Un romance masoquista es el que ha vivido el Japón con su hijo más reconocido, el gigante Godzilla. Desde su aparición en 1954, en una película sensible y de hermoso blanco y negro, el lagarto atómico ha destruido el país incontables veces. Ello no ha impedido que se le haga una estatua, en el distrito de Hibiya, Tokyo. Para redondear la faena, en el 2015, las autoridades niponas le extendieron por primera vez ciudadanía y fue nombrado embajador del turismo, decisión extraña para aquel que nivelaba ciudades al ras del suelo tras su paso.
Era un cine de monstruos extraños y de nombres resonantes. Gigán. Rodán. Zigra. King Ghidorah. Durante décadas, fue un boom de la serie B y hoy es solo un bonito recuerdo entre los que pudieron ver alguna de las cintas en un cine de barrio, o los que la captaron por el canal cinco, en los ochenta. Por años, el kaiju eiga (o "películas de monstruos") parecía extinto, ocasionalmente revisitado en filmes como Cloverfield (2009) o la saga Titanes del Pacífico (2013), hasta que Legendary Pictures y Warner Bros resucitaron al animal para occidente, en el 2014, con gran éxito de taquilla.
En retrospectiva, muchas de las películas que sucedieron a la original de 1954 no resisten mayor análisis y causan risa en el espectador. No hay que olvidar que son narraciones de coherencia mínima, en la que actores disfrazados batallan con llaves de cachascán. En los peores momentos de la saga, Godzilla estaba tan antropomorfizado que adoptaba poses a lo Bruce Lee, se limpiaba el polvo con las patas (?) y daba saltos de alegría al celebrar una victoria. También lo hicieron hablar. Godzilla se volvió desde los años un producto infantil y paródico, pero ese no fue el espíritu que lo animó en sus orígenes.
Su debut en el cine, firmado por Inoshiro Honda, es una cinta de una seriedad singular, que reflexionaba sobre la pesadilla atómica, todavía fresca tras Hiroshima y Nagasaki. El miedo a la bomba se encarnaba en esa aberración radioactiva, de impresionantes 50 metros de altura, que haría temblar al mismo sauroposeidón, el dinosaurio más grande que caminó sobre la tierra (17 m). Godzilla estaba dotado de aliento atómico, una inmensa cola y su característica principal era que no podía ser detenido por ninguna fuerza humana convencional. Lejos de ser una cinta tonta, poseía un alto contenido alegórico y pacifista que hasta ahora resuena.
Para el crítico Angel Sala, autor de Godzilla y compañía (Glenat, 1998), aquella cinta inaugural reflejaba, además del miedo post nuclear, el orgullo herido de una nación incapacitada de hacer frente en su suelo a una amenaza externa, por estar prohibidos de tener un ejército, como quedó dispuesto tras el final de la II Guerra Mundial. Los rostros impotentes de los mandos militares viendo como la capital de su país desaparecía bajo las patas de Godzilla, y su incapacidad de hacerle frente, funcionaba como comentario político hacia el mundo y se repetía en cada película estrenada del saurio.
Godzilla se muda a Estados Unidos
Ese tono de desasosiego desapareció en 1998, cuando les tocó el turno a los norteamericanos de hacer su primera versión de Godzilla, dirigida por Roland Emmerich (El Día de la Independencia). Esa vez se tomaron varias licencias que no fueron bien recibidas por los fans ni por la misma productora Toho, los dueños de la marca. La más flagrante fue el rediseño del rey de los monstruos, más pequeño y que ahora corría por Nueva York como si fuera un velociraptor. Esto atentaba contra la concepción original del bicho, que tenía que ser lento pues, según Honda, no había nacido nada que lo pudiera apurar.
Al final, el monstruo era derrotado por un ejército triunfalista -de los Estados Unidos, como no-, algo jamás visto en otras películas. El esfuerzo, al final, fue inútil: sin buena taquilla, no se llegó a hacer una secuela. “El Godzilla de Emmerich era una bestia vulnerable. Como película tenía algunas ideas formidables, pero era más una secuela urbana y desatada de Jurassic Park que una cinta de Godzilla”, comentó Sala, en una entrevista con Somos el 2014. De ahí su mayor entusiasmo con el reboot de Godzilla de Legendary y Warner, que se planteó desde el saque más fiel a la tradición y al diseño original.
Aquella adaptación llegaría de la mano del director Gareth Edwards y en ese 2014 tuvo buenas reseñas entre los fans del género, aunque se hiciera un tema con el sobrepeso de la criatura. El "Godzilla Gordo" de Edwards tuvo otras características interesantes: se lo hizo heroico , una suerte de animal ecológico prehistórico, encargado de mantener el balance de la tierra y sus ecosistemas mientras se enfrentaba con los MUTOS (Organismo Terrestres Masivos No identificados), unas criaturas de naturaleza radioactiva, altamente contaminante.
Aunque a algunos fans les molestó la escasa presencia del monstruo en la primera mitad de la cinta, esta fue un gran taquillazo que hizo oler dinero a los productores. En adelante, se abocarían a labrar una macro franquicia. Lo llaman el Monsterverse, un universo en el que varios monstruos (ahora llamados titanes), los habitantes originarios del planeta, conviven y luchan. En el 2017 redoblaron esa apuesta con Kin Kong: La Isla de la Calavera, en la que estiraron al mítico simio de sus modestos 8 metros de altura a impresionantes 30 metros. La meta es enfrentarlo con Godzilla el 2020.
Antes, veremos llegar Godzilla 2: Rey de los Monstruos, secuela directa de la cinta del 2014 que se estrena este jueves 30 de mayo. La nueva entrega está dirigida por Michael Dougherty y es un tributo a la saga japonesa original, aunque sobresalga el tono bélico. La trama se sitúa cinco años desde los últimos acontecimientos. Godzilla está dormido en el Pacífico y su letargo es monitoreado por la organización Monarch, que dirige el Dr. Serizawa (Ken Watanabe). Pero el sueño del gigante es interrumpido cuando percibe que en La Antártida, un grupo ecoterrorista ha despertado a su némesis, el dragón de tres cabezas, King Ghidorah. Godzilla acude hasta allá para combatirlo, pero como suele pasar con su archienemigo, no la tendrá nada fácil. King Ghidorah se ha enfrentado a Godzilla desde 1964, y en todas las oportunidades ha sido el rival que mejor cara le ha planteado.
No es posible cerrar estas líneas sin mencionar que en el Japón revivieron al monstruo el 2016. Este había sido dado de baja desde el 2004, en Godzilla Final Wars, que se había planteado como la despedida definitiva del personaje, pero fue resucitado, más grande y malvado que nunca, en la aclamada Shin Gojira, del director Hideaki Anno, que fue un taquillazo en su país. El ejercicio de comparar cómo ven al monstruo desde dos culturas tan distintas, cómo la japonesa y la estadounidense, siempre es muy ilustrativo. Como dijo Satoshi Bin Furuya, el actor que encarnó al héroe nipón Ultraman en 1966, tras su paso por el Perú, el Godzilla norteamericano está bien, pero el japonés es el auténtico. //