Para la mayoría de peruanos, la cara visible de la salud pública en el país no es un ministerio. Aunque hoy el pararrayos político del gobierno se llama Víctor Zamora, el médico al frente de la cartera que diseña la estrategia contra la pandemia, el brazo operativo para atender a los enfermos es –en buena medida– una economista: Fiorella Molinelli.
“Con mucho esfuerzo la seguridad social ha tenido la mejor respuesta en atención y desarrollo de infraestructura”, alega ella. Pero no es un escenario para estar orgulloso. El logo de EsSalud adorna la fachada de hospitales colapsados. Por ejemplo, el Hospital III de Iquitos, donde los doctores mueren en brazos de sus colegas; o el Sabogal, con medio equipo médico fuera de servicio por contagio. Ambas son historias que han sido contadas por El Comercio.
Molinelli, la encargada de llenar esos vacíos, ahora además debe seguirle el paso a la pandemia. “Mientras esté a la cabeza no nos vamos a rendir, seguimos viendo para crecer en camas y atenciones”, asegura. Seis fuentes con las que conversó este Diario –cuatro exsubordinados y dos que todavía lo son– confirman que lo suyo es trabajar con el pie en el acelerador.
Mensajes a las 4 de la mañana y supervisiones a hospitales cerca de la medianoche: ese es el tipo de liderazgo que describen quienes trabajaron con ella. Seguirle el paso, dicen, es difícil. Y cuentan que no parpadea al cortar una cabeza. “El día que no le sirvas, te bota de una patada”, relata una fuente. Casi todos recuerdan escenas así: “Quiero la solución o tu carta de renuncia”. Ella prefiere verlo como “un reto” para su equipo. “Saben que en los puestos de confianza solo los buenos sobreviven”, declara.
Aunque también genera anticuerpos entre los médicos (en abril un sindicato de EsSalud la denunció por presunta exposición al contagio y muerte), sus extrabajadores coinciden en que es pragmática para hacer política dentro y fuera de su institución. “Lee muy bien la política en todo nivel, es muy rápida para eso”, reconoce uno.
Amiga cercana de Pilar Nores –a quien cuenta haberle dado clases de nivelación en Economía cuando estudiaba el doctorado en la Universidad de San Martín–, Molinelli ha logrado contener en cierta medida al fuerte sector aprista de su institución. Aun así, ella garantiza que no volverá a presentarse al Congreso. Lo hizo en la última campaña presidencial y sacó solo 12 mil votos.
Pero distintas fuentes sí le ven claras ambiciones en ese rubro. Parte de la percepción se basa en su obsesivo afán por controlar lo que se publica sobre ella. Afirman que revisa al detalle las fotos que le toma su equipo de comunicaciones y pide rectificaciones siempre.
Es en ese empeño por su imagen pública que cuenta su historia a este Diario, por escrito. Hija de una maestra pública y un empleado del Banco de la Nación, Molinelli creció en el Callao. Para ir al colegio apenas tenía que cruzar Guardia Chalaca. Rápidamente, inició una larga carrera en el sector público: Osiptel, Indecopi y Osinergmin. En este último, su mentor fue Alfredo Dammert, luego coimputado suyo por presunta colusión en el Caso Chinchero.
También participó en el ‘equipo de destrabe’ que se formó en el gobierno de Ollanta Humala. Con esa etiqueta llegó, en el 2016, a la campaña de Peruanos por el Kambio: la especialista en sacar los proyectos paralizados. Entonces vino Chinchero. Pedro Pablo Kuczynski había adelantado que destrabarlo sería prioritario y ella era viceministra de Transportes.
La adenda que firmó, coinciden las fuentes, es el gran lastre político de su carrera. “Chinchero no me molesta. Cuando voy, recibo el cariño de la gente del Cusco [...]. Fuimos parte de un cóctel de enfrentamientos entre el Ejecutivo y el Congreso”, replica ella.
Poco antes de renunciar, PPK le ofreció Essalud. Lo rechazó dos veces, pero –dice– se convenció con la llegada del papa Francisco. “Por resolver cosas este no va a ser el primer problema en el que me voy a meter”, se le oye decir en el seguro social, cuenta una fuente. Allí sigue siendo la gestora del destrabe. En una institución conocida por su lentitud burocrática, levanta hospitales de construcción rápida y soluciona carencias sobre la marcha. Por más rápido que vaya, sin embargo, la pandemia parece ir más veloz.