¿Cuánto puede pasar en solo dos años? En marzo del 2018, Martín Vizcarra vivía a 6.400 kilómetros del Perú, en la fría ciudad de Ottawa, Canadá. Desde allí, veía en silencio cómo Pedro Pablo Kuczynski (PPK) se tambaleaba ante un segundo pedido de vacancia presidencial. No había mucho que él pudiera hacer al respecto.
A su celular, sin embargo, no paraban de llegarle mensajes de Lima. Al ser el primer vicepresidente, todos querían saber cómo abordaría la crisis política. Con PPK fuera, podía renunciar (junto con la segunda vicepresidenta) y dar paso a nuevas elecciones, o campear el temporal y reconducir el gobierno. Optó por la segunda alternativa.
El jueves 21 de marzo, PPK renunció –urgido por la vacancia– y Vizcarra tomó un vuelo para jurar como presidente el sábado 23. Desde entonces ha habido tres cuestiones de confianza, la reactivación de dos conflictos mineros emblemáticos (Las Bambas y Tía María), un referéndum, un proyecto de adelanto de elecciones, el cierre del Congreso y una pandemia.
Hoy domingo, Martín Vizcarra cumple 57 años de vida y mañana anotará dos como presidente del Perú. Pero ninguno de esos aniversarios lo encuentra en ánimo de fiesta. Cuando parecía que la toma de funciones del nuevo Parlamento cerraría el capítulo de agitación para el Ejecutivo, la crisis por el coronavirus hizo un inesperado ingreso a escena.
Ahora Vizcarra afronta el problema más grave que ha tenido desde que asumió la presidencia: una pandemia que obliga a varios países del mundo y al Perú a recluirse en cuarentena. Con él en la primera línea de coordinaciones, según fuentes del Ejecutivo, esta ha pasado a ser la crisis que definirá su legado para los peruanos.
Como pez en las crisis
Vizcarra parece ser un presidente que maneja mejor los períodos de crisis que los de tranquilidad. Un análisis objetivo de su gobierno indica que ha salido beneficiado, la mayoría de las veces, del aumento de las tensiones. Y cuando no, como en el caso de los conflictos mineros, logró que su popularidad no cayera luego por debajo del piso de 42%.
Esta es una tendencia que se remonta incluso a antes de su período como presidente. En marzo del 2017, durante el fenómeno de El Niño costero, Martín Vizcarra fue una de las caras visibles en la estrategia de respuesta del gobierno de PPK. Al frente del Ministerio de Transportes y Comunicaciones, se lo vio coordinando la instalación de puentes Bailey en todo el país.
Así, el fin del fenómeno climático llegó con nueve puntos adicionales de popularidad para un gobierno cuya aprobación venía en caída. Si bien entonces Vizcarra solo presidía un ministerio y era vicepresidente, ese fue el comienzo de una tendencia que se repetiría varias veces durante su gobierno.
En especial, el jefe del Estado ha sabido sacar provecho de los períodos de crisis derivados del choque político con el antiguo Congreso. Tras la renuncia de PPK, que representó uno de los picos de ese antagonismo, Vizcarra juró a la presidencia con un abultado 57% de respaldo ciudadano.
Ya en setiembre, con una aprobación de 45%, decidió hacer cuestión de confianza por sus proyectos de reforma del sistema de justicia. Alegó demoras en el Congreso y una carrera contra el reloj. Al mes siguiente creció 16 puntos, a 61%, y alcanzó un pico de 66% en diciembre, cuando se celebró el referéndum en el que se aprobó parte de su propuesta y la prohibición de la reelección congresal.
En mayo, cerrada la protesta social en Las Bambas –sin muertos–, Vizcarra presentó nuevamente una cuestión de confianza. Esta vez lo hizo por sus proyectos de reforma política, alegando que de nuevo se habían quedado entrampados en el Parlamento. En junio, su aprobación –que había bajado a 42%– se recuperó ocho puntos.
Pero las tensiones con la mayoría parlamentaria no cedieron. Con ello como principal argumento, Martín Vizcarra utilizó su discurso de Fiestas Patrias para anunciar un proyecto de adelanto de elecciones generales. “Aunque ello implique que todos nos tengamos que ir”, les dijo a los congresistas en el hemiciclo. Su respaldo saltó 13 puntos.
La crisis persistió. El proyecto fue archivado en setiembre y Vizcarra devolvió el golpe con una nueva cuestión de confianza, ahora para cambiar la forma de elección de los magistrados del Tribunal Constitucional. El 30 de ese mes, el entonces primer ministro Salvador del Solar tuvo que sortear una puerta trancada para sustentar el pedido ante el pleno.
Ese fue un día especialmente tenso, pero por la tarde Vizcarra ya había decidido cómo acabaría. “Estamos haciendo historia”, dijo poco después de anunciar que disolvía el Congreso. La decisión, tomada en el punto más alto de la crisis, resultó bien calculada políticamente: su aprobación se disparó en octubre a 79%.
Esta vez, Vizcarra tiene enfrente a un enemigo microscópico y mucho más complejo. “No hay nada más importante que la familia. Pero ahora, si queremos cuidarla, tenemos que ascender a otro nivel de familia: el Perú, todos los peruanos”, dijo el viernes. Le queda todavía una gran batalla por delante
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