—¿Qué sucede en la psiquis de un peruano promedio que el lunes vive con indiferencia una vacancia presidencial, el martes vibra con un partido, el miércoles ve en las noticias que un exmandatario preso va a salir de la cárcel y luego ya no, el jueves observa con hartazgo una censura y el viernes se asusta al ver una protesta violenta en Huancayo?
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Es insólito y es un tremendo desafío. Esa montaña rusa de emociones es algo que, por definición, debería ocurrir de manera excepcional, pero está empezando a ocurrir de manera cada vez más frecuente y, efectivamente, nos obliga a hacer actualizaciones del software, pero cotidianas. La mente no está preparada para eso. Esto genera una turbulencia emocional para la que prácticamente nadie está preparado y es muy disruptivo.
—¿Eso genera un estrés, o hay algo más profundo que se forma alrededor?
Lo más globalizador, digamos, sería el estrés, pero también una gran ansiedad que es fruto de no saber qué es lo que va a ocurrir. Hay algo llamado previsibilidad, que para los niños es fundamental; los adultos se supone que estamos un poco más preparados para estos cambios. Sin embargo, este nivel de crisis en el que estamos nos pone en una situación de vigilancia, de alerta permanente y eso nos angustia, nos desorganiza. No tenemos idea lo que va a ocurrir el día siguiente.
—A un tomador de decisiones, a un líder político, ¿cómo lo afecta? Pienso en un gerente o un pequeño empresario, en un ministro o un funcionario promedio. No saben qué hacer, u optan por no hacer nada.
Bueno, esa es la definición fundamental del estrés. Lo que en el reino animal se dice ‘fight or flight’, pelea o vuela. Pero cuando no puedes ni hacer ni una cosa ni la otra, cuando ya el animalito está acorralado por el depredador, ahí comienza el estrés y tiene repercusiones psíquicas, incluso físicas.
—¿Cuándo fue la última vez que usted se despertó, leyó el periódico y pensó: “OK, este es un día normal”?
En primer lugar, mucha gente y yo incluido hemos tomado la decisión de dosificar la información. De hecho, yo se lo recomiendo a mis pacientes, porque la información que recibimos es abrumadora y abrumadoramente negativa en su gran mayoría. Las perspectivas son tremendamente desalentadoras, la desazón que esto está generando es creciente. Es muy fácil profetizar hacia atrás, pero yo siempre tuve la sensación de que este gobierno iba a ser un desastre, pero sí me ha sorprendido el nivel y la rapidez del desastre. A todas las personas que tienen que tomar decisiones se les hace tremendamente difícil, pero también los ciudadanos de a pie ahora ya han empezado a sentir de manera muy directa que esto los afecta de una forma devastadora.
—En una reciente columna escribió que “nada conviene más a la patología grupal de quienes detentan el poder que la lasitud de las mayorías”.
Me refería, por supuesto, tanto al Ejecutivo como al Legislativo, que en esto son claramente cómplices, ‘fifty-fifty’. Pensábamos que el Congreso podía servir de equilibrio y hemos quedado ferozmente engañados. Lejos de ser un contrapeso, más bien han hecho una alianza de facto, una cosa que nadie había previsto.
—Hay un presidente que no lidera, y tenemos al frente a un Congreso que no decide. Si trasladamos esto a una familia, ¿qué siente un hijo cuando sus padres no atinan a conducir el hogar? ¿Cómo se traduce eso en las emociones?
Hay un desamparo. Por ejemplo, un niño que ve a su madre paralizada, probablemente porque está muy deprimida, hace lo posible por reactivarla, por animarla hasta que a veces lo logra. Pero si esto fracasa, el niño entra en un estado de desesperanza aprendida.
—¿Estamos ahora bajo esa desesperanza aprendida?
Hemos estado funcionando así. Para seguir con la metáfora: si el papá ni la mamá son capaces de asumir su rol, los niños entrarán en un estado de orfandad y desesperanza. Ese grado de frustración ha llegado ahora a un punto de saturación. Se puede tolerar durante un tiempo, pero en algún momento se traduce en agresión.
—La desaprobación al Gobierno es amplia y casi consensuada, pero pocos salen a la calle a protestar pese a toda la organización y los anuncios. Pero luego Lapadula mete un gol y la gente se agolpa en el parque Kennedy. Días después, la misma cantidad de gente paraliza Huancayo en una grave protesta. ¿Qué moviliza más, la alegría o la frustración?
La alegría moviliza, y sobre todo una alegría tan grande como esa. Y además es una alegría con alivio también, porque había una gran angustia. Pero también es, creo yo, [que] hay ahora mismo un desfogue ante una situación encapsulada, un desfogue ante un país que está completamente a la deriva. En cambio, esas marchas… la mayoría han sido convocadas por líderes que están completamente desacreditados, y por lo tanto la posibilidad de que sean ellos quienes conduzcan una nueva manifestación de revuelta es ínfima.
—Leí unos carteles que mostraron dos mujeres en Huancayo. Uno decía “Castillo, deja de victimizarte”, y el otro “Ignoraste al pueblo que te apoya”. Esos deseos de representación, de los que hablabas hace unos minutos, se están cayendo estrepitosamente.
