No terminaba de despertarse la médica PNP Elizabeth Hinostroza Pereyra cuando su esposo, presuroso, le acercó al rostro la pantalla del celular. Era la mañana del 18 de diciembre del 2016. La versión en línea del diario oficial El Peruano daba cuenta de un hecho trascendental para la vida de la neurocirujana asimilada a la Policía Nacional del Perú desde hacía 26 años, pero también para la de la institución. Ella había obtenido el más alto grado posible de la carrera. Se había convertido en una de las dos primeras mujeres en ser designadas generalas en la historia del país.
“Enterarme me colmó de una alegría enorme. Pero, al mismo tiempo, de un gran sentido de la responsabilidad porque la expectativa que cae sobre una es mucha. El hecho evidencia, además, una oportunidad importante para las mujeres peruanas. Una puerta abierta para todas”, detallaba la oficial, hoy de 50 años, madre también de un pequeño de diez. No le faltaba razón. Era un gran punto de quiebre. Cierto es también, sin embargo, que el género por sí solo no motivó aquella designación.
El CV de Hinostroza lo demuestra. La generala de Servicios se enroló a la PNP en mayo de 1990. Tenía solo 22 años. Ni siquiera había acabado la carrera de Medicina en la Universidad de San Marcos cuando un afortunado convenio le permitió hacer prácticas en el hospital general de la PNP de la avenida Brasil.
“Nunca dudé en asimilarme. Mi padre fue coronel de Sanidad y varios parientes también pertenecían al cuerpo. Desde entonces no he parado”, narraba quien, además, posee una maestría en Salud Pública, un doctorado en Medicina y la experiencia de ser ex becaria del Gobierno francés para el seguimiento de una especialización en Neurocirugía Funcional en la Universidad Paul Sabatier Tolouse.
Fue durante los años en los que imperó la barbarie terrorista que ella se fogueó en cirugía de guerra. Esto debido a la vasta cantidad de heridos por armas de fuego que debía atender. “Aquel tiempo fue particularmente duro. Hay historias que son difíciles de sacar de la memoria, como la de aquellas víctimas de las explosiones, de los coches bomba. Tengo presente el caso de un efectivo de menos de 25 años que había sufrido amputación de ambos brazos y una pierna. La otra la tenía completamente comprometida. Pero él estaba consciente de todo, luchando por recuperarse. Esas situaciones marcan y una solamente quiere ayudar en todo lo que se pueda”, cuenta. Empatía, pues, más que cabeza fría.
“Nunca me he sentido rezagada por ser mujer, porque a mí se me ha formado con una mentalidad profesional y competitiva. Yo siempre he visto a los hombres como compañeros de clase o de trabajo. Y ellos se han acostumbrado a verme como una más. Las oportunidades siempre han sido justas”, concluye.
Y así espera que siga siendo.//