La sede de la Policía Antidrogas de Caballococha (provincia de Ramón Castilla, en Loreto, en el Trapecio Amazónico) se ubica en el angosto camino por el que se accede, a pie o en mototaxi, a Cushillococha, uno de los focos de siembra de hoja de coca en esta zona.
Cuando El Comercio recorrió el lugar, en octubre del 2014, autoridades y pobladores indígenas de Cushillococha reconocieron que siembran coca (y la venden sin preguntar quién la compra) por necesidad, aunque en áreas reducidas. Un comandante de esa base policial los contradijo y comentó que el negocio es muy amplio y muy dinámico. “El narcotraficante desayuna en el Perú, almuerza en Colombia y cena en Brasil”, dijo.
Esto es más que una metáfora. Los representantes de estos tres países en la Comisión Interamericana para el Control del Abuso de Drogas (Cicad) se reunieron esta semana en Trujillo, y entre los temas tratados estuvo la situación en esta triple frontera, uno de los ejes donde se concentran todas las fases del tráfico de drogas en la región.
Traficantes sin fronteras
Colombia produce alrededor de 430 toneladas de cocaína al año. Sus principales focos de producción y tráfico son la región Nariño (en el oeste colombiano, que desemboca en el Pacífico) y la zona amazónica, específicamente en Putumayo (frontera con Ecuador y el Perú) y el Trapecio Amazónico (frontera con Brasil y el Perú). En estos dos últimos ejes, se elaboran más de 65 toneladas al año.
Javier Flores, director de Política contra las Drogas de Colombia, reconoció que el control del lado colombiano de la frontera triple es “ineficiente” por cuestiones logísticas y hasta geográficas. “Lo que está ocurriendo es que la hoja de coca está en el Perú, pasa a transformarse a Colombia y sale por Tabatinga, en Brasil, al resto del mundo. La capacidad del Estado Colombiano de llegar es muy difícil, la interdicción es muy compleja y costosa”, dijo.
Del lado peruano es también difícil el control de un territorio tan distante (Caballococha está a más de ocho horas por río desde Iquitos, y hay vuelos pero interdiarios). Alberto Otárola, presidente ejecutivo de Devida, comentó que la cantidad de hectáreas de coca sembradas en los alrededores era mucho mayor a la que se calculaba.
Según la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito para Perú y Ecuador (Unodc), se pensaba que en esta zona había unas tres mil hectáreas cultivadas, aunque la Policía Antidrogas estimaba que eran unas seis mil. Pero eran muchas más.
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