Estamos atrapados en una espiral descendente y mediocre, un tornado de excrecencias. Los días empiezan a ser iguales, pandémicos, variantes de un relato repetitivo en torno al deterioro. Va más o menos así: la prensa destapa barbaridades varias, acumulativas y complementarias, que acabado el fin de semana son amplificadas y potenciadas con nuevas revelaciones televisivas. El domingo por la noche se apaga el televisor diciendo hasta aquí llegó esto. Pero no pasa nada.
Lo que inicialmente parecía ser un puñado de incompetentes silvestres empiezan a multiplicarse con evidente premeditación, alevosía y ventaja. Mutan en una secta ideológicamente trasnochada, escalan a banda, hasta que se muestran como una comunidad de colaboradores eficaces más próximos al Loco Perochena que al Che Guevara. Todo sostenido por una tembleque estructura de balbuceos presidenciales. Pero es un complot, es racismo, es paranoia vacadora. Y no pasa nada.
MIRA TAMBIÉN: La mamá de la mamá y el pueblo, por Jaime Bedoya
Día a día ministros nombrados para supuestamente ocuparse de algo dejan en suspenso su trabajo (es un decir), para dedicarse a una pintoresca defensa de la diluida figura presidencial. Mientras reducen el debate al nivel más bajo posible, eficientemente desvían las acusaciones presidenciales hacia el pozo inerte donde yace lo irrelevante. Es decir, ellos mismos. Pero no pasa nada.
Tal vez sea hora de que pase algo. Y el comienzo de ese desenlace podría ser buscar alguna explicación razonable a porqué no pasa nada. Tras cotejar con personalidades competentes, entre las que se encuentran varios paseadores de perros, personajes mucho más esclarecidos por el solo hecho de pasar más tiempo con canes que con personas, está podría ser una relación preliminar de posibilidades:
1. Hay algo en el agua del congreso: un componente químico no registrado en las añosas tuberías de la sede del legislativo induce a una violenta pérdida de la dignidad a la vez que agudiza el sentido del oportunismo y el culto a la quincena. Nublada la sindéresis, los comportamientos se inscriben dentro de aquellos considerados inapropiados inclusive dentro de los códigos del Parque de las Leyendas. Todo se negocia.
2. Después de Qatar no hay recambio: Estamos siendo testigos del último ciclo de vida deportiva de esta selección. Lo significativo es que esa carencia de nuevos valores se extrapola a la política. No hay quien lidere y represente la indignación, si es que esta existe. La degradación de la clase política a una masa de saltimbanquis gelatinosos, salvo excepciones tan honrosas como escasas, es lo que logra que Cuto Guadalupe esté considerando que tal vez haya llegado su momento presidencial.
COMPARTE: Aníbal & Adolf, o, el fin de la convivencia civilizada, por Jaime Bedoya
3. Los zombis tendrán la última palabra: tras meses, años o lo que dure este descenso sostenido en la oportunidad perdida, un argumento inalterable sobrevivirá con ociosa terquedad entre las ruinas de lo que no fue: con Keiko sería peor.
4. La tesis Helguera: A comienzos del siglo XIX un alcalde de Lima singularmente lúcido como Francisco Helguera se opuso a la importación de antibióticos. Su argumento era científicamente insostenible. Sin embargo, resultaría impecable y perfectamente vigente en lo que al carácter local se refiere. Decía Helguera que aquí no se necesitaban antibióticos porque en Lima hasta los microbios se acojudan.
El acojudamiento se ha vuelto nacional. La ciudadanía está paralizada por la anestesia tóxica de la polarización circular. La misma que por un lado envolvió en paternalismo y victimización racial a un sinvergüenza, y que por otro se encaprichó en una postura reaccionaria que no atiende a la necesidad de cambios. La suma cero perfecta.
Por eso pasa todo y no pasa nada al mismo tiempo. /