Ayer vi Diecisiete. Estaba buscando en Netflix alguna novedad que no haya visto ya. Debe ser por mí que este país está ubicado en el top 3 de personas que usan la plataforma: veo todo. Mi hija no había ido al cole por una tos muy insistente y llamativa y yo hace algunos días me siento algo anímicamente decaída.
Tenía ganas de quedarme en cama tapada, viendo una peli de la mano de Antonia.
Encontramos esta española. No vimos el tráiler, la pusimos de frente. En la imagen destacada junto a su sinopsis se veía un perro y eso fue suficiente.
La película es una road movie y esas a mí me encantan. Recuerdo que salí de ver Little Miss Sunshine bailando por la calle.
Esta película fue igual. No me hizo bailar, pero sí llorar conmovida de principio a fin, aunque fuese motivo de vergüenza para mi hija. Mamá, ¿puedes dejar de llorar?
La verdad es que me conmovió por muchos aspectos y quisiera contarlos sin malograrles la historia, así que haré mi mejor esfuerzo.
Los protagonistas son dos hermanos muy diferentes, además de un perro y una abuela moribunda, que se ven en medio de un viaje juntos en busca de otro can.
El hermano menor tiene algún tipo de autismo o asperger. Nunca es dicho textualmente en la película pero lo leí en una entrevista al director, Daniel Sánchez Arévalo, porque me hice la misma pregunta durante toda la hora y media de filmación. El hermano mayor también está perdido, metafóricamente hablando.
La película muestra personajes vulnerables y marginados: un chico al que le hacen bullying por ser diferente, un hermano que ha cargado con responsabilidades gigantes no suyas y no quiere hacerse cargo de las propias.
Los personajes son encantadores y la trama gira en torno a un perro que se pierde.
En resumen: el hermano menor estaba en un correccional y tenía que pasar por una terapia de reinserción con perros. Tanto al hombre como al animal les costaba sociabilizar con el resto y a ambos termina finalmente sirviéndoles mucho estar juntos hasta que el perro es dado en adopción y Héctor sale desesperado tras él.
La historia es linda, es hermosa, conmovedora.
Qué difíciles son los vínculos entre hermanos, amigos, y qué puros son los que desarrollamos con nuestras mascotas.
La relación entre Héctor y el perro es maravillosa.
Y yo no puedo negar que mi vida es otra desde que tengo a Maui conmigo. Su abrazo me refugia y su sola presencia es absoluta felicidad.
Además, la película está llena de sabiduría y enseñanzas. Aquí les comparto algunas.
-Un perro te hace feliz; está comprobado por la ciencia. Y por mi corazón.
-Adopta, no compres. Porque, sobre todo, aquí en este país hay una cantidad gigante de perritos que necesitan una oportunidad.
-Una cosa es perder y otra es saber perder. Es parte del discurso que Ismael, el hermano mayor, le decía a Héctor. Y qué sabio; aprender a perder nos permite aprender.
-Los pensamientos tóxicos también se pueden ir. En realidad, depende de ti y de hacia dónde quieres poner tu atención, porque si vas a estar todo el tiempo enfocándote en lo malo, en el pensamiento que no te deja tranquilo, estarás inquieto. Pon tu atención en lo bueno.
- Los abuelos son sagrados. Nada más cierto: a los abuelos hay que abrazarlos, decirles que los queremos cada vez que podamos, escucharlos, acompañarlos.
-Todos somos capaces de lograr lo que queramos: si bien en la película el hermano mayor se ha hecho cargo del menor, luego este tiene la fuerza y el coraje para ser quien saque del pozo al otro.
Así que véanla. //