La actual pandemia muestra con claridad lo que diversas voces señalan desde hace años: la necesidad de reformas (e inversión) en el sector salud. (Foto: GEC)
La actual pandemia muestra con claridad lo que diversas voces señalan desde hace años: la necesidad de reformas (e inversión) en el sector salud. (Foto: GEC)
/ HEINER APARICIO
Eduardo  Dargent

La nos muestra con claridad lo que diversas voces señalan desde hace años: la necesidad de reformas (e inversión) en salud, pensiones, informalidad, educación, innovación, tributación, entre otras.

Surgen además retos sobre el papel de los estados en un nuevo mundo global. Se discutirá en los próximos meses el grado de dependencia de ciertos mercados que conviene a un país o la regulación local y transnacional de paraísos fiscales donde las fortunas escapan a las urgencias nacionales.

La semana pasada comentaba que el diagnóstico de muchos de estos problemas, incluso los que alcancen consensos amplios, no necesariamente llevará a reformas. En el camino está la política, la necesidad de concretar los cambios con apoyo social y competencia técnica. Reformas que enfrentarán resistencia, a veces nacida de legítimas discrepancias, pero también basada en intereses calatos.

La mayor responsabilidad recaerá en el próximo gobierno. Y allí la cosa no pinta bien. ¿Qué candidaturas podrán enfrentar esos retos? Simplificando por razones de espacio, la experiencia contemporánea nos muestra cuatro tipos de políticos con relevancia en el país, sea por su éxito electoral, su influencia pública, o ambos. Todos ellos con serias limitaciones al momento de plantear o realizar reformas.

Por un lado, populistas de derecha o izquierda que logran politizar a su favor distintos temas, pero que carecen de programas o interés real en avanzar reformas efectivas. Más allá de la retórica, no explotan su popularidad para cambiar sino para conservar lo que hay o para debilitar burocracias en nombre del personalismo. Luego, los liberales criollos que tienen su lista de reformas favorita pero no reconocen las distorsiones producidas en sus recetas por asimetrías de poder e influencia o sus límites para desarrollar servicios públicos de calidad. La comparación con algunos estados de ingreso medio de la vecindad, menos celebrados en su política macro, muestra estas carencias.

También está la izquierda, con vocación de cambio pero sin un plan alternativo claro de crecimiento y limitados a cuestionar la efectividad de sus recetas. Fuertes en el anti, mucho menos claros en propuestas y costos de implementación. Y finalmente están los que se declaran centristas y reformadores, pero que en la cancha carecen de las convicciones que predican. Más parecidos a los segundos de lo que creen. Todos ellos, por supuesto, vulnerables a la corrupción en mayor o menor grado. Las encuestas confirmarán seguramente candidaturas que cuadren en estos moldes.

No lea esta crítica como un llamado a un nuevo reformismo con experiencia política y capacidad técnica, distinto a todos los anteriores. Eso no sucederá. El sueño del partido perfecto es utópico y elitista, más si no hay tiempo para construirlo. Lo que hay es lo que ahora apela a la población y, por tanto, lo más viable.

Más bien, si a pesar de sus preferencias ideológicas le preocupa este diagnóstico, tocará ejercer presión para que los contendientes reconozcan estas urgencias. Intentar nutrir de ideas y compromisos una campaña que amenaza ser muy pobre, en la que se buscará atraer votantes desesperados en medio de la crisis. Sería un lujo perder la oportunidad de construir algo mejor hoy que vemos con más claridad nuestras carencias.

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