Querida Antonia: hace algún tiempo me preocupaba que ocuparas el tuyo mirando en YouTube a chiquillos haciéndose famosos por nada transcendental. Retos idiotas, juegos sin sentido, tips de maquillaje para hacerte ver menos imperfecta o más bella, o consejos sobre cómo vestirte para ocultar tus defectos: ningún contenido (que los hay) enfocado en hacerte entender que si no aceptas tu cuerpo y lo respetas, nadie más lo hará por ti.
No, te pasaste cientos de horas viendo cómo unos nenes sin discurso interesante se volvían famosos por ser bonitos o por vestirse a la moda, valores que en el juego real de la vida no tienen peso alguno, aunque los medios, la publicidad o las redes sociales te hagan creer lo contrario.
He discutido frustradamente contigo y te he pedido que enfoques tu energía en informarte sobre historia, cultura o música que valga la pena, pero en tu libre albedrío aprendías canciones de youtubers que le cantan a sus haters porque estaba de moda (es todo un fenómeno y tiene de nombre roast yourself: algo así como ‘quémate tú mismo’).
Con todo el talento que hay por el mundo y tú optando por tararear “Soy la cejona de YouTube” o todo el reggaetón que tu memoria pueda guardar. Ay, la pena qué me da.
He sufrido sola renegando sobre a quiénes sigues.
He intentado aconsejarte, mostrarte opciones que te nutran y no que te hagan aspirar a ser alguien que no eres o a sentirte mal por tu cuerpo; porque no te ves como las que tienen millones de seguidores y porque no necesitas tener millones de seguidores para quererte o sentirte valorada.
El otro día leía espantada una noticia que a muchos les hacía gracia: de grandes, la mitad de niños quieren trabajar como youtuber. Claro, si ganan dinero, viajan por el mundo y tienen una apariencia agradable, ¿dónde firmo?
Pero estoy segura de que mis palabras han calado en ti; que sabes que nada de eso tiene verdadero valor ni te dará calma ni felicidad; en realidad, que nada más que conocerte, aceptarte y quererte a ti misma te dará felicidad.
Que tu paz no se compra. Que quien eres tú de verdad no está conformado por una cara y un cuerpo, perfecto o no, ni por el cuarto gigante con el clóset lleno de carteras o zapatos de marca, ni por los likes ni por cualquier cantidad de maquillaje que tiene mamá.
Creo que has aprendido a diferenciar el contenido basura del que vale la pena; aunque me confieses que el basura a veces te divierte (como a muchos, preciosa, si no la tele de ese tipo no existiría o las marcas no llenarían de auspicios a ese tipo de contenido).
Estoy segura, porque ahora lees libros como yo nunca lo hice a tu edad. Porque yo me adentré en el mundo de la literatura con Charlie y la fábrica de chocolate y tú leíste sobre los miedos (tus miedos y los míos) en palabras de Amalia Andrade y querías leer más y más.
Porque fuimos de paseo a la Feria del Libro y saliste con cinco libros entre brazos, emocionadísima, compartiendo tus adquisiciones mientras que el resto de la familia: cero.
Porque fuimos de viaje y me dijiste textualmente: “Me he propuesto terminar un libro entero esta semana”. Y aunque no lo tocaste, ni a la tecnología, me gustó mucho la intención, hija mía.
Porque estoy segura de que la lectura te salvará: te abrirá puertas y te dará refugios tan íntimos y privados, tan tuyos, te llevará a lugares impensados antes, te conmoverá porque sí, te identificarás, reirás en voz alta, llorarás y somatizarás corporalmente todas las emociones que esa historia te pueda provocar.
Porque leer te hace grande. Amplía tus límites, hay miles de universos.
Porque te reta y te provoca. No hay límites. //