Siempre he sido una fiel defensora de la estabilidad ministerial. Un cambio en el titular de una cartera implica movimientos en, al menos, los dos primeros niveles de la institución, asunto que a menudo se traduce en un retroceso en la implementación de políticas. Cada jefe nuevo requiere meses para adaptarse al cargo y no cuenta con un aparato burocrático establecido que le permita continuar en el punto en el que se detuvo su antecesor. Normalmente, en el débil tejido de nuestras instituciones públicas, un nuevo ministro implica nuevas políticas. Así, para cambiar a la cabeza de una cartera uno debe ser consciente de que está deteniendo en seco el avance del sector.
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