Se están cayendo estrepitosamente. Entre las muchas cosas que hay que reprocharle a Castillo, quizá una de las más graves simbólicamente es esa, precisamente: el haber defraudado la enorme, la histórica esperanza que muchas peruanas y muchos peruanos pusieron en él, sintiéndose representados por una persona que está mucho más cercana, por sus orígenes, por ser un maestro de pueblo. Tristemente nos hemos encontrado –mucho más rápido de lo que esperábamos– con que el único interés de todo su entorno y del propio presidente era la corrupción y el copamiento y el desmantelamiento del Estado. Como la serie que acabo de terminar, “Los Sopranos”, donde la banda de Nueva Jersey y la de Baltimore se unen porque no es conveniente para el negocio seguir matándose.
—¿Sigue usted pensando, como meses atrás, que quizá Pedro Castillo en el fondo tiene el deseo de ya no ser presidente?
Yo sigo pensando que él tiene mucho miedo porque sabe que no está calificado para ser presidente del Perú. Bueno, quién está calificado para ser presidente de este país... Es algo muy complejo y además necesitas un entorno funcional que te ayude, que te apoye, que te enseñe. Yo creo que Castillo sigue conflictuado con esto. Lo que no había previsto es que tan rápidamente aparecieran evidencias groseras de corrupción. Entonces, ya solamente queda un actor capaz de que esto cambie: la calle. Y la calle ya se empezó a poner en marcha y, como tenía que suceder, no de manera pacífica, tranquila y ordenada. Son movimientos espontáneos de masas y eso, por definición, es imprevisible.
—Se cumplen 30 años del autogolpe del 5 de abril, uno de esos grandes momentos traumáticos de la vida política del país. Y coincide con la tensión en torno a la probable liberación de Fujimori, otro de los viejos traumas.
El fujimorismo, efectivamente, ha sido un actor fundamental en la vida política de estas décadas, pero esta vez hemos llegado a una situación límite. No me atrevería a decir que es el fin del fujimorismo, porque hay mucha gente que todavía sigue pensando que el balance del gobierno de Alberto Fujimori fue positivo, a pesar de que hay tanta evidencia que muestra lo contrario. Pero las expectativas morales en la sociedad peruana son bajas y el fujimorismo ha aprovechado esto mucho, porque aunque no han ganado las elecciones presidenciales, han tenido importantísimas representaciones en el Parlamento, donde todos hemos visto cómo se han comportado. A la vez, el antifujimorismo ha sido cada vez mayor y, a mi parecer, lo seguirá siendo. Hay sectores de la derecha que han comprendido que ya no les conviene, que no les es funcional.
—En el libro “Afrontar el desastre”, abordó ciertas teorías sobre el miedo, y habló de lo irrepresentable. ¿A qué le tiene miedo el peruano hoy? ¿A qué le tienen miedo la clase dominante y la clase dominada?
Hemos llegado a un punto tan crítico, donde estamos hablando de cuestiones básicas en términos de supervivencia. Supervivencia incluso en el sentido literal, cotidiano, como aquellas personas que no tienen para comer o para medicinas, que están empezando a escasear clamorosamente. Pero la clase política también siente que su supervivencia está en juego. Lo irrepresentable es qué va a pasar después, porque tristemente, mientras las reglas del juego sean las mismas, vamos a tener variantes de lo mismo.
—Como en la clásica película de terror: se abre la puerta aun sabiendo que algo malo sucederá.
En esas mismas películas de terror, el villano nunca termina de morir y reaparece cuando ya van a aparecer los créditos. Ese villano es el producto de historia terrible de opresión, desigualdad, racismo, clasismo, discriminación. Esta parecía ser una oportunidad de comenzar a cambiar en alguna medida todo eso.
País de emociones frágiles
—¿Por qué queremos tanto a Cueva? No tiene el biotipo y tuvo mil problemas de indisciplina, además de un penal fallado, pero es pícaro, decidido, desenfadado. ¿Qué estamos encontrando en él?
En primer lugar juega lindo, ¿no? No tiene, pues, el biotipo de estos jugadores grandes como los hay. Es un patita de Huamachuco, pero a la vez es un criollo. Es un personaje que abarca muchas cosas, vilipendiado por el famoso penal errado contra Dinamarca y también sus indisciplinas, pero a la vez pareciera que estuviera realmente jugando, para él todo esto es muy divertido.
—Al otro lado está Lapadula: el sacrificio, el drama renacentista en cada jugada. Hace dos años no tenía DNI, ahora canta “Contigo Perú”.
Somos una nación extremadamente compleja, una amalgama de identidades no muy bien ensambladas, una sociedad bastante fracturada y fragmentada. Entonces, Lapadula representa a un hombre que, por lo menos en el imaginario nacional, eligió al Perú sobre Italia.
—¿Qué es Gareca para el imaginario nacional?
Es una gran figura de liderazgo. Algunas personas con mala leche dicen: ¡cómo es posible que Perú vaya al Mundial con un equipo de ese nivel! Ese es exactamente el mérito de Gareca. A un equipo sin superestrellas lo ha organizado y lo ha vuelto solvente, competente.
—Usted estuvo en el Parque de los Príncipes, uno de los momentos de gloria futbolera peruana. ¿Cuál fue el peor que vivió?
Quizá el peor momento fue el 6-0 contra Argentina. Un momento muy doloroso no solamente por la paliza, sino también por las sospechas de corrupción. Sentí que había emergido lo peor de la sociedad peruana en ese momento, dentro y fuera de la cancha. En ese entonces sí teníamos grandes jugadores de talla mundial y lo genial es que ahora no los tenemos y estamos dando la pelea. También es muy peruano eso de agarrarse al abismo y, cuando crees que vas a caer… Somos un país de emociones frágiles.
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