Durante mi paso por Lima decidí emprender el ejercicio de hablar de política con los taxistas (no solo con ellos, pero básicamente con ellos). Fueron poco más de veintiocho viajes en total, en los cuales registré las siguientes observaciones. La gran mayoría de conductores puso los temas de coyuntura sobre el tapete sin que yo lo propiciara. A la gran mayoría le preocupaba la situación del país, pero no contemplaba la posibilidad de irse (aunque una señora, muy respetuosa de las señales de tránsito por cierto, me contó que dos de sus vecinos habían migrado debido a la crisis). La gran mayoría estaba a favor de que Dina Boluarte renunciara y todos, unánimemente, querían que los actuales congresistas se marcharan a su casa mañana mismo (uno llegó a decirme: «el país estaría mejor sin parlamento», y no encontré argumentos para convencerlo de lo contrario). La gran mayoría era de la opinión que nadie debía morir en una protesta, pero un buen número de conductores se mostró partidario de salidas autoritarias ante las manifestaciones (dos coincidieron en que a la policía le hacía falta «más mano dura», y uno, un señor de unos sesenta años que lidiaba con el calor pasándose constantemente una pequeña toalla por la nuca, sostenía que el Perú debería retirarse del Pacto de San José: «¡aquí necesitamos un Bukele, como en Honduras!», renegó, sin reparar en el equívoco geográfico). La gran mayoría era de Lima, pero sus padres habían nacido en otra región. La gran mayoría aseguraba repudiar la corrupción, pero más de uno aceptó haber pagado dinero para ahorrase una multa.
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Me preocupó que la gran mayoría se informara solo con medios convencionales, pero me alentó oír sus críticas con nombre propio a los periodistas más venenosos de la televisión. La gran mayoría levantó las cejas cuando consulté si consumían «programas digitales»; más de uno pensó que se trataba de una pregunta pornográfica. La gran mayoría usaba redes sociales, sobre todo Facebook y WhatsApp, poquitos ingresaban a Twitter, cinco admitieron tener cuenta de TikTok y solo uno visitaba Instagram («pero nunca cuelgo nada», especificó). La gran mayoría llevaba la radio encendida cuando subí a su auto, y de esos la gran mayoría no escuchaba noticias, sino música, y de esos la gran mayoría optaba por la cumbia, otros preferían salsa o reguetón, solo una mujer –no la señora que respetaba las señales sino otra, que no las respetaba tanto– escuchaba baladas románticas. La gran mayoría tenía hijos y sus hijos no querían vivir en el Perú, al menos no en la capital. La gran mayoría hablaba del pasado con imprecisión y con nostalgia. La gran mayoría no sabía por quién votar en las próximas elecciones: unos cuantos mencionaron a Porky (así lo refirieron), un puñado a De Soto, una señora dijo Sagasti, y uno, el más joven de los conductores con los que alterné, aceptó que votaría por Antauro. Ninguno nombró a Keiko.
La gran mayoría precisó no sentirse esperanzada en quien ocupe Palacio, pues todos, absolutamente todos, sabían que eso no influiría ni a favor ni en contra de su trabajo. «Solo nos queda seguir chambeando», debe ser la frase que más escuché durante esos itinerarios. La frase me recordó a la respuesta que dan los futbolistas después de una derrota. La gran mayoría me hablaba sin quitar la mirada de enfrente, otros buscaban mis ojos en el espejo retrovisor y un par giraba enteramente la cabeza, como si quisiera cerciorarse de que seguía en el asiento trasero. La gran mayoría no estaba de acuerdo con mis opiniones, pero ninguno me insultó. La gran mayoría supo intercambiar argumentos sin perder los papeles. La gran mayoría fue amable. La gran mayoría no hizo alusión alguna a mi trabajo periodístico o literario, aunque dos caballeros me preguntaron si publicaría pronto un nuevo libro, un señor –el que combatía el calor con una toallita– aseveró que «todos los domingos» leía mis columnas sabatinas, y una señora –la de las baladas– me dejó en la intriga absoluta al comentar que escuchaba fielmente mi programa en canal cinco (¿?). La gran mayoría se despidió diciendo gracias y deseándome buenas tardes. La gran mayoría acompañó esas palabras con una sonrisa. En la mayoría de casos, esa sonrisa me pareció sincera. //
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