Sucede que esa difusa y anacrónica definición de incapacidad, criterio que respondía a cánones médicos del siglo 19, está siendo desafiada por los equívocos en cadena que este equipo de gobierno es capaz de generar". (Foto: iStock)
Sucede que esa difusa y anacrónica definición de incapacidad, criterio que respondía a cánones médicos del siglo 19, está siendo desafiada por los equívocos en cadena que este equipo de gobierno es capaz de generar". (Foto: iStock)
/ Pracha
Jaime Bedoya

Inmensas preguntas celestes: ¿Una mala persona puede ser presidente de la república? ¿Un idiota está facultado a conducir el destino de la nación? El pueblo decide. Pero la proverbial mezquindad peruana está impidiendo reconocer el aporte de la administración de Perú Libre a la política nacional: su turbulento día a día está convocando el debate de la naturaleza del artículo 113, inciso 2 de la Constitución. La espinosa cuestión de la.

Dicha entelequia es un campo abierto a la subjetividad, desencadenando lo que los juristas llaman un proceso jurídico indeterminado. Es decir, ni chicha ni limonada, cosas del Orinoco, el sexo de los ángeles LGTB. Pero el tema es clave respecto al uso abuso de la herramienta para impedir que el presidente de la república conduzca un suicidio colectivo en virtud de la banda bicolor que lleva en el pecho.

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Sucede que esa difusa y anacrónica definición de incapacidad, criterio que respondía a cánones médicos del siglo 19, está siendo desafiada por los equívocos en cadena que este equipo de gobierno es capaz de generar. En promedio, . La oposición susurra esa palabra, el oficialismo la denuncia como una amenaza en cámara lenta.

Interpretado en un sentido restringido, la incapacidad sería de orden mental. (Lo que a su vez abre otro debate en torno a la discriminación sobre discapacidades.) Pero también, de manera mas amplia, el término podría ser interpretado como un juicio de índole moral sobre el discernimiento entre el bien y el mal.

La novedad que este gobierno pone sobre la mesa es que parece no solamente incapaz de distinguir entre el bien y el mal. Sino en no saber distinguir a secas.

Una de las maneras de reconocer la ineficacia en una organización es cuando hay dos o más personas cumpliendo la misma tarea. Ahora mismo tenemos por lo menos a dos personas y pico tratando de dirigir un país a la vez. A saber, el presidente Castillo, el señor Cerrón y el premier Bellido, no necesariamente en ese orden.

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Este traslape jerárquico genera redundancias y vueltas en círculo, estableciendo la incoherencia como sólida línea de pensamiento. Las órdenes contradictorias se multiplican exponencialmente, e inevitablemente los subordinados acaban atollados en la confusión de no saber a quién hacerle caso: a los tuits del señor Vladimir Cerrón o a las apariciones protocolares del sombrero presidencial.

Súmese a este promiscuo fileteo del jamón, justo en el medio, el zumbido del poder de baja intensidad. No manda, pero friega. No resuelve, pero provoca. No consensua, pero insulta. Dueño de nada, como El Puma. El estilo de gestión cachaciento y misógino del premier Guido Bellido representa cabalmente esta variante extremadamente contagiosa.

Pero el factor decisivo de esta incertidumbre es el liderazgo insonoro, incipiente e invisible del presidente Pedro Castillo. Su silencio no parece ser atributo filosófico o gesto de sabiduría, sino transparente indefinición respecto a que rayos hacer. Tiene un sombrero que usar, pero nada que decir.

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La incompetencia del gobierno iguala o supera a su vileza, que ya es bastante en un país donde la picaresca es virtud. Se están presentando situaciones ridículas que la pandemia y la crisis vuelven grotescas, y otras aún muchísimo mas serias pues son abiertamente atentatorias contra la memoria de un país que enfrentó al terrorismo. Una no tan velada amenaza a la continuidad democrática que trasciende lo paranoico.

Estos tiempos hacen añorar una vieja aspiración humana: tipificar como delito la idiotez ejercida desde el poder. Algún día. //

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