La banca de la amistad es quizás una de las más nobles ideas que pudo haberse generado: se trata de un espacio físico solidario y específico creado para que los niños que se sientan solos y necesitados de amigos tomen el lugar y, al hacerlo, emitan una señal de ayuda. ¿Cómo así? Si uno niño o niña se sienta solo en la banca designada, los demás saben que esa persona está buscando amistades y que sería bueno ofrecerle compañía. Una excelente e inocente idea para combatir el acoso y la soledad, una forma linda de pedir rescate emocional sin hacer mucho más que sentarse.
Esta propuesta se puso de moda en octubre del año pasado, cuando una niña española de 9 años, alumna de la escuela Fernando de Rojas, en Burgos, Castilla, propuso la idea como parte de una iniciativa para mejorar la escuela.
La propuesta fue aprobada y hay una promesa escrita de que prontamente será implementada: el banco será pintado con mensajes de amor y paz.
Una maravilla con más precedentes de los que imaginé.
En el 2018, Sammie Vance tuvo una propuesta similar y logró que en su escuela en Indiana –y en otras más del Estado– se reproduzcan bancas de amistad hechas de materiales reciclados. Doble estrella en la frente por la conciencia ecológica.
Se sabe también que en el año 2012 esta idea había visto la luz gracias a Acacia Woodley, una niña que, sin mano derecha, con la izquierda deforme y con la sensibilidad a flor de piel, creó un banco similar al español, para que se convirtiera en refugio para todos aquellos que, lastimosamente, sufran de la maldad e ignorancia de unos cuantos.
Y cuántos de estos niños hay: cuántos niños sintiéndose solos, sufriendo en silencio, soportando acosos. Cuántos niños víctimas de situaciones tormentosas pidiendo ayuda (muchas veces los padres o educadores desconocen el drama).
Ser niño en la actualidad es mucho más complicado que antes: la vida le exige un nivel de recursos emocionales tremendo para sortear dinámicas diferentes como el cyberbullying.
Lo veo porque tengo hijos y cuántas veces he querido no tomarme personalmente lo que les pasa. Cuántas he querido evitar sus procesos de desencanto o reemplazarlos en las dinámicas sociales que les duelen.
En ese sentido, como mamá y reconociendo la importancia absoluta de la empatía como una de las principales virtudes que podrían salvar la humanidad, durante todo el 2019 me he dedicado a conversar con mis hijos sobre la importancia absoluta de saber ponerse en los zapatos del otro. De la necesidad de ser empáticos para ser buenos humanos. De la importancia de pedir ayuda cuando la necesiten y de darle ayuda a quien lo necesite, sin esperar a que la pidan.
Siempre.
Un pedido que haría extendido a todas las madres que me están leyendo: enseñen a sus hijos a ser buenas personas, a evitar los juzgamientos de todo tipo, enséñenles de paciencia y tolerancia, y que lo que hacen y dicen tiene consecuencias, siempre.
“Ay, es que los niños son así”; “uy, es que las mujeres somos complicadas”. Basta.
Los valores se enseñan en casa y hay códigos de valores universales: a los amigos no se les dicen cosas feas, mucho menos se les hacen cosas a propósito para hacerlos sentir mal, no se les rechaza por cómo se ven y, cuando se equivocan, no se les da la espalda, se les apoya.
Sería absolutamente increíble que el proyecto de la banca de la amistad se institucionalice o se regularice en cada escuela, instituto o universidad local –¿quién dice que los adultos no nos sentimos solos y necesitados?–; así que ¿qué esperamos para replicarla ya?
Entusiastas que se quieran sumar, síganme los buenos. //