*Versión actualizada de un perfil publicado el 27 de abril del 2019.
‘¿Sabes cuál es la chapa de Nava?’, me dice un amigo aprista. ‘¿Cuál es?’, pregunto. ‘Cara de Guardia’, dice mi pata. ‘¿Por qué’?’, replico, siguiendo el ritual de las chapas. ‘Míralo, tiene cara de tombo agestado’. El apodo cobra más sentido cuando, junto con los apristas con los que he conversado para esta crónica, vemos que, de un gobierno a otro, Luis Nava Guibert se empoderó hasta parecer un mastín gruñón a muchos de los que se querían acercar al presidente.
Así como Alan García aprendió de estabilidad macro entre 1985 y el 2006, su secretario aprendió a manejar Palacio con una mano. Me cuentan que perfeccionó la normativa, que ya había variado con Alejandro Toledo, para quitarle peso administrativo a la Casa Militar, y dárselo a su despacho. Así, se enseñoreó sobre otras áreas y asesores. Algunos le pusieron resistencia, como Ricardo Pinedo.
García contrató a Pinedo como su secretario personalísimo, llenando un vacío de su primer gobierno, cuando esa función la asumían su secretaria Mirtha Cunza y el propio Nava. Bueno, pues, chocó con Pinedo, que despachaba con García temas de sus relaciones institucionales y de sus publicaciones, temas sobre los que Nava tenía poco que decir. Hombre de limitada ilustración –aunque fue docente de Derecho y publicó un par de libros que recopilaban textos jurídicos–, sus habilidades eran más bien logísticas. En eso fue de gran apoyo del presidente.
—¿De dónde salió?—
No hay una respuesta única. Nadie quiere cargar con el hecho de ser, en la mitología aprista en construcción, quien lo presentó a García. Lo que podemos establecer es que, nacido en Ascope (La Libertad, 1946), tuvo cercanía al APRA sin hacerse notar en el partido. Estudió Derecho en la Universidad Federico Villarreal, donde el influjo aprista era muy grande, y allí pudo empezar a forjar los contactos que lo llevaron a activar discretamente en la campaña de 1985. Me cuentan que lo vieron cerca de empresarios amigos del Apra que apoyaron a García.
Una vez que triunfó Alan, obtuvo un puesto gerencial en el Sistema Nacional de Comunicación Social (Sinacoso), que dirigió Hugo Otero y luego Víctor Tirado. Ambos tenían la misión de desaparecer ese ente, pero Nava no se quedó a ver su fin. Antes lo llamó el presidente.
He conversado con dos apristas que recuerdan que García les preguntó por Nava antes de enrolarlo. Quería estar seguro de elegir a alguien organizado, buen administrador y leal, que llenara el vacío que dejaba su anterior secretario de Palacio, Enrique Cornejo. Sí, el mismo ‘Tío Bigote’ que fue ministro de Transportes y fue detenido preliminarmente por el caso de la línea 1 del metro de Lima (hoy afronta su proceso en libertad).
Cornejo pasó a dirigir el flamante Instituto de Comercio Exterior (ICE) que García fundó para administrar, entre otras cosas, la asignación de los dólares MUC, la divisa diferenciada para exportar e importar. Nava se asentó en el puesto y pidió uno nuevo antes de acabar el gobierno en 1990. Como hombre de Palacio, su cese hubiera sido súbito; pero García le dio la presidencia del directorio de Mutual Perú, cooperativa estatal de ahorro.
Surgieron denuncias de préstamos que favorecían a militantes del partido, pero hubo dos, muy serias y difundidas por la prensa durante el gobierno de Fujimori, de préstamos de decenas de miles de dólares a empresas incumplidas, que terminaron por traerse abajo a la mutual. Coinsa y Colasa, del llamado grupo Arroyo, fueron esas deudoras que avivaron las sospechas de un carrusel a expensas del ahorro ajeno. Súmenle los indicios de desbalance patrimonial que la prensa identificó con su casa en La Planicie, la misma en la que estuvo residiendo hasta antes de su detención preliminar el 16 de abril. Al día siguiente se suicidó Alan García cuando lo iban a detener como parte del mismo operativo ordenado por el equipo especial del caso Lava Jato.
Volvamos a los 90. Ya durante el gobierno de Alberto Fujimori y con el aprismo débil y arrinconado en el Congreso, las acusaciones escalaron contra los ex funcionarios de García. Según reviso en El Comercio de la época, en junio de 1992 la mutual dejó de atender al público y poco después fue clausurada por la Superintendencia de Banca y Seguros. Nava fue denunciado por estafa y se le dio orden de comparecencia restringida.
