El Gobierno decretó dos días de duelo nacional por el fallecimiento de Javier Pérez de Cuéllar.
El Gobierno decretó dos días de duelo nacional por el fallecimiento de Javier Pérez de Cuéllar.
Ricardo León

Nota publicada el 26 de mayo del 2012

El embajador Javier Pérez de Cuéllar (92) no ve noticieros. “¿Qué necesidad tengo yo de saber cómo mataron a fulano de tal?”. No ve la televisión, aunque está al tanto de la coyuntura política. Cuando se desarrolló esta entrevista, aún se discutía el papel del Gobierno en su lucha contra el terrorismo en la selva de Cusco. Él no lo sabía, pero por aquellos días la directora de un pequeño colegio en Kepashiato denunció que aún no podía regresar a las aulas por temor a los terroristas. Se trataba de la Institución Educativa Javier Pérez de Cuéllar.

Las estampillas y los viajes

El médico entró al cuarto, lo miró y dio el diagnóstico: “Tiene un fuerte resfrío”. Javier Pérez de Cuéllar tenía entonces unos ocho años y no entendía por qué el señor de bata blanca le había pedido ver la palma de su mano. “Este niño tendrá suerte, viajará mucho”, comentó el doctor. Por aquella época era un niño que pasaba los días ordenando y reordenando su colección de estampillas. Hoy está seguro de que esa afición por los nombres, los lugares y los países lo llevó por la vía diplomática; eso y que el doctor algo de razón tenía.

Usted ha ocupado cargos muy importantes en su vida diplomática, pero además ha estado allí en los momentos clave de la historia. ¿Cuántas veces sintió realmente que el mundo cambiaba frente a sus ojos?

Lo sentí cuando fui a los funerales de Konstantin Chernenko, uno de los líderes de la entonces Unión Soviética. Me avisaron que el nuevo secretario general, el jefe del partido, que era nada menos que Mijail Gorbachov, quería hablar conmigo. Conversamos; era un hombre muy agradable y me dijo algo interesante: que su país debía trabajar más dentro del universo de las Naciones Unidas. ¡Imagínese la satisfacción que sentí! Tal vez esa sea, políticamente hablando, la impresión más importante y, al mismo tiempo, grata como secretario general de la ONU.

¿Qué le respondió usted?

Le dije que iba a contar con mi colaboración. Luego me dijo: ‘Ah, le vamos a pagar la deuda que le debemos’. En el avión yo meditaba: este hombre me había dicho una cosa que es como un terremoto, ¡un gran cambio! La prensa en general –perdone usted que lo diga– no se dio cuenta del cambio que comenzaba. Recién después lo hizo.

Usted también vivió de cerca el fin de la II Guerra Mundial.

Estaba en Francia, que seguía ocupada. Acababa de llegar, en enero de 1945, como funcionario de la embajada peruana. Yo tenía 25 años y, como decimos en limeño, era el ‘chupe’. Observaba todo el movimiento político, cómo se iban formando o reconstruyendo los países antes de la guerra. Era una satisfacción ser testigo de eso.

Son conocidos sus vínculos con personajes como Juan Pablo II o la Madre Teresa de Calcuta, pero poco se habla de los ‘malos’ de la historia. ¿Recuerda a alguno en especial?

A todos, a Muamar Gadafi, a todos. En el ‘lado oscuro’ conocí al ex presidente de Rumania, Nicolae Ceaucescu, un tipo intolerable. Yo he visitado a todos los países de la llamada Europa Oriental y había gente agradable, otras no. La relación con el papa Juan Pablo II sí era excelente, era verdaderamente un personaje especial, había algo que salía de él, un carisma. Recuerdo que cuando iba a Roma y él se enteraba, nmediatamente me llamaba para ir a conversar. Era un hombre tolerante, curioso, se interesaba muchísimo por América del Sur. ‘¿Y cómo es?’, me preguntaba.

¿Aún revisa su colección de estampillas?

La veo porque tengo un bisnieto al que le gustan las estampillas. No tengo idea de cuántas he llegado a tener, quizá 2 mil. La filatelia es curiosidad, paciencia y orden. Ahí están mis álbumes y mis libros, que tienen que estar siempre ordenados; en fin, ya son cosas de viejo.

