Soy tu fan, le dices, e instantáneamente te colocas debajo de un tremendo escenario en el que no solo te resulta difícil ver si es que no te empinas, sino que tampoco te logran ver porque te pierdes en la multitud. Se enciende también ese juego de luces que por su potencia te ciega y hace imposible que mires a tu alrededor, salvo a esa figura imponente que ves con ojitos de carnero degollado en su pedestal.
Tus oídos también resultan afectados, no solo porque no serán capaces de detectar ni el mayor gallo o falla, sino que únicamente escucharás lo que reproduce ese poderoso micrófono que posee tu ídolo y no dudarás en repetir todo lo que él o ella dicen sin siquiera escuchar tu voz. Lo que te acabo de describir no es la presencia de un fan en el último concierto de su cantante favorito, sino más bien un estado frecuente y peligroso en el que podemos caer en nuestra vida personal y profesional: el modo fan.
Porque si creías que esos alaridos desenfrenados cuando Luis Miguel canta La incondicional, ese tatuaje en la muñeca evocando una canción de Cerati o el endeudarse hasta el último sol para ir a ver a la selección jugar un Mundial no se extrapolan a los terrenos amorosos y laborales, te equivocas. El fanático, en su definición más pura, siente un entusiasmo desmedido por algo o alguien, y a diferencia de un aficionado, el fan es capaz de realizar acciones que escapan de la lógica y la razón. Dicho de otra forma, y con más ritmo, “se te acaba el argumento y la metodología”, citando la letra de Ciega y sordomuda, de Shakira, una de mis filósofas favoritas, de la adolescencia, claro :).
El modo fan se puede activar con tu pareja, saliente, jefa(e), compañera(o) de trabajo, y todo bien con sentir admiración hacia ella (o él). De hecho, aquello es uno de los principales ingredientes para lograr vinculación emocional y compromiso. El problema es cuando se vuelve en exceso y nublas tu juicio y tu propia voz u opinión. Y tan malo como eso es que te autodeclares seguidor(a), con la vincha en la frente y con el cancionero aprendido para hacer los coros. Porque a estas alturas de tu vida sabrás bien que en una relación de pareja la admiración tiene que ir por las dos vías para sostener la magia y, sobre todo, la rutina. Estoy convencida de que así como dicen que del amor al odio hay un paso, de la admiración al amor hay cinco centímetros. Así que el corito, en todo caso, se lo deberían hacer ambos, pero en la misma tribuna sin tabladillos ni escenarios que los pongan en desnivel.
También debemos tener cuidado con caer en el modo fan en nuestro entorno de trabajo. Por supuesto que siempre estaremos rodeados de personas con más experiencia, éxito y recorrido, que son capaces de inspirarnos, motivarnos y despertar en nosotros una profunda admiración, pero si queremos construir una relación con ellas o comenzar por darnos a conocer, asumir una actitud de fan nos quita la posibilidad de mostrar nuestra propia voz al mimetizarnos con el ruido de la fanaticada.
Nos lleva a un estado de inseguridad personal en el que siempre estamos esperando la aprobación, como perrito moviendo la cola a la espera de su galleta como recompensa. Asimismo, perdemos objetividad porque el exceso de admiración puede quitarte perspectiva y capacidad de crítica. Y, por supuesto, corremos el riesgo de asumir involuntariamente el terrible rol de piquichón. No confundas admirar y respetar con activar tu modo fan, que, como bien dice Shakira, nos deja: “bruta, ciega y sordomuda, torpe, traste y testaruda”, que, por cierto, no me parece una canción muy bonita y eso que soy su fan. //