Se sabe poco del ancestro africano de Ricardo Palma –“el segundo fundador del Perú”, a decir de Porras Barrenechea–, uno de nuestros personajes literarios más emblemáticos, cuyo nombre, solo en Lima, bautiza a una avenida, una biblioteca, un centro cultural, un parque, una feria, una universidad y hasta una clínica.
Su madre, Dominga Soriano, joven nacida en Cañete, era considerada “cuarterona” según la clasificación de las sociedades esclavistas, pues tenía una cuarta parte de sangre negra. Según el historiador Oswaldo Holguín Callo, la abuela materna de Palma, Guillermina Carillo, se caracterizó “por su visible pertenencia a los sectores más sencillos de la sociedad limeña, por su donairosa personalidad de clara ascendencia africana, bien que no debió de ser negra sino mulata”.
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Aunque otros estudiosos especulan que Palma fue hijo no reconocido, Holguín afirma que el autor de las Tradiciones peruanas creció al lado de su padre, Pedro Palma, quien se encargó de que la influencia materna no prosperase, ya que ponía en riesgo su proyecto de ascenso social. Sin embargo, los adversarios intelectuales de don Ricardo le recordarían su origen hasta el final, con el claro propósito de desprestigiarlo (se referían a él como “viejo mulato”). De todos ellos fue el escritor venezolano Rufino Blanco quien arremetió con mayor virulencia contra Palma, dejando constar sus agravios racistas en el prólogo de la segunda edición de Pájinas libres, de González Prada: “…una de aquellas diabluras cometidas en los suburbios de Lima por estos negros del Caribe fue la violación, un día o una noche, de ciertas pobres y honestas mujeres. De ese pecado mortal desciende Ricardo Palma”.
Holguín Callo asegura que Palma nunca negó su ancestro negro, aunque tampoco lo admitió públicamente. Haberlo hecho, dice, le habría valido un escándalo, pues “reconocer una ascendencia tan poco valorada en su época solo podía interpretarse como señal de desafío a la sociedad”.
Se asume que la única defensa de Palma fue decir aquello de que “en el Perú quien no tiene de inga tiene de mandinga”, pero no hay consenso académico respecto de que aquella frase fuese creación suya. Para el lingüista Augusto Alcocer Martínez se trata de “una adjudicación desacertada”.
También es revelador que hayamos “blanqueado” la iconografía de Palma. Su imagen más conocida es la de un hombre caucásico (“papanoeleado”, para usar la expresión del escritor Gustavo Rodríguez), a pesar de que tenía, como bien precisa Holguín Callo, “algunos glóbulos de sangre negra y señales de ello en la epidermis”.
De haber reivindicado su origen materno, ¿el canónico Ricardo Palma se habría convertido en nuestro primer autor afroperuano?
Contamos con una tradición de temática racial que tiene dos hitos fundacionales en las décimas de Nicomedes Santa Cruz y en el poema “Me gritaron negra” de su hermana Victoria, que son vistos más como expresiones populares que literarias. Otros escritores, como Enrique López Albújar, Antonio Gálvez Ronceros y Gregorio Martínez incorporaron en su narrativa la realidad del campesino afroperuano del sur, especialmente en libros como Matalaché, Monólogo desde las tinieblas y Tierra de caléndula. También cabe mencionar a los poetas Leoncio Bueno y Enrique Verástegui, Premio Identidad Afroperuana 2012. ¿Pero quién vino después de todos ellos?
“La literatura afroperuana constituye un espacio discursivo de resistencia que aún está en construcción dentro del panorama literario peruano”, explica el investigador Juan Manuel Olaya Rocha, fundador en 2016 de D’Palenque, la primera y única revista de literatura afroperuana, en cuyas páginas se hace una encomiable labor de divulgación de autores contemporáneos, como el narrador Abelardo Alzamora o Lucía Charún-Illescas, la primera novelista afroperuana, cuyo libro Malambo (2001) representa un caso interesante, pues fue publicado primero en italiano, luego en castellano e inglés. Olaya Rocha cuenta que hay mucha literatura afroperuana inédita y que lo poco publicado suele pasar directamente desapercibido para la academia, los medios de comunicación y la industria editorial.
En junio, mes de la cultura afroperuana, en medio de una coyuntura internacional donde el “racismo” vuelve a colocarse en el centro de la discusión, cabe una reflexión respecto de esa literatura que a lo largo de los años ha dado muestras consistentes de vitalidad, pero que, silenciada, remota, invisibilizada, no termina de llegar a nuestras manos. //