El sueño de niño, ser futbolista. El sueño del futbolista, anotar el gol para ganar una final. El de un coleccionista –que es niño y futbolero a la vez–, tener las imágenes para revivir todo en casa, cuando el partido se acaba y cada uno exagera su propia película. García Márquez lo decía mejor: “La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda”. Jack Hurtado tiene 26 años, 500 álbumes de fútbol, barba de tres días y una camiseta de Perú de la época de Pizarro. Recuerda el nombre del primer capitán peruano en un Mundial –Antonio Maquilón, 1902-1984, defensa–, la caja donde está la camiseta con la firma más preciada –Maradona, Sudáfrica 2010–, sabe de memoria cómo era la figurita de Teófilo Cubillas en el Panini 1970 –el logo del Mundial, la mascota, el escudo de la FPF, la copa Jules Rimet–. Es un fanático que guarda en tiempos en que la gente desecha. Y así, ninguna figurita es imposible.
Ahora suda, ordena y carga a Juanito, la olvidada mascota oficial del Mundial de México 70, como quien cuida a su recién nacido. Solo, con amigos y su entusiasmo, está por cumplir el sueño, con toda la colección de álbumes, souvenirs, fotografías y recortes de diarios que reunió por años en su casa de la cuadra 14 de Mariátegui, Jesús María. Ya no alcanzaban en un cuarto; usó otro. No fue suficiente; otro. Hasta que llegó el día: tenía tantos objetos de colección que su casa ya no era su casa, sino un museo. Se le ocurrió el nombre con absoluta facilidad: Museo Coleccionables de Fútbol.
Jack Hurtado tomó una decisión. Chau, casa. Ahora el dueño es el invitado de honor entre tanto famoso.
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