo se trata de casos COVID-19, aunque, por el aumento de contagios en las últimas semanas, presume que no será así por mucho tiempo.

Mauricio Alfaro: “Casi me muero”

Médico cirujano

Mauricio Alfaro Zola (Foto: Essalud)
Mauricio Alfaro Zola (Foto: Essalud)

Apenas unos meses después de egresar de la carrera de Medicina Humana de la Universidad Ricardo Palma, Mauricio Alfaro se enfrentó a lo peor de la pandemia en Iquitos. “Nunca vi tanta gente morir”, dice. Aun así, cuando terminó su primer turno de 20 días y cumplió cuarentena en Lima, volvió en junio para seguir trabajando en el hospital de campaña hasta que lo destacaron a Madre de Dios. En esta ciudad vivió su experiencia más difícil, no solo porque el escenario era igual de caótico que las primeras semanas en Iquitos, sino porque se contagió de COVID-19 y dengue.

“Casi me muero, me tuvieron que evacuar de emergencia en el avión presidencial junto a Martín Vizcarra”, cuenta. En Lima, fue internado en la UCI de la Villa Panamericana hasta que un infectólogo le recomendó un medicamento nuevo para tratar el dengue, enfermedad que le provocaba más daños que el mismo coronavirus. “Cuando me dio un día para conseguir las ampollas o me intubaban ahí me asusté. Yo estaba trabajando por mi país, pero tengo un hijo de 3 años y estaba preocupado”, cuenta. A un precio de 10 mil soles que no cubrió su seguro de salud, la familia de Mauricio consiguió el fármaco y Mauricio se logró recuperar de ambas enfermedades. Veinte días después, ya estaba de regreso al trabajo y a los viajes con los hospitales temporales. Estuvo en Tingo María, Huancapi (Ayacucho) y Carhuaz (Áncash), hasta que, con la disminución de casos, retornó a Lima. Ahora se desempeña en el centro de telemedicina de Essalud, pero es consciente que la tregua del COVID-19 no durará mucho. “En enero o febrero se reiniciarían las brigadas. Claro que me sumaría para viajar”, asegura. Eso sí, pide mejores equipos de protección personal para garantizar su salud y el prometido bono COVID-19 que hasta hoy no recibe.

Jimmy Esteves Picón: Veíamos escenas de dolor más de una vez al día”

Médico coordinador del hospital blanco de Iquitos

Jimmy Esteves Picón. (Foto: Essalud)
Jimmy Esteves Picón. (Foto: Essalud)

Entre la incertidumbre por la evolución de la pandemia en Iquitos y las carencias para atender a pacientes en el momento más crítico de la ciudad, el hospital blanco, bajo el liderazgo del médico Jimmy Esteves Picón, funcionó cinco meses seguidos hasta que cerró su carpa a mediados de setiembre. En todo ese tiempo, Esteves, tal como ocurrió con otros médicos y enfermeras, estuvo directamente afectado por un virus que alcanzó a sus familiares. Su madre, sus abuelos y su suegra – todos mayores de 60 años y con comorbilidades – se enfermaron y tuvo que ingeniárselas para implementar una atención a distancia para ellos sin descuidar a los casos que no dejaban de llegar a las carpas. En esos meses, dos cosas se le hicieron más difíciles de aguantar: el aislamiento de su propia familia por cuestión seguridad y el momento en que tenía que hablar con los familiares de pacientes fallecidos para darle la noticia. “Era ver escenas de dolor más de una vez al día”, recuerda.

A diferencia de mayo, en los últimos meses del 2020, Iquitos no tenía pacientes que se desvanecían en colas esperando oxígeno ni cuerpos que se acumulaban por el desborde del mortuorio, pero sí una creciente relajación en la prevención.

Para 16 de diciembre había 13 pacientes hospitalizados por COVID-19 en la región Loreto. Un mes después, el 15 de enero, sumaban 86, según cifras oficiales de la Diresa Loreto.

Toshi Luna Reyes: “La realidad nos explotaba en la cara”

Médica cirujana

Toshi Luna Reyes. (Foto: Essalud)
Toshi Luna Reyes. (Foto: Essalud)

Una realidad que le explotó en la cara. Así resume Toshi Luna Reyes su primera experiencia como médica en el hospital blanco de Iquitos. La abrumadora cantidad de pacientes que necesitaban oxígeno, la enfermedad engañosa que hacía que un día le canten ‘Feliz Cumpleaños’ a un anciano y a los pocos consignen la hora de su muerte o la urgencia de aplicar al mismo tiempo todo lo aprendido marcaron las tres semanas que duró el turno de la recién egresada médica en la primera brigada de profesionales que viajaron de Lima a la ciudad loretana.

