Una prueba molecular confirmó su diagnóstico. “Me di cuenta de que yo estaba exponiendo a mi familia si me quedaba en mi casa. Decidí que tenía que irme para no contagiarlos de covid”, cuenta a Somos Alicia Meza, madre de dos adolescentes e hija de un septuagenario, con quien también vive. La periodista y youtuber del canal ‘Notas de Meza’, llamó a la línea 107 de Essalud, donde tomaron nota de que ella es hipertensa y que en el 2013 tuvo un derrame, “candidata ideal para que el bicho me hiciera leña”. La pusieron en lista de espera para ser aislada en uno de los departamentos de las torres de la Villa Panamericana, en Villa el Salvador. Pese a que no se hizo muchas esperanzas en la respuesta del Estado, al día siguiente una doctora le comunicó que la esperaban allí. Empacó una frazada e implementos de aseo. No había reparado aún en que el mar de la cercana playa Venecia sería su único horizonte de escape en los siguientes 16 días de confinamiento.
Entre el quinto y onceavo día del contagio, los síntomas llegaron con fuerza. “La garganta se inflamó mucho. Esa inflamación tuvo su punto más alto un día que mi voz cambió. Mi timbre de voz es ronco, grave, así ha sido siempre, pero ese día sonaba como la voz cavernosa de un hombre con ronquera. Me sorprendió escucharme así, era como si otra persona de pronto tomara mi cuerpo y yo me escuchara como una Alicia que nunca conocí”, escribió en su cuenta de Facebook, cuando la pesadilla terminó y volvió a casa. Tosiendo todavía de rato en rato, y con un dolor de pecho como secuela, nos describe por teléfono “el peor de los síntomas” de este mal: el miedo.
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“Cuando tienes este bicho, el miedo hace que tu mal empeore. La sugestión funciona a mil; yo lo he visto, te pones peor, te baja las defensas y tú misma te enfermas”. Un día su saturación bajó y tuvo fiebre, “eso bastó para que sintiera que el virus había tomado ya todo mi organismo, que mi presión arterial había subido, que lo siguiente sería la falta de aire, que tendría que conseguir un balón de oxígeno, que me iba a morir y miles de ideas nefastas”, escribe en su Facebook. Otro día, la garganta le ardía muy fuerte y el estómago se le descompuso. “Ese día no dormí en toda la noche. Leí con fervor todos los artículos que pude encontrar en Google sobre la enfermedad al punto que me dieron las 5 de la mañana leyendo y atormentándome durante horas y horas. Esa falta de sueño me valió un día de fatiga y cansancio llena de ideas de muerte y desgracias”.
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Hiperactiva y ansiosa, Alicia no soportaba el encierro. Dejó su activa presencia en las redes sociales porque le dolía mucho la cabeza, la vista. Llevó un libro a la Villa, pero nunca pudo concentrarse en leerlo. “No podía concentrarme en nada que no fuera tratar de sobrevivir”. Pidió ansiolíticos, pero en cambio le enviaron a un psicólogo que le indicó unos ejercicios de respiración y relajación. “Ayudaron en algo, pero mucho más me servía estar con mis compañeras”. Alicia convivió todo el tiempo con otras dos mujeres: Katia, una joven emprendedora de Villa María del Triunfo, y Meche, una entrañable señora de Barrios Altos, que había sido derivada de un hospital, donde había estado muy grave. “Eran personas con mucha empatía, entramos en confianza rápidamente”. Sin poder tocarse (dormían en habitaciones separadas) y usando mascarillas todo el tiempo, se convirtieron en el soporte emocional de cada una. “Se preocupaban por cómo estaba. Se me acabó el jabón, y no tenía a nadie que me llevara cosas a la Villa. Katia me consiguió lo que yo necesitaba. Meche tuvo una mala noticia, perdió a un familiar cercano, y no sabíamos cómo actuar, no podíamos abrazarla. Nos hicimos como terapia grupal, entre nosotras nos ayudábamos. Nos dimos muchos apoyo, cariño entre nosotras, nos hicimos muy amigas”. Hoy mantienen un grupo en Whatsapp, donde siempre están pendientes la una de la otra. “Son esas relaciones tan fuertes que sé que van a ser para siempre”.
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La rutina en el departamento de la Villa empezaba muy temprano con la primera visita médica. Les controlaban todo el tiempo la temperatura, saturación y presión. “Agradezco muchísimo el trato que tuve en la villa. La atención es de primera, las 24 horas del día. Al inicio de la estadía, a todos los residentes se les toma una placa a los pulmones y exámenes de sangre. Todas las medicinas son gratis, me dieron remedios para la garganta el estómago. El personal de limpieza y mantenimiento siempre estaba muy protegido”, describe Alicia. A veces sentía que vivía una realidad paralela, como si estuviera en una película. Su único lugar para distraer la vista era su ventana desde el piso 7 (de una torre de 20). “La Villa es muy tranquila, no ves movimiento ni mucha gente caminando, tuve suerte porque mi ventana daba al exterior. A la mano derecha veía el mar de la playa Venecia, con un islote muy bonito, estaba alejado pero podía ver los atardeceres. Y al otro lado veía una especie de bosque, muchos árboles sobre un arenal. Y luego un cerro de Villa el Salvador con casas y los autos en la avenida El Sol. Yo quería estar en uno de esos autos… me sentía prensa, pero en buenas condiciones”.
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Alicia recuerda con mucho aprecio a los médicos, enfermeras y técnicas, “amables y dispuestos a tranquilizar a todos los pacientes atacados de los nervios que se sentían morir, por momentos”. Las noches eran quizá el momento más difícil para todas. “Para mí era el peor momento del día. Estaba sola en un cuarto desconocido pensando en lo que pasaría al día siguiente, sí iba a salir de esto, qué secuelas quedarían, cómo sería en adelante mi vida. ¿Y sí me moría? Pensaba en qué cosas me iba a perder de la vida, qué cosas hice mal”.
Si la libró, asegura, fue porque pudo controlar su miedo. “Al cabo de los días, entendí que si tienes miedo, pierdes. Me costó, pero pude. A veces hacíamos bromas con mis compañeras, imaginábamos que teníamos un bicho dentro de la panza que de pronto saldría como un Allien. Tonterías como esas las canalizábamos a través del humor y no del terror. Me concentré en vencer el miedo. Me dije que eso hacía daño, pensé cosas agradables, imaginé todo lo que iba a hacer cuando saliera de ahí”.
Hoy Alicia se recupera en casa y piensa seguir escribiendo en su Facebook sobre los días que compartió con Katia y Meche, las amigas que le ayudaron a vencer el peor de los síntomas de esta enfermedad: el temor. //
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