El politólogo e investigador afiliado del Centro de Investigación de la Universidad del Pacífico Ignazio de Ferrari da esta entrevista a El Comercio en un distrito cuyo nombre puede resultar una irónica alusión a la semana política que pasó y a la que se viene: Barranco. ¿Las contiendas políticas, llenas de dramatismo y arrebatos, están poniendo al país al borde del precipicio? De Ferrari sugiere buscar las respuestas en las narrativas.
—¿Cómo caracterizaría la democracia peruana actual?
La democracia que surgió en el año 80 tuvo sobresaltos. Si bien se empezó a consolidar un sistema de partidos que más o menos funcionaba, era como lo describe Martín Tanaka: un espejismo. El fujimorismo tuvo la cancha muy fácil para poder construir el discurso antipartidos: no era una democracia consolidada y el descontento con los partidos era muy grande. Desde entonces, hemos pasado a esta lógica de independientes que entran a la política sin estructuras partidarias, de la que no hemos podido escapar.
—¿El discurso antipartidos de Alberto Fujimori sigue presente?
Seguimos en una lógica donde es más conveniente para un político ir por su propia cuenta que buscar la consolidación partidaria. Lo que hemos tenido en los últimos 15 o 16 años es una clase política sin partidos. En el 2001 muchos dijeron que tal vez el sistema de partidos se iba a reconstituir, pero eran personalidades políticas que arrastraban a un partido y no al revés.
—¿Hacia dónde cree que vayan los esfuerzos de reforma política?
El presidente Martín Vizcarra, al asumir la presidencia, tuvo la idea correcta de decir: “Hay toda una ola de población en búsqueda de un camino nuevo y de hartazgo con la corrupción de los últimos”. Se agarró de eso para construir un primer mensaje político. El problema es que no lo supo enmarcar dentro de algo mayor sobre qué país se busca construir. Pongo mucho énfasis en la importancia de construir una narrativa del país que se quiere.
—Una narrativa, además, consensuada…
Sí, pero creo que también es sano que en una democracia haya visiones contrapuestas. El problema es que en el Perú las discusiones son más sobre el tema del día a día que sobre una visión del país. Si Martín Vizcarra y sus predecesores hubieran logrado enmarcar algunas reformas dentro de un plan mayor, creo que les hubiera ido mejor. Si hay algo que se puede rescatar de la ola de izquierda que tuvimos –digamos entre 1998, con el ascenso de Hugo Chávez, y 2013 o 2014– es que puso a la política en el centro del debate.
—¿Es el discurso en torno a la reforma política la narrativa que Vizcarra podría dejar?
Absolutamente. Si el presidente logra que esta reforma política se dé, puede ser uno de los grandes legados de su presidencia. Pero, como dije, debió haber sido parte de un proyecto mayor.
— En ese proyecto, ¿qué rol juegan Fuerza Popular y las otras fuerzas parlamentarias?
Si algo necesita el país es poder construir consensos en torno a agendas mínimas. Esos consensos hoy no existen. Fuerza Popular y buena parte de la oposición en el Parlamento no parece haber estado dispuesta a acompañar este mensaje. Keiko Fujimori tenía un pasivo político que se identificaba con ella: la defensa de un régimen autoritario; en vez de buscar reducir ese pasivo, redobló la apuesta. Esa fue una apuesta equivocada.
—Esta ola, que ya se da en otros países, de movimientos de ultraderecha llegando a posiciones de poder importantes, ¿la ve en el Perú? ¿Es Fuerza Popular parte de eso o es una ola que está por venir?
Fuerza Popular podría haber sido un partido democrático, con una base popular y hubiera podido contener el avance de una derecha mayor. En un artículo decía que no debíamos alegrarnos por el colapso de Fuerza Popular, porque en el fondo era una oportunidad perdida de tener una democracia que tuviera apoyo popular en todas las clases sociales.
—Hay quienes piensan que Fuerza Popular, el Apra o cualquier otro grupo similar debe desaparecer o reducirse al mínimo.
No creo que la meta de la política en el Perú deba ser desaparecer a nadie. Este es un país complejo y, de alguna forma, el fujimorismo logró canalizar ciertos problemas estructurales de la sociedad peruana.
—Ha sido crítico de algunos aspectos de la propuesta presentada por la comisión Tuesta.
Coincido con muy buena parte de ese diagnóstico y con la mayor parte de las reformas planteadas. Pero con lo que no estoy de acuerdo es con la elección del Congreso en la segunda [vuelta]. Es algo peligroso por varias razones. La principal: en un país con baja institucionalidad como el Perú, cualquier reforma política debería tener como centro buscar reducir riesgos. Cuando se hace una elección parlamentaria, se aumenta la probabilidad de que haya una mayoría legislativa, que es nociva: cuando el partido en el gobierno tiene mayoría en el Congreso –el fujimorismo en los 90–, puede ser una aplanadora de la oposición; o cuando un partido controla la mayoría y el gobierno es de otro partido –Fuerza Popular y Kuczynski–, el país se inmoviliza. Nuestras reformas políticas deben estar centradas en minimizar los riesgos del autoritarismo.
—Riesgos que están muy presentes…
En un país donde a menos de dos años de la próxima elección presidencial no sabemos realmente quiénes van a ser los candidatos y qué partidos tienen tales opciones, te habla de un sistema en el que pueden surgir candidatos de manera permanente. En un contexto de tanta incertidumbre, se da un terreno fértil para la aparición de populistas de izquierda o de derecha. A eso se suma que estamos en un contexto global donde los populismos han tomado mucha fuerza.
—¿Por qué la política parece importarle solo a los políticos o a los que cubrimos o analizamos la política? ¿Es algo muy peruano?
No es exclusivamente peruano. En Europa y Estados Unidos, por un período de casi 30 años, la política no logró dar soluciones a muchos problemas de la gente. Eso llevó al desencanto. Muchos votantes que estaban a favor de un partido político, del sistema político tradicional, empezaron a votar por fuerzas de ultraderecha o proyectos a la izquierda de la socialdemocracia. Pero al ganar estos populismos, empezó a verse una contraola, que se expresa en el ascenso de partidos como Los Verdes en Alemania. Se empieza a ver una respuesta liberal al ascenso de los populismos, lo que creo que es una excelente noticia.
—Forzando un poco la figura, ¿Jorge Muñoz en Lima podría haber sido parte de esa reacción?
No me atrevería a llegar tan lejos. Pero sí vería en Muñoz un proyecto claramente distinto a los discursos de Daniel Urresti o Ricardo Belmont. Lo que vamos a aprender en los próximos meses, años, es qué pasa, por ejemplo, en países de América Latina, como Brasil, donde se ha elegido a un Bolsonaro. Hay países que van a empezar a darnos luces sobre el futuro de esto.