Ha sido ilustrativo el último pleno del Congreso: un prolongado debate con disposiciones aprobadas a medias en torno a aspectos vitales, salpicados de nuevas leyes que evidenciarán en breve plazo las limitaciones de las buenas intenciones.
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Sobre la inmunidad, la victoria (82 a favor, 14 en contra, 25 abstenciones) fue insuficiente. Debe notarse la relevancia de que la bancada más grande, Acción Popular, votara partida (10 a favor, 14 abstenciones), quizás en concordancia con las reservas que ha tenido históricamente este partido sobre el tema.
En cuanto a los requisitos para postular, llama la atención el poco aprendizaje de algunos actores políticos. APP, la bancada que llevó al Congreso a Benicio Ríos y Edwin Donayre –en su momento, prófugos de la justicia–, fue una de las cuatro que bloquearon la inclusión del tema en la agenda del pleno.
Por otro lado, la buena intención de dotar a los peruanos en el exterior de una representación parlamentaria mostrará pronto su dudosa utilidad. Al revisar las cifras electorales se hace evidente el comprensible desapego que existe entre los electores fuera del territorio nacional. En la primera vuelta del 2016, en Santiago votaron 63 mil de los casi 86 mil electores; de esos votos, 31 mil fueron nulos. En Nueva York, otra ciudad con alta presencia peruana (40 mil electores), solo votaron cerca de 15 mil, de los cuales 8 mil optaron por viciar su voto. ¿Cambiará eso con el nuevo distrito electoral?
Pero al margen del recuento del último pleno, lo importante es ver las grandes tendencias, que deben tenerse en cuenta con un año electoral encima.
El primero es el aparente final del “consenso ortodoxo” al que se refería Martín Tanaka, marcado por la presentación de propuestas “que implican una vuelta a épocas en las que la estabilidad en las cuentas fiscales no importaba” (El Comercio, 4/7/2020).
Una segunda tendencia, que debería revertirse, es la negligencia y poca sensibilidad con que se ha lidiado en el espacio parlamentario. Las crisis que han caracterizado a la política desde julio del 2016 se basan en la desidia con la que el Ejecutivo trató este frente y en la intransigencia que aún se ve en los predios congresales. El punto más alto de esta tendencia se vio con la inédita disolución del Congreso de setiembre del 2019, a la que siguió un insensato abandono, amparado en la débil fortaleza que brinda la aprobación popular.
Si el Ejecutivo que se instalará en julio del 2021 reedita las torpezas del lustro actual, el Perú bicentenario avanzará en un permanente estado de incertidumbre. Para decirlo con mayor precisión, caminará a trancas y barrancas.