Miren esta cita de un artículo del 14 de julio de 1992: “Nava siguió ayer rindiendo su instructiva [...], negó haber recibido órdenes de García Pérez para destinar préstamos a determinadas personas”. García estaba asilado en Colombia. Las cosas pintaban muy mal para el secretario. El 10 de febrero de 1993 fue apresado junto a otros funcionarios. Su sucesor en la mutual, Juan Maínza, estaba prófugo y Nava, en su defensa, lo responsabilizó de las malas decisiones. Un año después, en febrero de 1994, Nava fue absuelto y abandonó el penal de San Jorge. En 1997, el Caso Mutual Perú se declaró prescrito.
—Juró por ti, presidente—
Aunque absuelto y archivado el caso, a muchos sorprendió que Nava fuera de nuevo enrolado en el team palaciego en el 2006. Revisando el archivo fotográfico de El Comercio para ilustrar esta crónica, me topé con una foto en la que jura ante García. Fue designado ministro de la Producción el 13 de mayo del 2011, así que una escena jurando era explicable.
Pero, ojo, es esta ocasión no llevaba fajín sino una escarapela. Y la foto no está fechada en el 2011 sino el 28 de julio del 2006, cuando García tomó juramento al primer Gabinete de su segundo gobierno, en el que no estuvo incluido él. Vaya bizarra ceremonia fuera de tradiciones y protocolos: el profano secretario juró ante Dios y ante el presidente cumplir su misión palaciega.
¿Cuál fue la misión de Nava, además de la consignada en el ROF (Reglamento de Organización y Funciones) de Palacio de Gobierno? De acuerdo a lo insinuado públicamente por apristas como Ricardo Pinedo, Jorge del Castillo, Luis Gonzales Posada y por otros con los que he conversado, Nava habría empleado su cargo para traficar influencias a espaldas de García. Para dar sustento a semejante hipótesis, tendríamos que suponer que quienes estuvieron dispuestos a sobornarlo creyeron que al hablar con este hablaban con García, aunque este no se los confirmara, o que Nava tenía suficiente poder como para torcer normas y decisiones de gobierno, prescindiendo de García.
Vaya carga que ha tenido sobre sus hombros Luis Nava: soportar el rol montesinesco que quisieron pintarle sus mismos compañeros que empezaron a minimizar su militancia aprista y hasta que haya sido candidato al Congreso en el 2000, y el que le imputan los fiscales José Domingo Pérez y Henry Amenábar, como intermediario de sobornos que algunos serían directos y otros a través de Miguel Atala. En total, unos US$4 millones cuyo destinatario final habría sido, siguiendo la tesis fiscal, el presidente difunto. Esa sospecha que la muerte no ha conjurado ha pesado y seguirá pesando –pues muchos partidarios de García rechazarán y cuestionarán su testimonio- como plomo sobre Nava.
Todos lo niegan, todos lo recelan, todos recuerdan alguna anécdota que lo muestra luciendo su poder con algún telefonazo prepotente a algún funcionario aprista. ‘¿Tiene sentido del humor?’, pregunto. Me dicen que sí, aunque no brillaba ni por eso ni por sus lecturas. Yo apenas lo he tratado y no encontré la cara de tombo que divertía a mis amigos apristas, sino más bien la de un señor que quería proyectar una afabilidad que no le era tan natural. Creo que se sentía cercado desde hace mucho tiempo, como García, y ahora que el cerco se cerró sobre él y tiene en contra a los herederos y seguidores del ex presidente, debe experimentar un profundo abatimiento.
Si se resistía a la tesis fiscal, podía complicar su penuria judicial cuando lleguen más pruebas; si se allanaba a ella, cargaría con el odio aprista. En el medio del camino, estaba jurar culpa personalísima, minimizando la responsabilidad de García. Pero había otro ingrediente melodramático y sanguíneo: su testimonio habría sido clave para exculpar a su hijo José Antonio. No tenemos acceso a un documento que lo demuestre pero el hecho de que el hijo, quien también tuvo órden de detención, haya podido regresar al Perú unas semanas luego de la prisión de su padre y afrontar su proceso en libertad, es muy elocuente.
Dependerá de las pruebas y de su testimonio que hoy se conoce en mayor detalle –con descripción de entregas de dinero en loncheras- el final en suspenso de este perfil. Dependerá también de ese juicio de la historia al que apeló su difunto jefe y amigo Alan García.