(Sarasota) Donald Trump está en esta ciudad. Perdió las elecciones hace seis meses, pero a sus seguidores ese detalle no les mueve la aguja. Acampan a lo largo de caminos y descampados a la espera que la voz profética de su líder les confirme una realidad más conveniente.
El 4 de julio, día de la Independencia de Estados Unidos, el expresidente ha convocado a un mitin en un terreno comúnmente destinado a ferias de atracciones y circos. La casualidad no existe. En Sarasota nació el afamado circo Ringling.
Llueve con furia. Una marea roja y azul enarbolando banderas con el apellido y marca de su paladín se empapa con fe bajo la lluvia. Esperan un Noé bronceado y espectacularmente peinado.
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En los estandartes se ha corregido la consigna electoral. Ya no hay que “Hacer a América Grandiosa Nuevamente”, ahora hay que “Salvar América”. ¿Salvarla de qué? ¿del Covid? No exactamente, sino de las garras de la agenda políticamente correcta plagada de sensiblerías sociales. Es la de la nueva administración izquierdista, que es cómo consideran a los demócratas. Aquí Cerrón sería Mao. Entre nosotros sigue siendo Cerrón, que no es precisamente un alivio.
El sentido común diría que dicha salvación podría ejecutarse en las próximas elecciones, que es como funciona la alternancia democrática. Pero no. La negación del resultado impone nuevas medidas frente a la teoría de la relatividad, el principio de realidad y el pensamiento de Juan Mosto reflejado en el vals no se quien soy, me pregunté, porque mi canción es triste, por que no rio. Lo que pasó no pasó, y si pasó fue fraude.
Y así como no perdieron las elecciones, el Covid es un invento y la vacuna un embuste. Un músico telonea al expresidente. Canta una canción tributaria de la escuela poética de Lourdes Flores. Melodiosamente le dice al gobierno que se meta su vacuna tóxica al poto. Es ovacionado.
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El discurso de Trump es tremendista y falaz, fórmula que le asegura una base leal con poca exigencia sobre lo factual. Su liderazgo es un portal que conduce a un sistema donde los hechos no se constatan. Basta con creerlos.
Acabado el mitin una joven trumpista pasea por un supermercado llevando una bandera a manera de capa. Dice “Fuck Biden”. La procacidad favorita de los estadounidenses es en realidad una sigla imperial, Fornication Under the King Consent, que subordinaba el intercambio de fluidos a la aprobación del monarca. Las cuatro letras le cubren la espalda desde el cuello hasta los pies.
Esa joven le debe el derecho a insultar a su presidente a la primera enmienda de la Constitución de los Estados Unidos, medida a favor de la libertad de expresión aprobada en 1791. En ese mismo año en el virreinato del Perú nacía el Mercurio Peruano, periódico conservador que introducía la noción de patria. Por entonces el Virrey Gil de Taboada y Lemos había realizado un censo de Lima. Se contaron alrededor de 50 mil almas en la ciudad.
El tiempo es un laberinto circular. 230 años después del Mercurio Peruano la libertad de expresión en el Perú se ve amenazada por el parecer del partido próximo a tomar el poder. No les conviene que se revele un iceberg del que por ahora solo asoma la punta.
Y las 50 mil personas que vivían en esa fecha en el virreinato de Lima son casi la misma cantidad de votos que separan, desde hace un mes, al candidato ganador de la candidata perdedora.
Trump ha hecho escuela con su doctrina de hechos alternativos, que construye realidades según propia conveniencia. Es un entrampamiento que no se resuelve mientras se mantenga en suspenso la admisión de las cinco etapas clínicas del luto: negación, ira, negociación, depresión y aceptación.
Etapas del luto o de la derrota, da lo mismo. //
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