—Usted ha pedido paciencia a los colombianos para salir de la tragedia de Gustavo Petro. En el Perú también piden paciencia y resiliencia para salir de la tragedia de Castillo y de Boluarte. ¿Cómo hace un pueblo para tener tanta paciencia cuando un gobernante es ineficiente?
Los procesos democráticos tienen que ser respetados. Pedro Castillo dejó de ser el presidente porque intentó romper el orden constitucional del Perú y la Constitución peruana es clara: quien debe asumir el comando del Estado es la vicepresidenta. El Perú tiene hoy una de las mayores estabilidades macroeconómicas y una de las mayores inestabilidades políticas de América Latina. Quedan aproximadamente dos años para que se produzca un proceso electoral en el Perú y hay un desgaste tremendo del actual gobierno con muy poca posibilidad de conformar grandes consensos. Entonces, la pregunta es: ¿el Perú puede esperar dos años de dificultades, de desgaste, que lo único que van a hacer es generar más incertidumbre? ¿O, más bien, las fuerzas políticas, las instituciones y el sector privado pueden ayudar a que en el poco tiempo que le queda al actual gobierno se trate de darle al país un nuevo oxígeno de confiabilidad y de certidumbre? Es lo que yo pienso.
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—Opta por lo segundo...
No puedo invitar a la ruptura de un proceso constitucional. Por más de que un gobierno sea malo o no tenga aceptación, mientras sea un gobierno que representa legítimamente lo que la Constitución manda, yo no puedo proponer que se altere ese orden. Lo que sí puedo decir es que, con el tiempo que queda, todas las fuerzas vivas de la nación traten de llegar a un mínimo de acuerdos que permitan dar estabilidad, porque el país lo necesita y, entre otras cosas, porque el no hacerlo puede abrir el camino para que aparezcan propuestas electorales todavía más peligrosas, más populistas, más autoritarias y mucho más inciertas. En el caso particular de Colombia, siempre he dicho que el presidente Gustavo Petro debe cumplir su período constitucional como lo establece nuestra carta política.
—Pero también vemos un gobierno que todos los días es mucho más polarizador, que todos los días busca el ataque a la prensa, a sus opositores, al sector privado, generando un desgaste tremendo...
Colombia es un país que ha dejado de crecer al ritmo que debería, que ha dejado de cerrar las brechas sociales, que ha tratado de guiarse por un prurito ideológico y eso no conviene. Por eso he invitado a que en Colombia se conforme una gran alianza nacional republicana que permita tener una opción real de victoria en el 2026; de tal manera que podamos recuperar nuestra democracia a plenitud, que podamos salir de esta demagogia, que podamos tener una economía de mercado vibrante que sea capaz de cerrar las brechas sociales.
—Petro está degradando la institución presidencial de Colombia. Castillo y Boluarte ya lo hicieron aquí hace rato. La enorme coincidencia en el guion de los tres es echarle la culpa a la prensa y a los enemigos políticos.
Aquí hay democracias, nos guste o no. Y hay democracias que tristemente han visto surgir demagogos, populistas, gobiernos que se rigen bajo la doctrina del Foro de Sao Paulo y del Grupo de Puebla y que lo que tratan de promover es pan para hoy, pero hambre para mañana. Que se victimizan, que persiguen al sector privado, que polarizan las sociedades, que no invitan a grandes transformaciones, que se hacen llamar progresistas, pero en realidad son pobrecistas porque generan pobreza masiva. Esa es una realidad. Lo que tenemos que hacer es ganarles y derrotarlos en democracia.
—Usted suele decir que no se puede perder el tiempo...
Yo creo que, de cara a la próxima elección en el Perú, es muy importante que existan grandes consensos, que no haya una multiplicidad de 60 candidatos donde aparezcan presidentes con el 15% o 20%, porque eso dificulta mucho más la gobernabilidad. Eso no es solamente para el Perú, es para Colombia, para los países de América Latina. Hay que superar los egos y algo que alguien llamaba “el narcisismo de las pequeñas diferencias”. Hay que buscar mecanismos donde se puedan aglutinar ideas, aglutinar sectores de la sociedad que puedan derrotar esta oleada de demagogia que está afectando gravemente al continente.
