Ilustración de Grettel Montesinos que se publicó en la versión de “El principito” de la editorial Estruendomudo.
Ilustración de Grettel Montesinos que se publicó en la versión de “El principito” de la editorial Estruendomudo.
Lorena Salmón

Querida Antonia: hace algún tiempo me preocupaba que ocuparas el tuyo mirando en YouTube a chiquillos haciéndose famosos por nada transcendental. Retos idiotas, juegos sin sentido, tips de maquillaje para hacerte ver menos imperfecta o más bella, o consejos sobre cómo vestirte para ocultar tus defectos: ningún contenido (que los hay) enfocado en hacerte entender que si no aceptas tu cuerpo y lo respetas, nadie más lo hará por ti.

No, te pasaste cientos de horas viendo cómo unos nenes sin discurso interesante se volvían famosos por ser bonitos o por vestirse a la moda, valores que en el juego real de la vida no tienen peso alguno, aunque los medios, la publicidad o las redes sociales te hagan creer lo contrario.

Ilustración: Nadia Santos.
Ilustración: Nadia Santos.

He discutido frustradamente contigo y te he pedido que enfoques tu energía en informarte sobre historia, cultura o música que valga la pena, pero en tu libre albedrío aprendías canciones de youtubers que le cantan a sus haters porque estaba de moda (es todo un fenómeno y tiene de nombre roast yourself: algo así como ‘quémate tú mismo’).
Con todo el talento que hay por el mundo y tú optando por tararear “Soy la cejona de YouTube” o todo el reggaetón que tu memoria pueda guardar. Ay, la pena qué me da.

He sufrido sola renegando sobre a quiénes sigues.

He intentado aconsejarte, mostrarte opciones que te nutran y no que te hagan aspirar a ser alguien que no eres o a sentirte mal por tu cuerpo; porque no te ves como las que tienen millones de seguidores y porque no necesitas tener millones de seguidores para quererte o sentirte valorada.

El otro día leía espantada una noticia que a muchos les hacía gracia: de grandes, la mitad de niños quieren trabajar como youtuber. Claro, si ganan dinero, viajan por el mundo y tienen una apariencia agradable, ¿dónde firmo?

Pero estoy segura de que mis palabras han calado en ti; que sabes que nada de eso tiene verdadero valor ni te dará calma ni felicidad; en realidad, que nada más que conocerte, aceptarte y quererte a ti misma te dará felicidad.

Que tu paz no se compra. Que quien eres tú de verdad no está conformado por una cara y un cuerpo, perfecto o no, ni por el cuarto gigante con el clóset lleno de carteras o zapatos de marca, ni por los likes ni por cualquier cantidad de maquillaje que tiene mamá.

Creo que has aprendido a diferenciar el contenido basura del que vale la pena; aunque me confieses que el basura a veces te divierte (como a muchos, preciosa, si no la tele de ese tipo no existiría o las marcas no llenarían de auspicios a ese tipo de contenido).

Estoy segura, porque ahora lees libros como yo nunca lo hice a tu edad. Porque yo me adentré en el mundo de la literatura con Charlie y la fábrica de chocolate y tú leíste sobre los miedos (tus miedos y los míos) en palabras de Amalia Andrade y querías leer más y más.
Porque fuimos de paseo a la Feria del Libro y saliste con cinco libros entre brazos, emocionadísima, compartiendo tus adquisiciones mientras que el resto de la familia: cero.

Porque fuimos de viaje y me dijiste textualmente: “Me he propuesto terminar un libro entero esta semana”. Y aunque no lo tocaste, ni a la tecnología, me gustó mucho la intención, hija mía.

Porque estoy segura de que la lectura te salvará: te abrirá puertas y te dará refugios tan íntimos y privados, tan tuyos, te llevará a lugares impensados antes, te conmoverá porque sí, te identificarás, reirás en voz alta, llorarás y somatizarás corporalmente todas las emociones que esa historia te pueda provocar.

Porque leer te hace grande. Amplía tus límites, hay miles de universos.

Porque te reta y te provoca. No hay límites. //

Contenido Sugerido

Contenido GEC