Cuarenta días antes de Semana Santa, entre febrero y marzo, las empinadas calles de Andahuaylas adquieren un tono multicolor que contrasta con el infinito verdor de los Andes que reina en esta ciudad, ubicada a 2.846 m.s.n.m., en el corazón de Apurímac. La población y visitantes se vuelcan a las plazas y avenidas para ser partícipes de un ritual que, según la cosmovisión andina, busca rendirle tributo a la madre tierra o pachamama: la yunza.
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Decenas de estas celebraciones se organizan en el centro de Andahuaylas, pero también en los distritos de San Jerónimo y Talavera. Nosotros nos dirigimos a una fiesta en el barrio de Curibamba, cerca de la Plaza de Armas. Allí se ha plantado un aliso del que se descuelgan distintos objetos: bateas de plástico, frazadas, artículos de cocina. Rodeando el árbol, los asistentes bailamos a ritmo de huayno y brindamos con cerveza y chicha de jora, mientras nos turnamos el machete con el que buscamos tumbarlo. Hay que tener fuerza en los brazos para no desfallecer después del primer intento.
Luego de cinco horas de zapateo, logramos el objetivo. La caída del árbol, nos explican, simboliza un pago a la tierra. Como es tradición, la pareja que pudo derribarlo será la encargada de organizar la celebración el próximo año. Amables y directos, como suelen ser los andahuaylinos, nos invitan a regresar el 2024. Y nosotros, vertiendo un poco de muestra espirituosa bebida en el campo, le prometemos a la pachamama que así será.
TESOROS ESCONDIDOS
Si vamos a pasar unos días en Andahuaylas hay algunas paradas que son obligatorias. La primera es la plaza principal de la ciudad, rodeada de pintorescos bares donde podemos abrigar el alma con un calientito a base de pisco o caña. La segunda es el mercado mayorista, donde podemos adquirir algunos productos propios de la región, como tarwi, charqui o kiwicha. Y la tercera, la tumba del gran escritor peruano José María Arguedas, ubicada en un mausoleo sobre la primera cuadra de la avenida Martinelli.
Fuera de la ciudad, a solo 17 kilómetros, la laguna de Pacucha es un atractivo recomendado para visitar. Se trata de un maravilloso paraje natural cuyo origen se vincula, más bien, a lo sobrenatural. “Antes de la laguna, aquí existía una ciudad que fue destruida por rayos y truenos”, cuenta Manuel Molina, nuestro guía. Pero más allá de las leyendas que se tejen, podemos navegar en bote por las aguas de Pacucha a un precio módico de cinco soles. Solo debemos tener en cuenta que el horario de atención es de nueve de la mañana a cinco de la tarde, porque luego el oleaje se incrementa.
A solo 2 kilómetros de este lugar, el complejo arqueológico de Sondor nos recibirá con sus espectaculares construcciones piramidales y terrazas de origen prehispánico. Entre los años 1100 y 1440, aquí se erigió el centro administrativo y militar de la cultura chanca, antes de que los incas lo invadieran. “Cada año, en junio, se realiza el Sondor Raymi, una representación de la batalla entre chancas e incas por el control del valle Apurímac”, explica Molina.
Y para finalizar con nuestra aventura, el mirador de Muchkani, a 30 minutos en auto de Andahuaylas, nos espera. Para transitar por aquí hay que ser una suerte de equilibrista: el sendero que nos lleva al punto más alto tiene apenas cuatro metros de ancho y, en ambos lados, asoma una pendiente de 3 mil metros. Desde este mirador podemos observar la cordillera de Vilcabamba y parte de Choquequirao, en Cusco. Una experiencia que, definitivamente, nos dejará sin aliento. //
¿Cómo llegar?
El viaje en bus de Lima a Andahuaylas toma cerca de 15 horas. Vía aérea, por el momento, solo se puede llegar a través de Ayacucho y, desde allí, viajar cinco horas por carretera.
¿Dónde comer?
Una buena opción es el restaurante campestre Puma de Piedra, con su piscina temperada. Dirección: jirón Los Sauces 327, Andahuaylas.
Tours
Entre las distintas opciones de agencias turísticas, recomendamos el trato personalizado de don Manuel Molina. Contacto: 958 402 633.