Celestino (Amiel Cayo), un ermitaño campesino, empieza un viaje de sanación con su vaca Samichay, desde la soledad y altura de los andes hasta el caos de la urbanización y los pueblos. (Foto: Quinta Imagen Films & Quechua Films)
Celestino (Amiel Cayo), un ermitaño campesino, empieza un viaje de sanación con su vaca Samichay, desde la soledad y altura de los andes hasta el caos de la urbanización y los pueblos. (Foto: Quinta Imagen Films & Quechua Films)
Vanessa Cruzado Alvarez

Si hay un pensamiento -para algunos, hasta un propósito- que ha cobrado más fuerza en este año y cuatro meses a solas con nuestros pensamientos es la . Mejor dicho, su búsqueda. Ese camino, sin querer, y casi vaticinando lo de ahora, emprendió el Tosso (Lima, 1978) hace más de una década cuando decidió hacer una película sobre las montañas, los Apus y los Andes, esos que lo maravillaron desde pequeño, cada vez que iba a Huancayo para visitar a su familia. Ese lazo se hacía más fuerte en cada documental o cortometraje que hacía en las montañas o en la Amazonía. “Casi siempre [los trabajos] eran para ONGs extranjeras. Venían holandeses, alemanes y conversaban con los locales en quechua, y yo no lo hablaba. Me traducían parte de la conversación al inglés, pero seguían conversando en quechua todos. Era una necesidad para mí [hacer un largometraje en esa lengua]”.

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Fue gracias a una escena peculiar -al menos para él- que tuvo la idea del proyecto: de regreso del rodaje de un documental, un campesino empezó a discutir -en quechua- con su hijo. “Le pregunté y me dijo que estaban discutiendo por un carnero. Me explicó que los animales mascota tienen un nombre; los animales ganado, no. El hijo quería ponerle nombre, pero él no. Había la necesidad, muy fuerte, de contar este choque. Ahí empecé a armar esta historia de un campesino, que recorre las montañas desde la cima de los Andes, autoexiliado de la propia comunidad que se enfrenta a esta constante corrosión del mundo”. En ese entonces, en el borrador del proyecto figuraba el nombre: El campesino, la vaca y la montaña.

Samichay se filmó en Cusco, con campesinos de la zona que se representaban a sí mismos, "guiados en el rol principal por el maestro Amiel Cayo. Para esto trabajamos los conceptos etnográficos de representación en vez de actuación o de puesta en situación en vez de puesta en escena". (Foto: Quinta Imagen Films & Quechua Films)
Samichay se filmó en Cusco, con campesinos de la zona que se representaban a sí mismos, "guiados en el rol principal por el maestro Amiel Cayo. Para esto trabajamos los conceptos etnográficos de representación en vez de actuación o de puesta en situación en vez de puesta en escena". (Foto: Quinta Imagen Films & Quechua Films)

Desde ese momento hasta la realización, pasaron nueve años. Esto por varias razones: adecuarse a los tiempos de las personas del campo, presupuesto, geografía y los sucesos en la vida del equipo de filmación, entre ellas, la de su director. “Intervino gente que ahora ya no está. Yo mismo he dejado gente en el camino, que extraño mucho, y quisiera que vuelva […] Pasan una serie de cosas que a uno lo cambia”. Estos eventos influyeron, unos más que otros, en el guion de Franco Tosso. El título de la película lo encontró gracias a una amiga y su gato de nombre Samichay. “Comienzo a investigar la palabra y me doy cuenta de que significa lo que estoy escribiendo”. El significado más cercano es ‘en busca de la felicidad’. Un concepto ligado al camino. No tanto como un fin. “Engancho con la palabra y ahondo mucho más en el personaje de Samichay, que es la vaca. Empieza a representar la felicidad para Celestino (Amiel Cayo) y es justo lo que tiene que soltar. Justamente entre las lecciones en época de covid-19 es aprender a soltar. No solo cosas materiales, sino sensoriales, costumbres, personas. La vaca, una especie de leitmotiv, representa eso”.

‘Samichay, en busca de la felicidad’, ópera prima de Mauricio Franco, es una producción peruano-española, rodada en setiembre de 2018 (tres semanas) a blanco y negro en las provincias cusqueñas de Quispicanchi y Canchis, a más de 4 mil metros de altura, que está “en pleno recorrido”. Fue galardonada en nuestro país en el Festival de Cine de Lima PUCP, con mención de honor a ‘Mejor Ópera Prima’ y ‘Mejor Película Peruana’ del 2020. Además, ha participado en el Neighboring Scenes: New Latin American Cinema, del Lincoln Center. En julio pasado obtuvo la Biznaga de Plata a Mejor Director, en la sección ZonaZine del Festival de Cine de Málaga, en España. “Este premio lo recibo con mucha alegría. Se lo dedico a mi padre, a mi equipo que sin ellos no hubiera podido hacer esta dirección”, nos dijo aquella vez. Ahora anuncia con alegría el reconocimiento en del Festival Internacional de Cine de Viña del Mar en las categorías de Crítica Especializada y Mejor Dirección.

‘Samichay, en busca de la felicidad’ es la ópera prima de Mauricio Franco Tosso. Fue galardonada en nuestro país en el Festival de Cine de Lima PUCP, con mención de honor a ‘Mejor Ópera Prima’ y ‘Mejor Película Peruana’ del 2020. (Foto: Quinta Imagen Films & Quechua Films)
‘Samichay, en busca de la felicidad’ es la ópera prima de Mauricio Franco Tosso. Fue galardonada en nuestro país en el Festival de Cine de Lima PUCP, con mención de honor a ‘Mejor Ópera Prima’ y ‘Mejor Película Peruana’ del 2020. (Foto: Quinta Imagen Films & Quechua Films)

Si bien está el deseo de que la película se proyecte en las salas (la pantalla más grande en la que la ha visto Franco es en el televisor de sus papás), aún toca esperar. “La reactivación de las salas es un arma de doble filo”, y agrega que “si bien el público tiene que tomar sus precauciones, el problema del cine peruano, latinoamericano y mundial es la circulación de películas independientes. No todos tienen la oportunidad de proyectarla, aunque suene paradójico. Las salas están subyugadas por el poder económico -en buena hora para los empresarios- al cine comercial y ni siquiera pluridiverso, son a una corriente Hollywoodense y el que menos oportunidad tiene de entrar a las salas de cine peruano, es el cine peruano”. La lucha para el eventual retorno al cine y para más proyección -equitativa- de cine peruano continúa. //

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SINOPSIS

Las altas cordilleras de las montañas se alzan por encima de las nubes. Por momentos parecen fundirse con el mismo cielo. No existe dios y tampoco el diablo. Estamos en las alturas de los Andes peruanos, a más de 5 mil metros sobre el nivel del mar, donde Celestino, un ermitaño campesino empieza un viaje de sanación con su vaca Samichay, desde la soledad y altura de los andes hasta el caos de la urbanización y los pueblos.

ACLARACIONESLa nota original salió publicada en Somos en julio de 2021. Se actualizó tras el reciente reconocimiento del filme en el Festival Internacional de Cine de Viña del Mar.

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