Crecí escuchando el símil que decía «más perdido que pirata en Bolivia», con el que nos burlábamos de que nuestro vecino del sureste no tuviera salida al Océano Pacífico.
Han tenido que pasar muchos años y he tenido que visitar La Paz por primera vez para comprender la importancia que tiene el mar para los bolivianos.
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Todo empieza con la bandera nacional, en cuyo escudo figuran diez estrellas. La séptima estrella representa al departamento del Litoral, llamado «el departamento cautivo», que le dio al país acceso al mar desde su independencia hasta 1879. ¿Qué ocurrió aquel año? Chile le arrebata ese territorio costero en el contexto de la Guerra del Pacífico. En los colegios, algunos profesores de Historia dan validez al mito según el cual los bolivianos perdieron el mar por borrachos. Esto a raíz de lo que sucedió el martes 25 de febrero de 1879. Esa noche, el presidente Hilarión Daza fue notificado de que el ejército chileno había invadido Antofagasta e izado su bandera en los edificios públicos de la región. Ese martes de febrero coincidió con la celebración del Carnaval, y se dice que Daza prefirió guardarse las novedades para no interrumpir la fiesta, impidiendo la reacción de las tropas locales.
Así como el Perú perdió Tarapacá en ese mismo conflicto, a los bolivianos se les usurpó el departamento Litoral, también llamado Cobija. La diferencia consiste en que mientras los peruanos supimos recuperarnos de aquella mutilación geográfica, Bolivia nunca pudo superar el haberse quedado sin costa. Esa privación se encuentra arraigada en el centro del imaginario nacional junto con la expectativa por dejar algún día de ser un «país enclaustrado».
Para los bolivianos –muchos me lo han comentado en estos días– el mar es una herida, pero también una esperanza. Es un trauma, un dolor y al mismo tiempo un sueño. Añoran el mar igual que un cuerpo mutilado añora el miembro faltante. Incluso los niños hablan del mar con la conmovedora nostalgia con que se extraña algo que no se conoce, pero que a la vez se ama. Desde luego no se trata de un anhelo meramente poético: una salida al Pacífico impulsaría favorablemente la alicaída economía del país.
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Cada 23 de marzo, los bolivianos conmemoran la pérdida de ese territorio en el Día del Mar. En esa fecha se escuchan salvas en el aire, se organizan marchas, se imparten discursos, se ofician misas en los templos, se enarbola la Bandera de la Reivindicación Marítima, se entona el Himno del Mar, y se desarrollan diferentes actividades con la participación especial de los miembros de la insigne Armada Boliviana. En las escuelas, se organizan concursos de dibujo con motivos marítimos y se canta Barquito de Papel, un himno infantil cuyo estribillo dice: «soy un niño boliviano que quiere tener su mar para jugar con las olas y batir la tricolor».
En enero de 1992, el Perú cedió a Bolivia una playa de cinco kilómetros de costa y ochocientos metros de ancho, ubicada cerca de Ilo, en Moquegua, y que fue bautizada como Bolivamar. El trato se suscribió por un siglo, con la única condición de que la playa solo se utilice con fines turísticos. En su momento, la medida despertó el entusiasmo de nuestros vecinos –¡por fin podrían acceder al mar!–, pero el clima, la geografía y sobre todo la falta de gestión impidieron que atrajera a los turistas. Más de treinta años después, esas playas lucen abandonadas, descuidadas, desérticas. Lo único que hay en Boliviamar, además de basura, es una vieja escultura titulada Monumento de las Dos Mujeres, un armatoste de fierro corroído que solo concita la atención de las aves.
En 2018 el Tribunal de La Haya falló en contra de las pretensiones de Evo Morales de impulsar una salida al mar para Bolivia. Si uno les pregunta a los bolivianos, muchos hoy ven imposible ganar un litigio internacional y creen que hay que negociar con Chile un acceso compartido a la costa y dejar de hablar de una «salida soberana».
Mientras eso se resuelve (o no), para no dejar de disfrutar del verano cuando llega la temporada, las opciones más cercanas son las playas de Tacna y Arica. En esas aguas miles de hermanos bolivianos olvidan temporalmente el mar que perdieron, el mismo que algún día, por derecho, esperan recuperar.