“Dios está conmigo. Dios no puede estar con un hombre malo, como Mike Tyson”. Trevor Berbick pensó que bastaba ser un hombre bueno, iluminado por su creador, para vencer dentro de un cuadrilátero a quien ya era llamado “el hombre más malo del planeta”. Un boxeador que había ganado por knock out 26 de sus primeras 28 peleas. El que confesó haber sido entrenado para ser un campeón. Tanto en el ring como fuera de él, Tyson solo estaba preparado para la ofensiva. “Mi mentor me dijo: la forma como peleas en un ring debe ser la forma en la que vives la vida”, confesó en Undisputed Truth, el show de stand up comedy en el que fue dirigido por Spike Lee, en el 2013.
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Desde aquel 22 de noviembre de 1986, cuando en el Hilton Hotel de Las Vegas Michael Gerard Tyson necesitó solo dos rounds para vencer a Berbick y se convirtió, a los 20 años, 4 meses y 22 días en el campeón de los pesos pesados más joven de la historia, el boxeo ha cambiado mucho. Tyson, también. Aunque hace unos días desató el caos lúdicamente antes de un combate de wrestling, también ha presumido de estar nuevamente en forma para boxear, tras someterse a un tratamiento de células madre y convertirse en vegano, además de solidarizarse en sus redes sociales con las protestas del #BlackLiveMatters, a pesar de su antigua amistad con Donald Trump. Para su regreso al box, el primer nombre en aparecer fue el de Tyson Fury, aunque Frank Warren, uno de sus promotores, ha dicho ya: “Mike está viejo”. Y Mike responde: “Estoy en la mejor forma de mi vida. Dios ha sido misericordioso conmigo. Peso 104 kilos y me encuentro muy bien. Me estoy preparando para ayudar a aquellos que han sido menos afortunados que yo y lo haré en peleas con fines benéficos”.
GOLPE A GOLPE; VERSO A VERSO
Tyson parece haber vivido la vida de muchos en una sola. Numerosas son las historias de púgiles caídos en desgracia, perdidos por sus adicciones, traicionados, sobrepasados por la fama, el ego y el dinero. Él, que ahora hace también apariciones cinematográficas, parece reunir en sí toda esa variedad de personajes oscurecidos por su propio éxito. De niño, pobre y problemático; de joven, campeón. En 1992 purgó cárcel por violación; salió y, en 1996, obtuvo el título por última vez; en 1997 fue multado y suspendido por arrancarle la oreja a Evander Holyfield. Por años estuvo pegado a la cocaína. Pasó por varias rehabilitaciones. El 2003 se declaró en bancarrota: 300 millones de dólares hechos humo. Irónicamente, hoy otro humo le hace ganar medio millón al mes: en California tiene una granja legal de marihuana.
Tras hablarse de su posible regreso, el excampeón Shannon ‘The Cannon’ Briggs, de 48 años, anunció que estaba negociando para enfrentarlo. “Sabemos que es una exhibición y veremos qué guardamos en el tanque”, aseguró vía Instagram. Tyson ha hablado de tres o cuatro peleas benéficas, sin fecha aún definida. Más rivales posibles se seguirán sumando en los próximos días, que no quepa duda.
A pesar de tan noble objetivo, no deja de ser curioso que la civilización del siglo XXI siga convirtiendo en estrellas a dos hombres que se agarran a golpes en un cuadrilátero para exclusiva diversión de otros, aunque sean jugosamente recompensados. “No se trata de tener dinero, de hacerse rico –parece respondernos Tyson, tal como le dijo a GQ al cumplir 50 años–. Que no paren de repetir tu nombre hasta que el planeta se haya desintegrado: de eso es de lo que de verdad trata la cosa”. //