Los millennials son el principal actor del sector financiero en la actualidad. (Foto: AFP)
Los millennials son el principal actor del sector financiero en la actualidad. (Foto: AFP)
Lorena Salmón

Hace algunos días, mi hija me comentaba sobre una conversación importante que tuvo en el colegio. Era acerca de lo indispensable de cuidarse uno mismo, poniéndose límites personales: ¿qué les permito a los demás, qué me permito? “Imagínate, mamá, que he escuchado que ya hay chicas de mi edad –11 años– que mandan ‘pack’ a chicos. Así normal”.

La indignación de Antonia era real. Guardé silencio absoluto mientras mis neuronas con esfuerzo se interconectaban tratando de darle sentido a lo que acababa de oír. No sabía de qué me estaba hablando pero fingí perfectamente y me indigné junto con ella. Qué barbaridad.

En la noche, al comentarle a mi marido que mis neuronas habían fracasado en su sinapsis y que no había entendido nada de lo conversado con Antonia, se sorprendió y me dijo: “¿Cómo no vas a saber qué es un ‘pack’, Lorena?”. Ni la remota idea. “Es un conjunto de fotos íntimas”. Aaaaaaaah: rayos y centellas. Qué fuerte darte cuenta de que todo es ahora tan precoz, normalizado; qué fuerte darme cuenta de que Antonia es niña pero está expuesta a tantas cosas de adultos por todos lados, información y contenido sin procesar. Y qué importante es saber qué es un ‘pack’.

A los pocos días, les hice una encuesta a mis amigas cercanas. Ninguna tenía tampoco idea de qué significa ese término. Así que como no me da la gana de quedarme muda haciéndome la que sé pero no sé nada de la vida, decidí ingresar a cuanta publicación al respecto hubiese.

Bangarang: prohibirle a alguien la entrada a un grupo o página.

Ward: guardar alguna publicación o archivo (!!!!!).

Plox: por favor.

Lag: cuando un juego o el Internet tarda mucho en cargar.

Me imagino que muchos de ustedes ya estaba identificados con el término ‘pack’ y, sí, quizás soy unas de las pocas desactualizadas. De hecho, prefiero dilatar algunos procesos de modernización de mi vida. No tengo tarjeta de crédito, nunca he comprado por Internet, he entrado a Amazon dos veces, no tengo Rappi y aún no toco el Glovo, que recién decidí bajar luego de que, durante un almuerzo en un restaurante con una amiga, se apareciera campante su repartidor a entregarle su pedido en sus manos.

Me quedé boquiabierta. ¿Así de fácil era la cosa?

Días antes y frente a la necesidad de ir a la farmacia, Antonia me había insistido en usar esta aplicación para evitarme la fatiga de moverme y tener que salir. “Mami, ¿por qué no pides Glovo?”. Soy tan extraña frente a la tecnología. No recuerdo mis claves jamás y las tengo apuntadas todas juntas en un solo lugar. Pero venciendo mi desidia online, bajé el app y pasé horas inspeccionando sus servicios. Hay una opción ‘aladdinesca’: pide lo que quieras. ¿Realmente lo que quiera? Justo necesitaba un polo blanco talla 12 y pinturas o témperas neón para ponerles encima. Antonia tenía al día siguiente una fiesta temática y quería vestirse así. Cuando me lo dijo, eran las 5:30 de la tarde y dudé durante largo rato si usar o no por primera vez al genio mágico.

Fue tanto mi temor de un intento fallido, que decidí resolverlo yo misma (salí a comprar el polo y las pinturas). Antonia primero me reclamó por las mangas largas: “No me pienso poner eso”. Luego la convencí de cortárselas y luego pintó el polo, feliz y a su antojo. Pero nunca se lo puso. Así que la próxima vez, mensajero, para qué eres bueno.Me imagino que tecnología como esa está hecha para hacernos la vida mucho más fácil, pero será mi gran tendencia nostálgica hacia el pasado la que me seguirá haciendo optar por otras vías. Eso sí, sin descuidarme en actualizaciones del lenguaje. //

Contenido Sugerido

Contenido GEC