“No nos van a doblegar”, afirmó el presidente Vizcarra desde Tacna la semana pasada. (Foto: Presidencia)
“No nos van a doblegar”, afirmó el presidente Vizcarra desde Tacna la semana pasada. (Foto: Presidencia)
Diana Seminario

La semana que pasó vimos cómo el cambio de discurso y de actitud del presidente traicionaba lo que fue su auspicioso inicio el 23 de marzo de este año.

Tras la renuncia del presidente Pedro Pablo Kuczynski, el primer vicepresidente Martín Vizcarra se colocó la banda presidencial y pronunció un esperanzador mensaje: “Lo que ha sucedido debe marcar el punto final de una política de odio y confrontación, que no ha hecho otra cosa que perjudicar al país. La clase política, y sobre todo quienes detentamos cargos públicos, tenemos la obligación de dar respuestas a las muchas necesidades, demandas y aspiraciones de cada uno de los peruanos, y no enredarnos en peleas encarnizadas que terminan haciendo un enorme daño al Perú”.

Sin embargo, los hechos de la semana pasada marcan una contradicción con el discurso de aquel histórico 23 de marzo.

Luego de que ante la pregunta del periodista Enrique Castillo, Keiko Fujimori revelara las reuniones que sostuvo con el jefe del Estado, el presidente lamentó haber negado tales encuentros. ¿Es acaso ilegal una reunión de ese tipo? No. ¿Tanto miedo le tiene al rechazo del sector que considera inviable cualquier acercamiento con la lideresa de la mayoría congresal? ¿Cómo pretende llegar a consensos sin diálogo?

El contraataque vino desde Tacna. “No nos van a doblegar”, decía el mandatario en ese estilo que genera el éxtasis en sus nuevos admiradores. Este mereció un editorial de este Diario: “En vez de lanzar fórmulas grandilocuentes, el presidente haría bien en recordar que, en tanto líder de todos los peruanos –incluyendo aquellos a los que critica–, lo que esperamos de él es que trace la ruta a seguir para impulsar el crecimiento económico, destrabar los grandes proyectos de inversión y viabilizar la reforma de las instituciones, etcétera”.

Reflexione, presidente, y vuelva a la hoja de ruta de marzo, cuando advertía de “la obligación de dar respuestas a las muchas necesidades, demandas y aspiraciones de cada uno de los peruanos, y no enredarnos en peleas encarnizadas”.

Mientras la discusión se centraba en las reuniones, se registraba un rebrote de sarampión, más de 78 mil kits no llegaron a tiempo a 93 distritos afectados por heladas y friajes, y ocho mil alpacas murieron en la provincia de Caylloma.

Además, la inseguridad ciudadana y la violencia ya no son prioridad: se registran cuatro secuestros al paso en falsos colectivos en un solo día, según reportaje de Latina, y el comandante PNP Edwin Jiménez Navarro falleció el viernes pasado luego de sufrir agresiones en el Estadio Nacional durante el partido entre Universitario de Deportes y Alianza Lima.

Es cierto que la reforma del Poder Judicial y del CNM son urgentes y que su anunciado referéndum se ha convertido en prioridad, pero no se olvide, presidente, de que hay gente de a pie que espera su cercanía, su preocupación por aquello que le afecta en su día a día. No confronte, enfrente los problemas. No habrá peruano que no aplauda ver que un buen ejercicio de la política y del poder mejoran la calidad de vida de las personas. No hacerlo sería mezquino.

Vuelva a leer su discurso del 23 de marzo, confróntese usted mismo. Lo extrañamos, presidente.