Puno: La historia del primer juicio en aimara en el Perú
Puno: La historia del primer juicio en aimara en el Perú
Oscar Paz Campuzano

El juez Julio César Chucuya sorprendió a la sala de juzgamiento cuando comenzó a leer su fallo: “Juchanchtwa juchanchasiriru suxta mara mutuñapataki chiqa jist’atañapa...”.

Lo que hacía era condenar en a seis años de cárcel a un agricultor que violó en el 2011 a su cuñada. El ultraje ocurrió en una comunidad alejada en el distrito de Ilave, a una hora y media de .  

Cuatro años después de la violación, la agraviada, Elsa Butrón Chili, escuchaba a la justicia peruana fallar a su favor y en su lengua natal, la única que entiende a la perfección.

Ambos, juez y agraviada, fueron parte del primer juicio en aimara en el Perú, un proceso que ha hecho justicia incluso más allá de los tribunales: antes del 6 de marzo del 2015, día de la lectura del fallo histórico, nunca en el Perú se había juzgado en el idioma originario de los litigantes.

HISTORIA DE UNA VIOLACIÓN
Elsa Butrón Chili vive en la comunidad de Tuturuma. Tiene tres hijos y una casa de adobe. El 31 de mayo del 2011, a la 1:30 p.m., iba a recoger a su hija de la escuela, pero el hermano de su esposo, Felipe Mamani, le pidió ayuda para ordeñar una vaca. Lo que pasó después, Elsa lo recuerda con lágrimas y asco. 

Luego de la denuncia policial y de que la fiscalía acusara, el caso llegó a fines del 2014 al juez de Ilave Julio César Chucuya Zaga. En una de las audiencias, Elsa contó los hechos de nuevo, pero esta vez pidió hacerlo en aimara. Solo el fiscal se opuso. Chucuya impuso su autoridad. Dijo que la ley la amparaba.

Varias audiencias después, el magistrado natural del distrito puneño de Juli daba su veredicto en aimara, el idioma que aprendió en casa cuando escuchaba a sus padres hablar.

“Cuando era defensor público, fui testigo de cómo muchos acusados ni siquiera entendían por qué estaban siendo condenados o qué delito se les imputaba: el juicio no era en su idioma, eso sí era una injusticia”, dice dando un discreto golpe sobre su escritorio.

Chucuya piensa en voz alta: “¿Cómo el fiscal puede investigar o el juez condenar a una persona a quien no entiende? Aquí se trata de que el Estado rompa esa barrera, no de obligar a las personas a hablar en español”. Luego dice que sueña con ser juez supremo y, por qué no, congresista.

La tarde que El Comercio llegó a Tuturuma, Elsa paseaba a sus únicas tres ovejas. Al hacerle la primera pregunta, respondió: “En aimara, nomás”. Elsa estaba repitiendo el mismo pedido que le hizo al juez Chucuya, meses atrás. Ahora, mientras continúa amenazada por su agresor, Elsa no pierde la esperanza de que en segunda instancia haya un juez que la entienda.

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