MDN
Lolo y Manguera
Miguel Villegas

El hombre lo abrazó como si en lugar de cuidarlo, lo marcara. 

Era la única forma de detener a Lolo y se sabía. A Lolo, el centroforward de Universitario y la selección. El hombre más veces goleador en la historia del fútbol peruano (7), el artillero máximo de todos los clásicos (29), el único peruano campeón y goleador de América (1939). Así lo llevó a la casa de General Garzón, en Jesús María, donde Marina, la hija del ‘Cañonero’ ni siquiera imaginaba que su padre había escapado de la clínica donde pasaba sus últimos días en reposo.  

Pero el hombre, de quien Marina Fernández solo tiene pantallazos, sabía quién era ese señor. Quién no sabía quién era ese señor. “Mi papá ya estaba muy enfermo. Pero en sus ratos de lucidez era rápido, muy vivo. Dicen que le pidió al chofer de la ambulancia que lo lleve a la casa y, cuando se bajó, no supo para donde ir”. Así recuerda esa tarde Marina, como quien cuenta una travesura y no la mecha de una noticia bomba: Teodoro Fernández, paciente del mal de Alzheimer e internado en la Maison de Santé desde 1989, se había perdido. 

Marina Fernández evita a los periodistas en su casa por una razón noble: los recuerdos se cuidan. Aquella vez, sentados en la sala de su casa, mientras dobla la única camiseta que existe de Lolo de los Juegos Olímpicos Berlín 1936 con la paciencia de quien hace origami, Marina resume el episodio en que el ídolo de la ‘U’ desapareció con una moraleja imposible en estos tiempos: 

—Felizmente ese señor lo encontró cerca de mi casa y me conocía. Creo que era su hincha. 

En los años más románticos del fútbol peruano, sin Twitter ni violentos del teclado, el corazón servía para mirar y querer. Era sencillo. Así –por ejemplo– un hincha de Alianza, don Gaspar Mena, se hizo ‘Lolista’ hasta hoy y conservó intactos sus últimos chimpunes dentro de una urna de cristal. Así el mismo Lolo pedía, en las horas vivas de su retiro en 1953, que no se olvide nadie de quien era, ante sus ojos, el crack más importante del país: “Y se separe una suma de cualquier homenaje a fin de que en el estadio se levante un pedestal con la figura de ‘Manguera’” (La Prensa, 31 de agosto de 1953). Así Alejandro Villanueva, el ídolo absoluto de Alianza Lima, era quien lo invitaba a vestir su camiseta en las giras del 30 del ‘Rodillo Negro’. O a ser testigo de su matrimonio. Así se quería.  

Así también, el hombre que encontró a Lolo cerca de su casa en General Garzón, lo vio perdido y lo abrazó, como si en lugar de cuidarlo, lo marcara. 

ÍDOLOS DE ORO
​Digamos algo de arranque. No como ley; para discusión: el fútbol produce cracks –por natura–, los jugadores construyen líderes –en el mejor caso, capitanes–, pero es el hincha, el romántico y su fe, el que determina quién llega a ser un ídolo y quién no. Los elige. Invisibles sus diferencias como las fronteras entre países –pero delicadas a tal punto que cruzarlas hace estallar guerras–, el crack y el líder tienen la cancha como hábitat, es su sitio natural. Solo aquellos que coinciden en los años perfectos, las vitrinas llenas y los gestos que exceden los límites del campo terminan por convertirse en estampita. Raúl Castro es antropólogo y director de la carrera de Comunicación y Publicidad de la Universidad Científica del Sur. Tiene esta mirada: “La primera idea la plantea Weber con su concepto de carisma: un ídolo es un gran hombre, big man: un ser que concentra las virtudes que todos proyectan tener. Un gran hombre tiene carisma en tanto corporaliza las aspiraciones de un grupo humano. ¿Por qué Lolo? Porque Lolo representó la necesidad emocional de un grupo humano de ver proezas, en este caso de la ‘U’”. Los universitarios de la época querían ganar y Lolo los hizo ganar.

MANGUERA Y EL ALIANCISMO
Alto como un edificio, la nariz de boxeador y el color aliancista de toda la vida, Alejandro Villanueva vivió muy poco para todo lo que hizo. A los 35 años, había hecho lo que otros no hacen ni en cien. Una página de 1944 del archivo histórico de El Comercio resume con justicia a este hombre con pies de bailarina: “Es una figura nacional, lo fue continental y hasta mundial”. Cinco veces campeón con Alianza Lima, dos veces goleador del torneo local y jugó el Mundial del 30 y los Juegos Olímpicos de Berlín. Pero la estadística le quedaba corta, pues le sobraba inventiva: cuando era necesario hacer una pared, ‘Escalera’ hacía dos. Y si el centro llegaba alto, él prefería la pirueta. Así, inventó y reinventó la ‘Alejandrina’, su variante personal de la chalaca. “En el caso de ‘Manguera’ –dice Castro– se puede aplicar la misma idea del big man: el carisma aliancista está vinculado a la magia, la finta, el juego bonito”. El día en que murió nació el eterno futbolista de Alianza. Como él tenía que ser. El único video que existe sobre el matrimonio de ‘Manguera’ y la pelota –hasta en eso fue más vivo; se casó con Rosa Falcón luego de estar enamorado de la de cuero– está en YouTube. Cincuenta y dos segundos donde un delantero gigante atropella como un tren.  

En el cementerio Presbítero Maestro, puerta 5, cuartel Santa Aurelia, nicho 10-1c, un árbol de breves flores rojas le da sombra. Más allá, 37 presidentes del Perú, el sabio Antonio Raimondi, los poetas Abraham Valdelomar y José Santos Chocano o su amigo, Felipe Pinglo, descansan todo lo vivido. ‘Manguera’ no podía estar en lugar mejor. “Aun ahora, apenas vivo a los 35 años de edad, todavía es Alejandro Villanueva”, escribe Guillermo Thorndike en “El hombre que murió dos veces”, la crónica más leída sobre ‘Manguera’. Sí. Todavía es. 

La nota completa este sábado en la edición impresa de la revista Somos. 

Contenido Sugerido

Contenido GEC