Hace algunos días atrás fui a ver Solo cosas geniales, un monólogo inglés del autor Duncan Macmillan, que la extraordinaria Norma Martínez decidió importar, interpretar y compartir con público local.
Qué suerte la nuestra de que haya llegado a nosotros una temática tan importante en un formato tan importante como la interacción colectiva: la obra necesita de la intervención del público para existir.
No había leído sobre la temática de la obra en particular, solo que era genial y que la actuación de Norma, maestra.
Me animé a comprar entradas (no iba al teatro hacía un año). Le dije a mi esposo: “Sentémonos atrás porque no quiero que me saquen. Ni muerta participo”.
Nos pegamos a la pared pero desde donde estaba ubicada veía cómo la misma Norma elegía arbitrariamente a sus coprotagonistas y repartía a su antojo papeles y objetos a los asistentes.
Se nos acercó: le dio a Javi un pequeño papel que decía “996: el primer sorbo de una chela heladita”.
Luego le explicó al público que, cuando escucharan su número, tenían la tarea de leer su mensaje en voz bien, bien alta.
Los números y las frases representaban partes de una lista: una lista de cosas geniales.
La obra trata sobre una niña, hija de una madre suicida que con su sabiduría innata decide hacerle a ella una lista de cosas por las que vale la pena vivir.
Uno: helado.
La lista se hace casi infinita: ver caer a una persona, el gato que llega a despertarte en la mañana, una taza de café, reírse hasta que duela la barriga, ver el amanecer, Marlon Brando.
Hacer una lista de cosas geniales para tratar de revertir la intención final de un suicida sin ayuda o contención profesional es una misión que nace de un corazón noble y puro, como el de un niño.
La obra es una invitación a hacernos reflexionar a cada uno de nosotros mismos sobre lo que cargamos, lo que nos duele y taponeamos, sobre cómo nuestros padres y nuestros vínculos con ellos tienen efectos clarísimos sobre las personas en las que nos terminamos convirtiendo, sobre la necesidad y obligación de hacernos cargo de quienes somos y de lo que hay que arreglar, discutir, revertir, volver a observar.
Es imposible salir ileso de esa obra, repito; la actuación de Norma va in crescendo en perfección e intensidad: te conmueves, te identificas, te incomodas.
Te cuestionas.
¿Cuál sería tu propia lista de cosas geniales? Y empiezas a jugar:
1. El abrazo familiar: todos juntos sobre mi cama, apachurrándonos, sin respirar.
2. La mirada de Maui a las siete de la mañana con sus patas sobre mi cama.
3. Enviarle una señal a la persona que amas y que te responda: qué loco, estaba a punto de llamar.
4. Ganarle a Javi en Rummikub.
5. Comer palta con cuchara.
6. Hacer rompecabezas como actividad central del día.
7. Cocinar mientras escuchas música feliz y condimentas a punta de puro son.
8. Abrir un libro nuevo y oler sus páginas.
9. No quemar la canchita.
10. Cantar en voz alta al caminar.
11. Un buen meme.
12. Bañarse en el mar.
¿Qué sucede cuando ponemos por escrito en una lista todo lo que nos gusta de esta vida, aquello que hace que valga la pena vivirla?
La mayoría de veces tenemos los ojos puestos sobre el otro lado de la historia: lo que nos falta, lo que nos duele, lo que cuesta, lo que no pasó como queríamos. Pero si todos los días hacemos el sencillo ejercicio de escribir, mental o literalmente, una pequeña lista de nuestras cosas geniales, nuestra vida mejoraría.
Está comprobado científicamente: agradecer sana. Así que por qué no se animan y empiezan con solo tres cosas geniales, tres razones por las que su día fue un buen día, y de paso agradecen y disfrutan. //