Un encuentro fortuito puede cambiarlo todo: descubrir a una posible estrella de cine o televisión, hallar al integrante que tanto necesitaba una banda, toparse con un potencial socio para un emprendimiento o simplemente encontrarse con alguien que -sin darse cuenta- puede darle rumbo a nuestra vida. Era 1984 e Isabel Rey, de entonces 18 años, participaba de una competencia de ligas mayores de básquet. Se percató que una integrante del equipo contrario hacía ruidos extraños. Al parecer se le había perdido algo. “Qué pasó, por qué grita así”, le preguntó a una compañera. “Es una persona sorda”, le respondieron. Una serie de preguntas pasaron por su mente y, con ellas, también una decisión: aprender el lenguaje de señas.
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