Si Alfred Hitchcock estuviera vivo probablemente estaría desempleado. E insultado, troleado y buleado. Se le hubieran cerrado las puertas ante las acusaciones de maltrato sicológico y acoso laboral de parte de las actrices que trabajaron con él. Esa sucesión de rubias modélicas, hermosas y distinguidas, que en su recato público prometían un explosivo desenfreno privado. Grace Kelly, Kim Novak y Tippi Hedren, pasen al frente.
La sensualidad no se ostenta, se sugiere, era uno de los dogmas estéticos del cineasta inglés. No tenía vergüenza en afirmar que la mujer italiana, la latina en general, no servía al propósito de hacer una película interesante. Así de cosificador.
La mujer anglosajona, blanquísima y hasta de ojos rubios, estereotipo que Hitchcock resumía como “mujer nórdica”, era para él la que encendía la pulsión entre lo explícito y lo sugerido: el suspenso carnal.
Lo contradictorio es que su esposa era pequeña, frentona y pelirroja. Se desea lo que no se posee, se posee lo que no se desea, dicen algunos sicólogos respecto al humano atributo de la contradicción.
La maniática minuciosidad con que dirigió la actuación de Grace Kelly en La ventana indiscreta (1954) —con travellings que se detenían en su rostro por el solo placer de verla— estableció las bases de un modus operandi que llegaría a lo sádico. Kelly dejó de trabajar con él para convertirse en princesa de Mónaco, lo que lo obsesionó aún más respecto a sus ansias de poseer, modelar y controlar a una rubia ideal.
En Vértigo (1958), Kim Novak se desdobló en dos para sostener el horror al vacío del protagonista representado por James Stewart. Precisamente, su versión teñida de rubia es la que desencadena el amor post mortem por un fantasma falso. Necrofilia, le llamó Hitchcock.
Con Tippi Hedren, en Los pájaros (1963), el tema pasó a ser de comisaría. La descubrió en un comercial de productos dietéticos. Al verla profirió el mandato “consigue a la chica”*. El acoso era asfixiante. A Hedren le puso un detective para saber exactamente dónde estaba en todo momento. Les advirtió a sus coprotagonistas que estaba prohibido tocarla. Había puertas secretas de la oficina de Hitchcock al camerino de ella, y hubo por lo menos dos intentos físicos de abuso según contó la actriz luego en sus memorias. Ella evitaba a toda costa estar a solas con él, medida preventiva inútil en horas de trabajo.
Al filmar la escena climática de Los pájaros, Hitchcock le soltó aves de verdad sin avisarle, habiéndole pegado previamente cinta adhesiva en la ropa para que los pajarracos se quedasen atrapados en ella. Acabó picoteada y bañada en caca de pájaro. Hedren lo denunció recién en 2012. Antes sentía que el sistema controlador de los estudios, sumado al temperamento machista de la época, hubieran hecho de su reclamo un suicidio. Una pregunta sin respuesta: ¿Hitchcock hubiera podido ser un genio sin su lado oscuro?
Como ya no está vivo y su genio ha perdurado a la par o por encima de su sadismo, HBO celebra los 120 años de Hitchcock ofreciendo una maratón de algunas de sus películas más célebres a través del streaming**. Un lujo en tiempos de virales idiotas, aunque de una ubicuidad posiblemente inaceptable para él. La portabilidad del celular pone en incómodo entredicho otra de las sentencias del amo del suspenso. Decía Hitchcock: La duración de una película debe estar directamente relacionada con la resistencia de la vejiga humana.
Ahora solo basta del wifi para verla donde la naturaleza obligue.
* Hay un biopic sobre esto, con Sienna Miller y Toby Jones. Se llama La chica (2012).
** A través de la app HBOGo: La sombra de una duda (1943), La soga (1948), La ventana indiscreta (1954), Vértigo (1958), Marnie (1964), Trama macabra (1976).