—¿Uno de los grandes objetivos del socialismo del siglo XXI es crear el caos?
Yo he hablado de cuatro etapas que caracterizan a esos gobiernos. La primera es la etapa de la ternura. Todos llegan con mucha ternura, invitan a grandes acuerdos, con grandes ceremonias místicas. Les gusta hablar de la fraternidad y de la paz. En el entretanto empiezan a hacer purgas en las fuerzas militares, amedrentar a los medios de comunicación. Después, viene una segunda fase que es la radicalización discursiva. Ya empiezan a mostrar sus verdaderos dientes; hablan de perseguir a sectores de la economía, de la lucha de clases. Tratan de enarbolar el falso dilema entre empleadores y empleados para fracturar a la sociedad. Luego, pasan a lo que yo llamo la teoría del caos: llevar a que distintos sectores entren, prácticamente, en la situación caótica para ellos después posar como redentores y, entonces, viene la fase más peligrosa que es la del quiebre institucional. Todos los gobiernos del Foro de Sao Paulo, del Grupo de Puebla han tratado de permanecer en el poder en cabeza propia y en cabeza de su partido por más de una década. Miren a Maduro, a Ortega, a Correa, a Kirchner, al MAS en Bolivia. Uno se da cuenta del verdadero propósito.
—¿Para este plan no se necesitan líderes populistas? En el Perú tenemos a Dina Boluarte que no tiene liderazgo, pero sí mucho caos.
En este momento el gobierno del Perú está en modo supervivencia. La capacidad del gobierno de hacer reformas estructurales, de trascender en políticas públicas está limitada por la precariedad del mandato. Era vicepresidenta de un presidente que intentó un rompimiento institucional y ella ha logrado, por lo menos en este tiempo, tratar de dar algo de tranquilidad. De ahí a que el país hoy tenga una situación de estabilidad política, estamos muy lejos.
—Mucha gente está en modo supervivencia; en dos años nos vemos en las urnas.
Hay que tener mucho cuidado, porque cuando los gobiernos están en modo supervivencia lo que empieza a surgir es la posibilidad de liderazgos altamente radicales, altamente autoritarios, altamente populistas, que, contrario a la expectativa de todo el mundo de retomar el orden, lo que puede terminar siendo es una radicalización de las mismas ideas. A eso hay que ponerle mucha atención y no ser ingenuos. Hay que empezar a trabajar desde ya en construir una propuesta de país que pueda darle la estabilidad política que merece el Perú. Se necesita construir una propuesta de país que evite que el populismo llegue con más fuerza al Perú.
—¿El escollo que está impidiendo que América sea lo que podría ser es la agenda del socialismo del siglo XXI?
El socialismo del siglo XXI es una hiena que termina comiéndose a toda la institucionalidad, si esta se lo permite. Les encanta autodenominarse progresistas, pero lo único que han hecho es sembrar pobreza. Destruyen la democracia, llegan por la vía democrática y se quedan, se transforman en dictaduras. Sí quiero hacer una diferencia con el caso de Chile, que tiene un gobierno de izquierda o de extrema izquierda, pero tiene instituciones muy fuertes. Tiene un Congreso que ha mostrado su fortaleza, tiene un sistema de alternancia en el poder que hasta ahora ha mostrado solidez. Eso sí, no pueden dormirse en los laureles.
—¿Y qué piensa del Perú?
Es un país demasiado importante para América Latina. Es un país que tiene una estabilidad macroeconómica envidiable. Tiene un sector privado muy comprometido con la estabilidad económica del país. Es fundamental que para la próxima elección no haya una especie de operación avispa de miniliderazgos, sino que haya una verdadera capacidad de hacer grandes alianzas lo suficientemente amplias, congruentes y coherentes para que el país retome un ciclo de estabilidad política.
—¿En esta narración política, qué lugar le otorga al Poder Judicial? En el Perú, la política está absolutamente judicializada.
