"Todo lo que miro en Madrid me inspira. Cada nuevo lugar visitado o recorrido despierta sorpresa, admiración y asombro"
"Todo lo que miro en Madrid me inspira. Cada nuevo lugar visitado o recorrido despierta sorpresa, admiración y asombro"
Lorena Salmón

Madrid es hermosa por donde se le mire. Es gratificante poder visitar una ciudad donde se respire verde, cultura, historia, arte, diseño, vida, por cada calle, en cada esquina. Todo lo que miro me inspira. Cada nuevo lugar visitado o recorrido despierta sorpresa, admiración y asombro.

Me siento como una niña en Navidad bajo el árbol, feliz, emocionada y exclamando: oh, wow, qué hermoso todo.

Y es que no paro de observar con especial atención a la gente que camina en la calle. Cómo andaré tan atenta desde que estoy aquí, que ya vi al príncipe Christian de Hannover en patineta (hijo de Ernesto de Hannover; se casó con la peruana Alessandra de Osma en una boda hipermediática en Lima), al escritor peruano Raúl Tola (a quien no conozco personalmente) y, sin querer, inesperadamente, hasta me topé con el mismísimo velorio de Camilo Sesto, quien falleció precisamente mientras estaba yo de visita por aquí.

Hemos alquilado una casa –por el sistema Airbnb– cerca de la plaza Santa Ana y, desde que hemos llegado, mi esposo y yo hemos dividido nuestro tiempo entre caminar sin rumbo fijo –nunca he sido de espíritu muy turístico–, comer en mercaditos de barrio y visitar viejos amigos.

Nuestro primer encuentro fue con mi amiga de la infancia y vida Marianella Zaza.

Llegó a Madrid hace ya muchos años para estudiar un máster, se enamoró de un madrileño estupendo, tipazo, como alguna vez le predijeron las cartas (cuando teníamos quince años, las cartas le vaticinaron que el amor de su vida sería extranjero), consiguió trabajo fijo y echó raíces: no solo habla como una española de pura cepa –literalmente, como si hubiese nacido en estas tierras–, sino que también tuvo una hija hermosísima y españolísima, joder.

Marianella es feliz aquí. Con su vida completamente hecha en este lado del mundo, no tiene intención alguna de volver a Lima. Extraña a su familia y gente, pero, contándome sobre su experiencia, me dijo: “Sabes, yo ya hacía tiempo sentía que no tenía nada más que hacer en Lima”.

Hay lugares que te invitan a salir como otros te abren los brazos, te dan la bienvenida y te hacen sentir en casa.

Una de las ventajas de las redes sociales es que permiten que nos conectemos con gente a la que le habíamos perdido el rastro. Erick Molgora era un compañero del colegio de mi esposo. Vio una publicación en su Instagram y le escribió: “Estoy en Madrid, tío”. Almorzamos con él ayer en un restaurante con terraza y hermosa vista del barrio de La Latina. Su versión de por qué decidió quedarse a vivir en Madrid –cuando también había llegado a hacer un máster– se resume a que la ciudad lo enamoró. Ni tuvo que pensarlo mucho: simplemente se quedó, y de eso han pasado más de diez años.

Él también tiene hijos españoles y tampoco tiene intención de volver. ¿Para qué? Todos sus amigos peruanos le caen de visita y, por lo que nos contó, la cantidad de visita que recibe es suficiente cable a tierra.

César Figari fue el tercer amigo que visitamos. El buen ‘Tuto’, como lo conocemos todos los cercanos, tiene ya hace un año y medio en Madrid un restaurante de comida peruana, Quispe, que ideó, soñó e hizo realidad junto a su hermosa pareja, Constanza Rey. Allí nos recibieron ambos para enseñarnos a su bebe, el emprendimiento que literalmente les quita el sueño.

Quispe tiene una cocina deliciosa, comandada por el ex chef de Lima London (restaurante que manejó Virgilio Martínez en Londres), Eduardo Troya. Con un ambiente acogedor, es o debería ser una parada obligatoria para todo peruano que aterrice en Madrid: mi paladar y mi corazón se lo dicen. //

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