Para la provincia cusqueña de Chumbivilcas, la tradición del Takanakuy libera, es una suerte de purga, de catarsis. Las cuentas pendientes no se han dejado reprimir en pandemia, Rina le acaba de asestar el golpe mayor a su vecina, un problema sentimental las llevo a resolver sus conflictos a puñetazos, ella es la vencedora del momento, los ronderos intervienen. Sin embargo, los parientes de su rival no aceptan la derrota, y así se desarrolla una reacción en cadena cual reguero de pólvora; se retan entre ellos y alcanza hasta la matriarca de cada familia; las abuelas también se lían a golpes por defender el honor de sus integrantes jóvenes, nadie quiere perder, los mismos brazos que golpean son los que sellan la paz sobre la violencia, los que le dan fin a sus diferencias.
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El campo deportivo de la comunidad de Llique, a media hora de Santo Tomás (capital de Chumbivilcas), es el ring de combate, donde la suma de peleas, de puñetazos y patadas entre varones y mujeres no cesa, ni con la lluvia y granizo, ni con pandemia. Es una “fiesta” de golpes, baile y música con huaylía. Por momentos, la pandemia parece no existir, unos cuantos portan barbijos, pero ninguno respeta el distanciamiento social. El ritmo de la huaylía es contagiosa, está en la sangre de quien nace en Chumbivilcas, la melodía en honor al nacimiento de Jesús vive en medio del canto, la danza y la pelea; como dicen, no hay Takanakuy sin huaylía; no hay huaylía sin Takanakuy.
En su libro “Takanakuy, cuando la sangre hierve”, el docente e investigador Víctor Laime Mantilla señala que esta fiesta costumbrista comienza el 26 de julio recordando a la virgen de Santa Ana en la comunidad campesina de Ccoyo. Luego, continúa el 8 de diciembre en la comunidad de Mosco y Ccollpa y, posteriormente, el 25 de diciembre, se celebra la fiesta central, que concentra fuerzas y valores juveniles, en la comunidad indígena de Santo Tomás (el 2020 y 2021 fue suspendido por las restricciones del gobierno) y en los distritos de Llusco y Quiñota, seguido, en Año Nuevo en las distintas comunidades indígenas de Santo Tomás.
Laime Mantilla explica que esta tradición “es el encuentro físico de cuerpo a cuerpo, a puño limpio, sin ninguna regla que impida el uso de atuendos de protección o atuendos de ataque, especialmente en el uso de zapatos. Pueden ser chuzos, botas de mineros con punta acerada u otros más contundentes. Lo único que se prohíbe es el uso de anillos en los dedos”.
Edison Chuquipa, de la comunidad de Collpa, pelea en medio de la lluvia, ha reprimido su rencor contra su rival por un año y ahora era el momento de descargar y dejar atrás las ofensas lanzadas. Al final, todo termina en un abrazo.
César Tinoco nació en Santo Tomás, pero ante la suspensión del Takanakuy en la capital chumbivilcana por el COVID-19, viajó hasta Llique para vivir la tradición. Él reafirma el objetivo del Takanakuy: este alivia el dolor de las relaciones dañadas -cuenta a este Diario-por los conflictos de terreno, líos familiares, personales. Pero también las personas pelean por el amor de una mujer, para defender a un pariente, o simplemente por deporte.
Mientras tanto, alrededor del ring del Takanakuy, la huaylia nunca cesa, las mujeres ataviadas en hermosos trajes coloridos bailan con ritmo típico y los varones disfrazados llevan distintos animales disecados sobre la cabeza. Así, en Llique desfilan tarucas, liebres, águilas, gato montés, zorros y hasta un imponente cóndor postrado sobre el cuerpo de un chumbivilcano.
Raúl Apfata nació el Centro Poblado de San José de Allhuacchuyo, baila la huaylía en la comunidad vecina de Llique con el atuendo y la cabeza de un chivo. Es uno de los pocos que lleva el barbijo, y nos cuenta que gastó más de 500 soles por conseguir el “traje de gala” para el gran día. Raúl se ha preparado para pelear, ha estudiado a su contendor. Esta primera semana del 2022 le espera el ring del pueblo que lo vio nacer y pelear, lo hace desde niño como sus abuelos, papás y tíos, no hay conflicto de por medio, solo es amor al deporte, al Takanakuy.
“Si yo pierdo salen mis hermanos, mis primos en mi defensa, esta tradición se practica desde mis ancestros, yo peleaba desde mis 6 años, es un deporte” dice Raúl.
Los golpes y la huaylía también se sobreponen a la pandemia en cada rincón chumbivilcano. La forma ancestral de hacer justicia vive en el takanakuy, en la que fluye la sangre, el dolor por el golpe. Pero todo se queda en ring, pues acabado el combate, todos vuelven a sus quehaceres y a ser tan vecinos o conocidos como antes.