Hay que tener mucho cuidado con la agenda del Foro de Sao Paulo en el Poder Judicial, que no empezó ahora. Llevamos décadas viendo a sectores de extrema izquierda apoderarse de distintas áreas del Poder Judicial con dos propósitos: politizar la justicia y judicializar la política.
—Lo han logrado.
Y eso sí es una amenaza clara a la democracia misma. Si no retomamos una agenda en la que las personas más calificadas, más idóneas, tengan la voluntad de participar en la carrera judicial, vamos a dejarle este espacio a quienes la quieren instrumentalizar como un mecanismo de afectación de las instituciones, como un mecanismo de presión y, lo que es peor, como un mecanismo de ‘vendetta’ política. Soy un defensor de la justicia, creo en la independencia de los poderes, pero no podemos ser ingenuos y no reconocer que hay una intención clara desde hace tiempo del Foro de Sao Paulo de capturar los poderes judiciales en distintos países para intimidar a los sectores productivos, para intimidar a quienes piensan distinto en materia política y para convertir a la justicia prácticamente en un brazo armado. En algunos países, tristemente hemos visto que se han convertido en sicarios morales de sectores de oposición.
“Me duele muchísimo el final que tuvo Alan García”
—¿Se arrepiente de no haberle ofrecido asilo a Alan García? Me contaron que usted no quiso meterse para no tener mayores críticas.
Hay varias cosas que son muy importantes y las voy a enumerar. Alan García recibió asilo político de Colombia hace muchos años y mi país ha sido siempre respetuoso del derecho de asilo en el marco del derecho internacional. Tanto así que Víctor Raúl Haya de la Torre estuvo mucho tiempo asilado en la Embajada de Colombia. Yo tuve una amistad con Alan García que no solamente la atesoro. Le he profesado siempre admiración, cariño y siempre lo recordaré como una persona que, en mis años de juventud y por su cercanía con mi familia, tuve la oportunidad de conocer como un ser humano increíble. Me acompañó el día de mi posesión, estuvimos juntos. Después, cuando se presentaron las situaciones acá con la justicia, él buscó asilo político en Uruguay. Nunca recibimos ninguna solicitud de asilo.
—Si la pedía, ¿se la daba?
Se hubiera recibido, valorado y estudiado. Pero nunca la recibimos de manera formal. Me duele muchísimo el final que tuvo Alan García. Me duele como persona, me duele como amigo. Habrá personas que especularán, que dirán que por qué no se ofreció. Los asilos no se ofrecen. Quienes conocen del derecho internacional saben que los asilos se solicitan y se valoran en virtud de un principio de la persecución política. Por eso hay que tener todos estos elementos claros. Yo espero, además, que la historia sea cada vez más benigna con Alan García. Fue presidente muy joven. En su primer mandato tuvo que enfrentar unos retos tremendos y tuvo muchísimas insatisfacciones que él mismo reconoció con el pasar de los años. Pero su segundo gobierno, descrito por varios historiadores del Perú, puede llegar a ser el mejor gobierno que ha tenido el Perú en los últimos 50 años o más. Yo sé separar la función del hombre de Estado de la función como amigo. Tengo un dolor muy grande y siempre lo recordaré con afecto.
—Me asombró que Colombia no estuviera en el imaginario de Alan al pedir asilo, porque justamente había estado asilado antes.
Lo que pasa es que hay un tema, Milagros, y podríamos quedarnos horas hablando de eso y después hacer un libro si queremos. Hay que tener en cuenta que las dos solicitudes son muy distintas. Una cosa es una solicitud de una dictadura, de un gobierno que en ese momento había asumido todo el poder en un autogolpe, que era de manera clara una amenaza política a quien en ese momento había dejado la presidencia y era un opositor. Y otra cosa muy distinta a lo que ha pasado por una razón judicial. Otra cosa que es muy importante: no pueden haber solicitudes de asilo concomitante. Una persona no puede solicitarle asilo a tres países al mismo tiempo. El presidente García le hizo una solicitud de Uruguay, que Uruguay la concedió y después la revocó. Nosotros nunca recibimos una solicitud de asilo.
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