Tal como muchos de sus compañeros, una vez concluida su cuarentena, volvió a Iquitos hasta que los casos disminuyeron considerablemente. Lo siguiente fue participar en la brigada itinerante en Tingo María, Abancay y Huaraz. Fue en esta última ciudad donde encontró una situación que se agravaba por las heladas que para agosto alcanzaban temperaturas bajo cero. “Teníamos tantas neumonías que no se sabía cuál era COVID-19 o cuál no y el hospital no se daba abasto”, cuenta. Para su familia, el coronavirus tampoco fue ajeno. Sus padres se contagiaron, pero lograron superar sin secuelas la enfermedad. Hoy, en Lima, Toshi enfrenta la pandemia desde la prevención. Como parte de su trabajo participa de campañas de despistaje, charlas de promoción y tamizajes casa por casa. Sin embargo, con el aumento de contagios, ha encontrado una creciente indiferencia. Pese a todo lo vivido en los últimos siete meses, la médica se topa a casos positivos que se rehúsan a ser trasladados a la Villa Panamericana o a aislarse por al menos dos semanas. Eso le preocupa, pero no duda por instante volver a viajar si la segunda ola trae de regreso esas dolorosas escenas que ella misma vivió hace unos meses.

Paola Figueroa Fernández: “Parece que todo el trabajo cayó en saco roto”

Médica

Paola Figueroa. (Foto: Essalud)
Paola Figueroa. (Foto: Essalud)

El viaje de Iquitos a Yurimaguas en río puede tardar en promedio 12 horas. Pero con una carga de balones de oxígeno, a Paola Figueroa y a la brigada conformada por médicos, enfermeras, técnicos, químicos farmacéuticos e infectólogos les tardó casi el doble de tiempo. Fueron 22 horas que la médica no olvida porque, luego de la dura experiencia en la ciudad de Iquitos, tocaba enfrentar la pandemia en otra localidad igual de vulnerable. En dicha ciudad permaneció dos semanas y lo siguiente fue ira a Jaén (Cajamarca).

Después de Iquitos, Jaén fue la realidad más desalentadora que encontró como coordinadora de brigada. “Éramos la primera brigada que llegaba a Jaén y todo era terrible. El hospital había colapsado, como no había mortuorio, los muertos eran colocados en el pasadizo hasta que los llevaban”, cuenta. De Jaén viajó a Huánuco y, finalmente, de regreso a Lima en octubre, donde se desempeña en el área de Detección Temprana con campañas de despistaje a domicilio.

Pese a todo lo que ha cambiado desde que llegó a Iquitos en mayo pasado, Paola asegura que el impacto emocional sigue intacto. Se siente cansada, llora a solas y la frustración la desborda cuando ve el incremento de casos de las últimas semanas. “Parece que todo el trabajo cayó en saco roto. Es desalentador porque nosotros nunca paramos dice”. La segunda ola parece darle la razón.

Giner Lugarte Caballero: “No hemos dejado de viajar desde que empezó la pandemia”

Enfermero

Giner Lugarte Caballero (Foto: Essalud)
Giner Lugarte Caballero (Foto: Essalud)

Luego de vivir la peor etapa de contagios en Iquitos, con pacientes a los que la falta de oxígeno les despojaba de la oportunidad siquiera de luchar contra la enfermedad, Giner Lugarte realizó otros nueve viajes para atender casos COVID-19 en el país. En junio, integró la brigada de salud desplegada en las comunidades asháninkas de la cuenca del río Tambo (Junín) como Poyeni, Shejova y Betania. Para julio, participaba en la implementación y funcionamiento del hospital temporal de Ica, región que para ese momento se convertía en el siguiente epicentro de la enfermedad. Agosto, setiembre, octubre y noviembre significaron campañas en San Lorenzo, en la provincia Datem del Marañón (Loreto), en Chachapoyas (Amazonas), Moquegua, Cusco, Chiclayo (Lambayeque) y Trujillo (La Libertad).