Los 90: el regreso al Perú

Las funciones de Javier Pérez de Cuéllar como secretario general de la ONU terminaron el 1 de enero de 1992. Él, que siempre había estado mirando de reojo al Perú desde el lugar que ocupaba, se preparaba a regresar. Triste coincidencia: ese sería un año terrible para el país, que vivió desde un ‘autogolpe’ de Estado de Alberto Fujimori hasta algunos de los peores atentados terroristas de Sendero Luminoso. Tiempo después postuló a la presidencia de la República.

¿Por qué no ganó en las elecciones de 1995?

Primero, porque las mañas en 1995 eran otras… Yo había conocido a Alberto Fujimori cuando era secretario general de la ONU. En esa época era un presidente legítimamente elegido y lo ayudé a través de contactos. Luego postulé yo a la presidencia sin tener otra experiencia política que no fuera la diplomacia extranjera. Además yo no quería ser candidato…

Da la impresión de que no le interesaba el poder.

Pero sí me interesaba la justicia. Y viajaron hasta Nueva York para convencerme de que tenía que hacer algo por mi país, hasta que lo lograron.

¿Se sintió frustrado?

No. Después me hicieron presidente de la Comisión Mundial de Cultura y Desarrollo y me fui tranquilo con mi esposa.

La música, los libros, la vida

“Tengo algunos pequeños problemas”, responde el embajador cuando se le pregunta por su estado de salud, sin perder la lucidez ni el buen humor. Un colorido teclado de caracteres bastante grandes en la mesa de su escritorio es, quizá, prueba suficiente de que sus ojos deben realizar bastante esfuerzo para escribir.

¿Cómo transcurren sus días?

Mis días están en este cuarto (su biblioteca-estudio). Ahora tengo problemas de vista, que me hacen padecer muchísimo, pero adoro la lectura y la música, entonces aquí tengo mis libros, mis discos… Pero en realidad no leo porque no puedo. Para mí eso es un castigo. Hace poco, en una ceremonia, tenía que llevar un discurso pero no pude leerlo, así que empecé a improvisar recordando lo que había escrito… Para mí es un suplicio.

Pero siempre hay tiempo para pequeños placeres…

Sí. Estuve en un almuerzo con el ex presidente de Uruguay, Julio María Sanguinetti, y cosas así, pero un poco excepcionales. Y, naturalmente, veo a mis viejos amigos, entre ellos el doctor Paco Miró Quesada Cantuarias; siempre conversamos, recordamos nuestra juventud…

Jorge luis Borges decía: “la vida es una muerte que viene”. ¿Piensa en la muerte? ¿le genera alguna curiosidad?

No, ¿por qué? No me he puesto a pensar que si yo muriese mañana… Soy una persona muy ordenada. Entonces, ¿por qué me voy a preocupar?

Usted es de aquellas personas que influyen positivamente desde su campo, aunque con perfil bajo. ¿Tiene enemigos? ¿Los puede reconocer?

Es una buena pregunta… No creo, salvo que sean habilísimos y hayan escondido su poca simpatía. Pero no, nunca he tenido enemigos.

Ollanta Humala lo buscó apenas fue elegido presidente de la república. Él comentó que, eventualmente, acudiría donde usted “a pedirle consejos”. ¿Lo ha hecho?

Yo le tengo admiración humana porque fue agregado militar en París cuando yo era embajador del Perú en Francia. Él consideró que, como lo acababan de elegir presidente, debía visitar a su ex jefe, que soy yo. Era una deferencia muy amable, pero nunca después lo he vuelto a ver, no me ha llamado. ¡Felizmente no me pide consejos! Además, no soy experto en los grandes problemas económicos.

¿Cómo evalúa este primer año de gobierno?

Es un gobierno que está madurando. El presidente es un hombre de muy buena fe, sencillo, sin ninguna arrogancia, no está en su naturaleza. Mientras esté en esa actitud de defensa de los intereses nacionales, yo considero que mi obligación es simplemente no obstruir el camino.

¿Qué respondería ante la célebre pregunta de ‘Zavalita’? ¿En qué momento se jodió el Perú?

Diría que el Perú nunca se jodió. No se puede dar uno por vencido, hay que resistir.

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