Jean Deza tiene solo 26 años pero una biografía de 50. Con esa edad, ya sabe lo que es vivir en Eslovaquia, en Bulgaria, en el Callao. Ya sabe lo que es jugar con nieve y en la pista. Ya sabe lavar carros para tener cómo ir a entrenar y también sabe lo que se siente tener todo pero estar castigado por FIFA para jugar. Sabe lo que es ser jugador de selección y sabe lo que es mirar el Mundial por TV. Ya sabe lo que es ser papá y ya sabe lo que es no tener mamá.
Lo que todavía no sabe Jean Deza es que solo con equilibrio podría ser el mejor delantero del torneo peruano, lejos.
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Con esas piernas chuecas tenía que nacer aquí: en Gambeta. Sobre su carrera se ha escrito todo así que aquí solo resumiremos lo que hemos podido escuchar de los primeros periodistas que lo entrevistaron, José Lara y Elkin Sotelo: es un hijo de la mar brava del Callao, donde los únicos caminos posibles son el balón o la bala. Cuando se presentó en sociedad y se estrenó con la selección Sub 20 -el equipo inolvidable de Daniel Ahmed del 2013-, rápido hizo notorias sus habilidades por encima del resto: más que correr, escapaba, y más que driblear iba bailando a sus rivales, que caían como conitos. Esa mezcla lo hacía una rareza: era veloz pero no un carrito chocón. Sus amigos de entonces, Polo, Benavente, Gómez, lo llamaban ‘Loco’.
-Me gusta bailar y estar alegre porque así me quito la presión y los nervios antes de jugar, decía.
No existe un programa de computadora con la suficiente memoria para superponer al querido Trucha Rojas en una cancha de hoy, pero quienes lo vieron en vivo -y se animan a comparar- dicen que estos piques de Deza los hacían los punteros peruanos hace décadas; así volaban, así de adelantados eran.
Jean Deza nació el 9 de junio de 1993. Pertenece a la generación de muchachos que no tuvo la tristeza de ver cómo nos eliminaban y vez y otra de los Mundiales. Se formó en la Academia Cantolao y alguna vez se probó en Lanús y en Boca. En 2011 fue fichado por el MSK Zilina y desde entonces hasta hoy su carrera profesional tuvo los baches de esas pistas en donde aprendió a jugar al fútbol en Gambeta: 31 partidos con el Zilina, 26 en la primera etapa de Montpellier, 11 en la segunda; 12 en Alianza 2015, 12 en Levski Sofía, 17 en Huancayo y 32 en UTC de Cajamarca. No es una coincidencia que en el último año haya jugado más partidos seguidos y haya anotado más goles (6) que en toda su carrera. Dicen que Franco Navarro, su técnico, le hablaba todos los días, religiosos 30 minutos para hacerle entender que el fútbol es más que fútbol y que, pese a esa inmensidad, es breve.
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Está claro que Jean Deza, acaso uno de los refuerzos más polémicos de Alianza Lima 2020, no es un santo. No necesita ni quiere serlo. El tema será siempre la consecuencia, es decir, a dónde le permitirá llegar solo su talento, en un mundo ultra profesional que vigila las dietas, los ejercicios, las horas de sueño, ya no en el vestuario sino en un laboratorio. La pregunta será si Jean Deza, este flaco con habilidades notables, hecho para vivir y crecer en la calle, tiene ahora el suficiente ejército de profesionales que lo acompañen para dejar de ser solo una eterna promesa y se convierta en póster donde quiera que haya una pared en el Perú. Un póster es más que papel, es ejemplo de lucha. Tiene 26 años pero ya no es chiquillo. Mirando la Eliminatoria para Qatar, esta es su última oportunidad.
Y mirando la TV, donde ha pasado de goleador de Alianza en La Noche Blanquiazul a suplente de la Reserva y objeto de todas las críticas -sobre todo, de quienes no se lo han pedido-, está desperdiciándola.
Justo esa noche de enero, cuando le hizo un gol a Millonarios y pidió disculpas por la (primera) salida nocturna de esta temporada, el muchacho de Gambeta elevó la valla: Jean Deza no puede fallar. Existen jugadores que deben vivir con permanente tarjeta amarilla.