Respaldar el discurso de la ultraderecha es una forma de suicidio. Lee la columna de Renato Cisneros. (Foto referencial: Joel Alonzo / GEC)
Respaldar el discurso de la ultraderecha es una forma de suicidio. Lee la columna de Renato Cisneros. (Foto referencial: Joel Alonzo / GEC)
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Renato Cisneros

Hay frases que liquidan . Pregúntenle a Lourdes Flores Nano, cuyo padre en 2001, retozando en la piscina de casa, se refirió a Alejandro Toledo como “el auquénido de Harvard”, dejando entrever el racismo cerval con que él –y tal vez su hija, esa fue la duda instalada– menospreciaba al entonces líder de Perú Posible. O pregúntenle a Jorge Trelles, que en el 2011 perdió la vocería que le había confiado luego de que intentara desmarcarse de sus adversarios políticos con la inolvidable “nosotros matamos menos”.

Entre ambos colosales exabruptos transcurrieron diez años. Si la progresión aritmética se cumple, este 2021 tendremos un gazapo similar de parte de alguno de los aspirantes a llegar a Palacio de Gobierno.

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De hecho, creo que el desliz ya se produjo, solo que no hemos caído en la cuenta de su magnitud. Me refiero a la frase que soltara hace unos días el candidato de Renovación Nacional, Cazorla, al referirse al caso de , quien acaba de ganar una histórica demanda para acceder a la eutanasia.

Como se sabe, Estrada lleva más de treinta años padeciendo polimiositis, enfermedad degenerativa e incurable que, además de afectar gravemente su movilidad, la obliga a conectarse a un respirador artificial casi las veinticuatro horas del día. Por esa razón la Corte Superior de Justicia de Lima resolvió atender su solicitud, autorizando a personal médico a que la asista para tener una muerte digna.

Un tema humanitario como este exige de parte de la población un trato respetuoso o al menos empático, en especial de aquel sector que, por razones de credo o ideología, está en desacuerdo con la decisión del tribunal. Sin embargo, al consultársele su opinión, López Aliaga, haciendo gala de una sensibilidad rupestre, sin que se manifieste en sus palabras el espíritu católico, apostólico y romano del que tanto presume, cuestionó la diciendo: “Si te quieres matar, buscas un edificio y te tiras”. Poco le faltó al empresario para sugerir que tal edificio podía ser el Belmond Park Hotel de Miraflores, una de sus más famosas inversiones.

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La barbaridad fue más allá. Dominado por la incontinencia, con el impulso de las risas serviles de sus contertulios, el candidato abundó en su consejería. “Si te quieres matar, pones tu tina, buena música, agua caliente, te cortas las venas y te quedas muerta”, refirió sin inmutarse, con descarnado didactismo, como si estuviera impartiendo un taller con diapositivas, un tutorial acerca de ‘cómo acabar con tu vida en tres sencillos pasos’.

En el epílogo de su penosa intervención calificó la petición de Ana Estada de “chifladura” y enseguida, con gesto contrito, se preguntó: “¿Para qué mete al Estado en esto?”. Uno escucha a López Aliaga y no puede dejar de darle la razón al analista Juan Carlos Tafur cuando dice que es “el summum de la derecha bruta y achorada”.

Lo verdaderamente grave es que, a diferencia de los ejemplos citados al inicio de esta columna, las afirmaciones del llamado ‘Bolsonaro casto’ no son lapsus ni confesiones involuntarias producto del calor del momento, no, lo suyo parece más bien una continua y consciente exhibición de tóxicos prejuicios ultraconservadores.

Su historial de disparates, además, no es menor ni reciente. Antes propuso que las jóvenes ultrajadas sean alojadas en suites de cinco estrellas para meditar si quieren abortar o no. Y antes calificó de “persona muy santa” al sacerdote Jaime Baertl, comprendido en una investigación de la Fiscalía por el vergonzoso caso Sodalicio. Y antes manifestó que Rosa Bartra –la misma que acusaba al Ministerio de Educación de “estimular” a escolares a usar “objetos sexuales como navajas y tornillos”– había sido “la mejor congresista de la historia”. Y antes juró que pondría “las manos al fuego” por el Castañeda de Comunicore.

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En este caso puntual, es indisimulable su hondo desprecio por el sufrimiento ajeno. Así lo ha advertido también la .

No confundamos discurso frontal con discurso de odio. Darle al odio una mínima chance en estas elecciones sería el peor error colectivo posible. Para usar términos de López Aliaga: sería como subir a lo alto de un edificio y lanzarnos, todos juntos, al vacío. //

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