Pese a que las brigadas redujeron sus misiones temporalmente por la reducción de contagios, los viajes no terminaron ahí. Como parte del servicio itinerante Hospital Perú desde hace 12 años, Giner sigue recorriendo las regiones para ampliar la oferta de atenciones no solo en casos de coronavirus. “Realizamos campañas preventivas de salud en coordinación con el Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas. Nos unimos para acciones masivas. Hace poco estuvimos en Cayaltí y Ferreñafe, en Lambayeque”, explica.

En diciembre, sin embargo, estuvo de vacaciones junto a su familia en Iquitos. ¿Cómo era volver a un lugar donde vio tanto sufrimiento por el COVID-19? “Parecía otro lugar”, dijo. Para entonces, el ambiente relajado había retomado en la ciudad, sin embargo, el 2021 y el incremento de contagios ha traído de regreso recuerdos de lo peor que dejó la pandemia.

Vianca Yalta Gómez: Es difícil ver a la gente desvanecerse”

Enfermera

Vianca Yalta Gómez. (Foto: Essalud - Renzo Salazar/ @photo.gec)
Vianca Yalta Gómez. (Foto: Essalud - Renzo Salazar/ @photo.gec)

El 22 de junio, Vianca cumplió 24 años rodeada de pacientes graves por el COVID-19 y un turno de que duró todo el día. Por esas fechas, su abuelo de 74 años había sido internado en el hospital blanco de Iquitos con un cuadro crítico por falta de oxígeno. Ella, como una de las enfermeras que integraban la tercera brigada de profesionales de la salud que viajó desde Lima, también tenía la carga emotiva de velar por su abuelo. Y la esperanza se le acababa. “Estaba muy mal, mis amigos de la brigada me apoyaron para poder ingresarlo, pero yo veía que no había esperanza”, cuenta.

Sin embargo, luego de 19 días en cuidados intensivos, su abuelo logró recuperarse y dejar el hospital. Pero ahí no terminó su pesadilla personal por el coronavirus. Otros miembros de su familia se contagiaron y murieron en los meses siguientes. Aun así, no dejó de viajar y después de Iquitos se sumó a las brigadas en Jaén, Moquegua, Huancavelica y Cusco. “Es difícil ver a la gente desvanecerse, pero no solo necesitan medicamentos, también apoyo emotivo, moral. Están lejos de sus familias y yo entiendo eso”, agrega. Ella asegura que está lista para volver a viajar cuando se la necesite. Por el incremento de contagios, también cree que será pronto.

Julio Moreno: “No he visto nada más fuerte que las primeras semanas en Iquitos.

Médico

Julio Moreno Aranguren (Foto: Essalud - Renzo Salazar/ @photo.gec)
Julio Moreno Aranguren (Foto: Essalud - Renzo Salazar/ @photo.gec)

En mayo pasado, cuando terminó el turno de la primera brigada en Iquitos, el médico Julio César Moreno, de 27 años, dijo que estaba dispuesto a volver a la ciudad cuando cumpla su cuarentena.

De nacionalidad venezolana, Julio dice que considera a Perú como su madre adoptiva. Antes de la pandemia trabajaba en un centro de estética en Los Olivos, pero cuando supo de la convocatoria para integrar la primera brigada del hospital temporal en Iquitos decidió contribuir a la lucha contra la pandemia. Y así lo hizo. Para el mes de junio retornó a la ciudad loretana y, cuando esta empezó a superar la enfermedad, se trasladó a Tingo María, Huánuco y Abancay junto a los hospitales itinerantes que implementó Essalud.

“Creo que no he visto nada más fuerte que las primeras semanas en Iquitos. Faltaba oxígeno, ventiladores mecánicos y personal. Nos enfrentamos a lo más difícil”, recuerda. Hoy trabaja en el Centro del Adulto Mayor de Essalud de Surquillo, pero, como sus compañeros, está pendiente de futuros llamados para reforzar la atención en cualquier otro punto del país.


Ocho meses después, a todos los profesionales de la salud que participaron en este informe el nuevo coronavirus les golpeó directa o indirectamente. No solo a ellos, según el Colegio Médico del Perú, a la fecha 262 médicos han muerto por COVID-19 en el país y aún hay 30 que luchan por su vida en unidades de cuidados intensivos. Son la primera línea y también de los más vulnerables a una enfermedad que amenaza con golpear otra vez y más fuerte al país.

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