"Estamos ad portas de un conflicto civil de proporciones y consecuencias que nadie puede vislumbrar". Lee la columna de Renato Cisneros. (Ilustración: Verónica Calderón)
"Estamos ad portas de un conflicto civil de proporciones y consecuencias que nadie puede vislumbrar". Lee la columna de Renato Cisneros. (Ilustración: Verónica Calderón)
Renato Cisneros

Hace poco un amigo me decía “aquí solo falta un muerto”, dando a entender que la primera víctima mortal de la controversia ideológica que hoy vive el Perú daría pie a acciones aún más explosivas de las que hemos atestiguado en las últimas semanas.

Pues, bien, ese muerto estuvo a punto de llegar. Me refiero a Zacarías Meneses Taco, rondero ayacuchano de 58 años, que –según sus compañeros de Perú Libre– el pasado 24 de junio fue víctima de una embestida frente al Jurado Nacional de Elecciones mientras participaba en un plantón. De acuerdo con esa versión, los responsables de la agresión fueron fujimoristas armados de palos con clavos. Las heridas sangrantes en la cabeza de Zacarías obligaron a trasladarlo al hospital Dos de Mayo, donde fallecería cinco días después.

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La partida expedida por el hospital, sin embargo, señala que la muerte se debió a una “cirrosis hepática”, mientras que el comandante general de la policía, el general César Cervantes, ha sido contundente al descartar que esos actos violentos influyeran en el desenlace de Meneses Taco, pues él no se encontraba en el lugar de los hechos cuando se produjeron. La propia familia ha dejado en claro que nada tuvo que ver el fujimorismo en el fallecimiento de Zacarías.

No obstante, el martes, durante el velorio en la avenida Wilson, cundía la indignación entre los presentes. “La sangre derramada jamás será olvidada”, fue la arenga más repetida. Allí todos estaban convencidos de que Meneses había sido “asesinado” y culpaban a los “matones venezolanos” -según ellos pagados por el fujimorismo- por los hostigamientos ocurridos el 24 de junio. Algunos incluso advirtieron que, si la policía no tomaba cartas en el asunto con celeridad, el pueblo iría a “rebelarse” y “tomar justicia por sus propias manos”.

Es seguro que los partidarios del ‘lápiz’ más radicales defenderán la opinión que ya se han formado de lo que sucedió frente al JNE. Ningún comunicado policial o pronunciamiento familiar, por más razón que tenga, desbaratará su hipótesis. Lo mismo pasa con muchos fujimoristas frente a la elección presidencial: no les importa lo que digan los expertos, ni lo que determinen las autoridades electorales. Para ellos prevalecerá la fantasía tribal del ‘fraude sistemático’. Es la lamentable señal de estos tiempo: el triunfo rotundo de esa mentira que es la postverdad.

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Uno esperaría que los distintos líderes políticos echen tierra a estas chispas tan peligrosas, pero, en vez de eso, siguen lanzando mensajes que son como fósforos a punto de precipitarse sobre una pradera regada de gasolina. Por un lado vemos a Aníbal Torres, asesor legal de Perú Libre, decir que “si están intentando un golpe, correrá mucha sangre…”: una expresión de lo más desafortunada dado el contexto. Por otro, escuchamos los salvajes gruñidos del infantil López Aliaga, a plaza llena, invocando nuevamente la palabra “muerte” y acusando a medio país de ser “una porquería”.

Y si a eso sumamos las amenazas y hostigamientos contra el presidente del JNE; los insultos recibidos por el presidente de ONPE en el club Regatas; el bullying virtual contra una menor de edad como Kyara Villanella Fujimori; la denuncia de Ojo Público sobre la propagación de grupos extremistas de ultra derecha como La Resistencia o Los Combatientes; las tensiones generadas por las desafortunadas decisiones del Congreso; o los comentarios rabiosos y discriminadores que circulan a diario por redes sociales; si mezclamos todo eso, no es para nada exagerado decir que estamos ad portas de un conflicto civil de proporciones y consecuencias que nadie puede vislumbrar.

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Al menos Pedro Castillo viene actuando con precaución, cuidándose de no incurrir en declaraciones belicosas. Keiko, en cambio, ha preferido delegar a sus chacales la tarea sucia, mientras ella, convertida en repentina predicadora, eleva sentidas oraciones a la divina providencia para que le otorgue una victoria que nadie reconoce. Quizá la próxima solicitud de auditoria internacional esté dirigida al Vaticano. Y será otro Francisco el tramitador de turno. //

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ACLARACIONESLa columna fue actualizada por su autor para la versión web.

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