Una de las cosas que mejor define la grandeza de Alianza Lima es su fiel hinchada, esa que acompaña al equipo en las buenas y en las malas. No solo lo dice este periodista blanquiazul, sino cerca de 2 mil lectores de El Comercio que participaron hace tan solo unas semanas en una encuesta a propósito del aniversario de Lima, donde respondieron la siguiente pregunta: ¿cuál es el club que mejor representa a la ciudad? Un 49.3% votó a favor del equipo de la Victoria, que este 15 de febrero cumple 121 años de fundación, mientras que el segundo lugar, Universitario, obtuvo un 38.5%.
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Por eso, alla por 1997, a los seis o siete años, sentía una energía que se desbordaba cuando Alianza Lima jugaba cada fin de semana en las canchas de todo el Perú, luchando por obtener un título nacional luego de 18 años de sequía. Los gritos desaforados de algunos de mis vecinos se colaban en mi casa, al mismo tiempo que Toño Vargas entonaba esa palabra bendita llamada gol. Todo eso ocurría mientras la selección peruana peleaba por clasificar al mundial de Francia y otro club limeño llegaba a instancias finales de Copa Libertadores. Pero nada me emocionaba más que ver a Waldir Sáenz liderar a un plantel que le quería devolver la gloria a La Victoria. En ese momento supe que mi corazón se había pintado de azul y blanco.
Aquel histórico equipo, dirigido por Jorge Luis Pinto y donde destacaron el brasileño Marquinho, Juan Carlos Bazalar, Carlos Basombrío, Juan Jayo, Víctor Hugo Marulanda, entre otros cracks, me hizo querer el fútbol y entenderlo como un deporte en el que si todos estamos unidos, podemos revertir la situación más compleja. Al año siguiente les pedí a mis padres que me matriculen en una academia de menores de Alianza Lima, con la intención de cumplir un sueño que, finalmente, se quedó en sueño: meter un gol bajo el arco sur de Matute, para luego ir a celebrarlo en el alambrado con el comando.
Ese verano me reafirmé como hincha de Alianza Lima. En la academia de fútbol nos llevaron a conocer las instalaciones del estadio Alejandro Villanueva: paseamos por sus cuatro tribunas, pisamos la cancha principal y las auxiliares y conocimos las habitaciones donde concentraban los futbolistas. El mejor momento de aquella visita fue entrar al salón de los trofeos y descubrir, como si estuviese en un altar, la mítica figura de ‘Manguera’ Villanueva y su influencia para cimentar la popularidad del equipo íntimo, con los títulos que obtuvo en las décadas del veinte y del treinta, hace casi un siglo.
Y es que Alianza Lima no solo es un club de fútbol: es historia, cultura, tradición, gastronomía y música. Es una institución que, como pocas, encarna el sentir del país. O, al menos, de su mitad más uno. //
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