Me he pasado un fin de semana entero hablando de potos, y no de cualquier poto: mi fijación radica precisamente en los voluptuosos, redondeados y duros como roca, que pensé ingenuamente que eran característica exclusiva y absoluta de J. Lo. Pero no, oh no.
Un fin de semana en la playa cambió toda mi perspectiva.
No había uno, sino dos, tres, cuatro, cinco, basta.
¿Cómo se puede tener un poto así? ¿Serán reales? ¿Cuántas horas de ejercicio y esfuerzo físico requieren esas formas redondeadas y perfectas?
Al parecer no era la única afectada con la vista playera. Muchos teníamos que ver con los glúteos máximos y mínimos, con esos conjuntos de músculos que desfilaban juntos orgullosos, en tangas brasileras.
No puede haber una genética tan bondadosa, pensaba llevada quizá por la envidia, ya que a mí me tocó de glúteos una escasa masa muscular que más obedece a los caprichos de la gravedad.
De hecho, hace algunos meses vengo trabajando complicadas sentadillas que prometen hacer crecer mi ‘totó’. Pero no se confundan: lo mío no se debe a una cuestión de estética, sino a salud. Al no tener prácticamente colchón en las nalgas, sufro –a mis 38– de dolor lumbar y pronostican que si no logro hacerlo crecer, estaré andando por la vida con cojín.
De ahí mi impresión por las figuras voluptuosas en el paisaje marino.
Como estaba potoimpactada, en general por la nueva cultura fitness –la del cuerpo trabajado metódicamente, parte por parte, hasta un nuevo estándar de perfección–, decidí entender de dónde se despierta esta obsesión de la humanidad hacia esa parte de nuestra anatomía en proporciones inimaginables.
¿Será responsabilidad de las Kardashian? Leí en un artículo que sin duda la reivindicación de las curvas gracias a figuras hipermediáticas como las de Kim y Kylie ha tenido gran efecto en la mentalidad de las chicas, que nuevamente ven en las generosísimas pompas un sinónimo de empoderamiento: mi cuerpo, mis reglas. La cintura pequeña, las caderas grandes y sinuosas, y una cola desbordante es el nuevo estereotipo de cuerpazo, y lo es.
Las redes sociales han ayudado también a catapultar a esta zona erótica a una fama sin precedentes: de hecho, en Instagram es tendencia, con más de 4,6 millones de influencers especializadas en fitness, que se dedican a vender fórmulas y rutinas exigentes para hacernos crecer y moldear las nalgas a nuestro antojo.
Nunca había visto tanta información al respecto.
De hecho, en algunas ciudades de Inglaterra y en Los Ángeles ya hay gimnasios o centros deportivos especializados solo en el poto: ejercicios exclusivamente para trabajar esa zona del cuerpo durante los 45 minutos o la hora que dura la práctica.
Ahora, es evidente que ejercitar esta zona del cuerpo es beneficioso para nuestra salud en general: la cola sirve de soporte a nuestra zona pélvica. Es por eso que es importante que tenga fuerza y resistencia. En pocas palabras: un poto fuerte garantiza un cuerpo fuerte.
Además, un poto puede lograr grandes cosas. Preguntémosle, si no, a la gurú Susi Díaz, que años atrás fue elegida congresista con una estrategia de impacto: un 13 pintado en la nalga.
El dato curioso es que la evolución misma de nuestra especie dependió del desarrollo de nuestros glúteos. Recién cuando los simios antecesores desarrollaron estos nuevos músculos pudieron comenzar a desplazarse en dos patas por encima de la sabana, con mejores herramientas para poder ver su alimento y los peligros que los acechaban; y para poder desplazarse más rápido. Los simios que no mutaban y no se adaptaban, se extinguían.
Lo explica Salvador Dalí: “Siempre digo que, a partir del culo, los mayores misterios del mundo se hacen comprensibles”. //