Mi esposo y yo tuvimos una boda muy pequeña y bonita. Tan sencilla como entrañable. Casi clandestina, además. Tengo amigos que aún me siguen reclamando el haberse enterado después de mi cambio de estado civil en el DNI. Lo cierto es que fue una decisión mutua el priorizar otros gastos en aquella empresa nada menor de fundar una familia. Resolución que, hay que subrayar, no lamentamos en lo absoluto.
La fiesta del primer cumpleaños de mi hija. Esa fue otra historia. Esa fue casi la ceremonia de inauguración de los Juegos Panamericanos Lima 2019.
Está bien, está bien, no tanto. Pero fue grande en mucho: en el usufructo del gran jardín de los abuelos, la cantidad de los invitados, la paleta de colores de la Gallina Pintadita, el espacio que hubo que hacer en el refrigerador para las gelatinas, la montaña de regalos y hasta el esfuerzo súper humano de sacar la pica pica del pasto al día siguiente. (¿lo han intentado alguna vez? Es una tarea titánica, eterna, imposible...). Y, claro, hubo una inversión considerable al tomar los servicios de una estupenda empresa que organiza fiestas infantiles. Esta se encargaba de la decoración, el show, las sorpresas, la torta, el toldo, etc., etc., etc. ¿Valió todo la pena? Así fue, pero en ese momento, hace dos años, recién empezaba a entenderlo.
Durante los tiempos previos a la maternidad, ya saben, cuando vivía la vida loca sin poseer siquiera una intención próxima relacionada con la ventura y responsabilidad que implicaba criar pequeños seres humanos, tenía la osadía y libertad de opinar sobre las decisiones que tomaría cuando me tocara tal misión. Ah, la dulce ignorancia. Y, ah, el ‘contrasuelazo’ que te da después la experiencia. Entre otras cuestiones que dije que no haría nunca y que ahora están grabadas con sangre en nuestras rutinas, se incluía el no celebrar o viajar cuando las bendiciones fueran muy pequeñas porque no lo iban a recordar. Yo misma no tengo memoria previa a los cuatro o cinco años, por lo que pensaba: ¿para qué?
Esta percepción comenzó a cambiar de forma gradual durante el primer año de vida de mi inquieta y hoy locuaz y palomilla primogénita. Satisfechas, en primer lugar, todas sus necesidades básicas como salud, alimentación y vestido (de otra forma, todo lo que viene a continuación, no constituía una prioridad), comenzaron a surgir las dudas: ¿deberíamos celebrarle su primer cumpleaños a todo dar? ¿habría que planear un viaje fuera del país para visitar a sus tíos queridos? ¿Postergar para el futuro, para que se acuerden, es más beneficioso que estancar el presente? Y si no van a recordar en algunos años, ¿eso significa que no disfrutarán como 'chanchos' lo que pase ahora?
El cumple se hizo. Viendo al pollito amarillito en tamaño natural por primera vez, y después de reír y bailar por horas en brazos de todos los que la querían, ella la pasó bomba. Y nosotros también. Las dos abuelitas, recontra locas e invencioneras, más. Es verdad que ella no va a registrar lo sucedido de forma permanente, pero no tenemos dudas que aquella tarde de invierno el corazón se le puso más fuerte. Que su estabilidad emocional se fortaleció un poco más al sentirse querida, protegida y celebrada. Nos preocupamos tanto por la leche y que coma menestras -y está bien-, pero a veces olvidamos que también hay que nutrir su espíritu. No hay nada mejor para ello, considero yo, que inyectándoles toneladas de amor y, por supuesto, enfrentándolos a diversas experiencias de vida. Por eso se han hecho también algunos viajes, aunque eso haya significado perseguir a una bebe de año y tres meses por horas (¡horas!) por los estrechos pasillos de un avión e ir en los aeropuertos como Ekekos con mochilas, alforjas, coche y probablemente un solo canguro con las cosas de los dos papás. Porque eso significó, asimismo, que ella viera por primera vez las nubes in situ y que, emocionada, haya señalado después el cielo por semanas.
No hay que gastar toneladas industriales de dinero en cada intento, tampoco. Tiene tu bebe once meses, ¿es muy pequeño para el Parque de las Leyendas y sentir (cuando no hace tanto frío) la fresca brisa de San Miguel? ¿Para pisar la arena en la orilla de la playa o embarrarse feliz con tierra en Chosica? ¿Para ir al circo y disfrutar todas esas luces de colores? No, realmente. Las sensaciones, los saberes, algo se tiene que quedar con ellos. No embarcarse en tales empresas por una cuestión de practicidad y comodidad, porque es cierto que solo empacar para moverse con chiquitines puede ser tan agotador como el viaje mismo, es otro asunto muy diferente. Es, incluso, más comprensible y depende totalmente del temperamento de la familia. Sin embargo, el no hacerlo porque “no se van acordar”... Estrictamente hablando, los chicos no se va a acordar de prácticamente nada de sus primeros años de vida. ¿Por eso vamos a dejarle de darles besos? ¿De mandarlos al nido?
Un último motivo. Ellos no se van acordar, pero tú sí. Los papás también tenemos derecho a disfrutar. De, sin esperar tanto, caminar en la playa con ellos por primera vez (eso es una maravilla), de ver esas hermosas caras sorprendidas cuando ven bostezar "en vivo" a un hipopótamo o sonreír a una princesa Rapunzel de carne y hueso y vestido. El futuro también es ahora. //