Mal haríamos en extrapolar la imagen de un país a partir de su cinematografía, pero se puede tomar como señal o síntoma. En el Perú, el ejercicio sería extremo y equívoco, si asumimos que el alma nacional podría resumirse en una mezcla de Retablo con Asu mare salpimentada por Macho peruano que se respeta y Hasta que nos volvamos a encontrar. El ejercicio que haré a continuación puede tener ese grado de arbitrariedad y pido perdón por ello por anticipado.
A partir de las plataformas de streaming ha ocurrido un redescubrimiento de las producciones nórdicas que, quizás, inició con el fenómeno de The Killing y prosiguió con Borgen, que acaba de estrenar cuarta temporada. El gusto de lo escandinavo por el policial lo conocíamos por la literatura y está bien reflejado en Mankell, Nesbo o el propio Stieg Larsson, pero la ausencia de cadenas de distribución tradicional habían impedido que apreciemos cómo esa afición ha regalado tan buenas series y películas de género. Dos de ellas, danesas, llaman la atención. La primera es El culpable, de Gustav Möller (Mubi); la segunda, Los justicieros (Netflix), de Anders Thomas Jensen.
MIRA TAMBIÉN: Lionel Messi y por qué enfrenta el semestre más importante de su carrera
En la película de Moller, un policía destacado a una unidad de ayuda telefónica de emergencia recibe una llamada sobre un posible secuestro. La situación es extrema y el tratamiento cinematográfico también. En tanto el encierro marca la condición de la víctima y la del posible redentor, el director decide transmitir esa experiencia a través de un recurso límite: toda la película discurre a través de primeros planos en los que el policía, en máximo estrés, debe tomar decisiones que condicionan la vida de terceros. La claustrofobia se acentúa por el dilema moral: ¿de cuánto sirven los códigos y las normas para abordar una situación que excede el protocolo? A pesar de que la premisa es insoportable, las restricciones subsumen: es un largometraje que una vez empezado no se deja. De ser posible, prefiera la versión original a la adaptación de Antoine Fuqua.
COMPARTE: Atentados contra el sentido común, por Jerónimo Pimentel
Los justicieros, en ese sentido, es lo opuesto: una suerte de thriller abierto con elementos de humor negro, aunque también se puede entender como una fábula alrededor de la teoría de las probabilidades. El argumento es difícil de resumir: un grupo de científicos freaks cree haber descubierto que un accidente de tren puede no haberlo sido. Sus razones son estadísticas y, luego de ser rechazados por la autoridad, buscan convencer a un militar que enviudó ahí de que haga suya la tesis. Ellos ponen el cerebro; él, músculo. En la investigación conforman un grupo de fenómenos traumatizados que debe enfrentar mafias, escepticismos y, lo que no es poco, sus propias rarezas. Los cimenta la marginalidad compartida: abusados o abusadores, sus vidas transcurren en los extramuros del sueño del estado de bienestar nórdico. Ahí asoman los migrantes eslavos explotados, los alcohólicos irredentos, las víctimas del silencio familiar, todos incapaces de verbalizar sus tragedias. La argamasa que los une no es noble, pero sí funcional: la venganza se vuelve el móvil ante tanta villanía. El espectador, al final, no sabe si llorar o aplaudir.
Dinamarca es Noma y Lego, pero lejos de esas cumbres de la imaginación afloran otras miradas que, sin quererlo, ayudan a redefinir la idea de un país que siempre lidera el ranking de los más felices del mundo, tal vez sin serlo. //
TE PUEDE INTERESAR
- Iquitos para el turista joven: locales nocturnos, nuevos restaurantes y actividades de aventura
- La Carnicería de Tito: todo sobre el nuevo restaurante que se encuentra dentro del famoso espacio de carnes
- Los Ballumbrosio celebran a El Carmen con un show en el Gran Teatro Nacional
- El poema del pionono: una aproximación a la filosofía Fiu Fiu
Contenido Sugerido
Contenido GEC